Llevaba dos meses en la Sherborne House,
trabajando en el taller de carpintería, cuando de repente me di cuenta de que
Robert Fripp no existía...Y eso fue una revelación. Una sensación terrorífica. […] Es terrorífico darse cuenta de que uno no
está aquí, y yo lo vi por mí mismo.Robert Fripp
Era exactamente un sábado. No había sido una semana
fuera de lo normal. Estaba en el último día de mis vacaciones sentimentales,
sin amantes ni familiares. Solo. Me desperté algo tarde, retomé el libro que en
esos días me estaba quitando el sueño y que también me quitó el hambre. Cuando
me di cuenta ya era una hora poco decente para desayunar e incluso para
almorzar, por lo que decidí adelantarme hasta la comida. Sin nadie a quién
consultarle nada, medio disfracé mi piyama para que pareciera ropa de calle;
tomé algunas monedas, las llaves y salí a buscar qué comer sin ningún plan.Libertad. Libertad.Siempre es más sencillo de lo que lo crees.En el camino elijo qué
comer. Pensé. Paso tras paso tras semáforo; en algún
momento advertí que ya había decidido entrar a la plaza y allí averiguar qué me
llenaba el ojo para llenarme la barriga.
En el área de comida un ambiente de olores densos, hamburguesas,
tacos, flautas, quesadillas…
…Una vez conocí a una madrileña que detestaba que la
presentáramos como española. ¿Eres
española? Le preguntaban. No, soy
madrileña. …pero Madrid está en
España. Sí, pero yo soy madrileña…
Cosas de europeos, supongo…aunque nunca le pregunté si se consideraba europea.
Bueno, pues Marta la madrileña se burlaba de los sopes, tacos, quesadillas,
huaraches, tlayudas, tlacoyos y similares. Tienen
nombre diferente pero son lo mismo: tortilla de maíz con comida. Yo, con mi
xenofobia que me caracteriza, le dije dos cosas, una, mira Marta, para mí tú no eres ni madrileña ni española, eres gachupina,
dos, confundir una quesadilla con un taco
es como confundir una madrileña con una española.Si tenía alguna oportunidad de agarrarle las tetotas
a la Marta las perdí en ese instante. O eso fue lo que deduje a partir del
gesto con que me respondió el comentario.Seguido me acuerdo de
ella, no tanto por sus perfectas glándulas mamarias, sino por sus críticas
culinarias.
Pero ese día era sábado y
sin gachupinas a la vista, ¿qué comida sería la adecuada?…Comida china: barata, llenadora y hasta sana. Un equilibrio
perfecto entre carne y verduras; entre cocer y freír. Comí lento y muy
concentrado en comer. Es característico de estar solo prestarse atención
primordialmente a uno mismo. Terminé mi plato internacional, reposé unos
momentos y apareció, sin aviso, la necesidad de beber algo. Muy concentrado en
comer pero olvidé la bebida. Como seguía sin planes de nada, esperé a que se me
quitara la sed. Sin embargo eso no sucedió.Me levanté, di las gracias y caminé buscando un té.
Creí que las reglas de maridaje no permitirían que tomara una coca o un café.
Comida china, té. Me resultó lógico.Mientras acortaba la distancia entre el té y mi
persona, me encontré, frente a frente, con un antiguo amigo que hacía años no
veía. Pensé que no me reconocería pero me equivoqué, nos vimos, nos acercamos,
nos dimos la mano y los brazos. Se me quedó mirando y tras un suspiro preguntó
como clamando a los dioses, ¿Qué es de
dos roqueros empedernidos en la época de las descargas digitales?Tras una larga carcajada sincronizada, comenzamos
por ponernos al corriente, pero nada de ‘y dónde vives’, ‘dónde trabajas’ o ‘cuántos
hijos tienes’. Hablamos sobre la adicción que compartimos, la música, a partir
de otra cosa que también compartimos, la edad. Ya estamos viejos o envejeciendo, que pa’l caso es lo pinche mismo.
Ajá, ahora sí nos queda lo que el ése
güey dijo, estoy muy viejo para el rock pero muy joven pa’l panteón.
Dijimos algo que ya sospechábamos, tener
una banda es como estar casado. O
peor. Dejamos salir a flote nuestra miseria generada año tras año de estar
en ensayos, tocadas en bares, grabaciones caseras, peleas por arreglos en las
rolas, separación de bandas viejas, integración de bandas nuevas, perder
proyectos y rescatar otros donde la única constante era el aumento de la edad…
y todo sin mencionar, ni siquiera tocar, el obscuro secreto que sólo los
iniciados saben: toda banda tiene su Yoko Ono. Todas.
Me platicó a detalle sobre su última banda y por qué
tronó con ellos. Yo hice lo propio. Nos escuchamos y preguntamos lo que no nos
quedaba claro sobre el relato del otro. Tras asimilar una experiencia más de
dejar una banda, dijo como concluyendo, mira
mono, estamos, como hace años no sucedía, en una situación parecida, otra vez;
según lo veo yo, tenemos tres opciones, o nos juntamos con personas que ya
conocemos para hacer una banda, o nos juntamos con la juventud o una mezcla de
las dos. El problema con la segunda y tercera opciones es que la juventud no
tiene las mismas influencias musicales que nosotros. Todo esto dicho con
propiedad, característica muy suya.Asentí. Tenía razón.Tengo sed, iba por un té
cuando te encontré, ¿quieres uno? No, pero te acompaño; yo iba a comprar viniles
pero se me fueron las ganas. Haciéndome una seña
comenzamos a caminar hacia la tienda. Guardamos silencio.En este momento, camino al té, parecía que no habían
pasado los años. Y como para demostrarlo, me miró y me dijo, se me hace que somos personajes de Woody
Allen. Me cagué de la risa. Woody
tiene personajes muy graciosos y nosotros solo destilamos desdicha hoy. Dije.
La desdicha es causa de diversión en
Allen; sus personajes no son graciosos, son tragicómicos. Dijo como si
fuera pie de entrada, pues al instante pasamos a la parte hilarante de la
charla. Reímos de chistes viejos e intentamos hacerlo de algunos nuevos. Situaciones
bochornosas, críticas con gracia y sarcasmo respecto de la música actual cuya
mención no cabe, pues el mejor humor es el local, el íntimo; él y yo reímos
hasta la lágrima; eso no significaba que el mundo haría lo mismo.Ese dolor en las
mejillas; hacía meses que no reía de ese modo. Ya no recordaba mis últimas
carcajadas.
Con mi té y sin ganas de comprar viniles, salimos a
caminar, caminar y carcajear. Fue un paseo de lo más agradable. En algún punto,
no recuerdo de qué calle, me dijo, aquí
me quedo, mono. Luego hizo una pausa y con un gesto de esfuerzo dijo
dudoso, ¿te acuerdas del guitarrista de
King Crimson? Pues me acuerdo que la
banda te gustaba, ¿no? Me gusta,
mono, me gusta; pos ese güey dice que no existe, que todo lo que hace es la
confluencia de innumerables encadenamientos de causas y efectos. Neta, ¿eso dice? Sí, eso dice. Pensé
unos instantes lo que estaba escuchando, pues nunca me había pasado por la
cabeza si el guitarrista de una banda a la que le llevo varios discos oídos,
escuchados y estudiados no existía, luego sugerí, en todo caso no es libre, a lo mejor no tiene voluntad, pero de que
existe existe, ¿no? Pues puede ser, mono, para mí que eso de ‘no existo' es
pura mamada británica. Sí, se me hace que sí… aunque… Y aquí me pareció
entender al guitarrista ese, un engrane
hace mucho, pero existe poco; lo que digo es que si lo que haces te determina,
pero lo que haces es una confluencia en la que tu voluntad no tiene nada que
ver, chance, neta no existas; y eso no es lo grave, total no existes y ya, pero
la incertidumbre mata, ¿te imaginas no tener seguridad acerca de tu existencia?Se me quedó mirando y, al parecer sin tomarme en
serio, dijo, pues, por eso te lo digo;
llegaste a lo que quería decirte pero por lugares muy raros; a mí lo que me
cuesta trabajo creer es que haya sucedido lo de hoy, que exista nuestro
encuentro con todo lo que dijimos, pensamos y reímos, pero al rato que te llame
para preguntarte si te encontré hoy y si platicamos y caminamos, y me digas que
sí, entonces, estaré tranquilo; ¿me entiendes? tú eres mi único testigo de que
este encuentro casual y azaroso tuvo lugar; sólo tú. A lo que yo respondí
con una amplia sonrisa.Pasó su bus y se subió. El bus se alejó.Yo seguí caminando mientras pensaba que tenía razón;
nuestro encuentro fue puro azar, no decidí ir a comer en donde comí, tardé en
llegar ahí, tardé en comer y me tomé mi tiempo para levantarme a calmar mi sed.
Él no tenía ganas de nada, salió de casa y en el camino decidió ir por viniles,
hay cerca de una docena de lugares en los que compra ese tipo de discos, pero
decidió ir al de la plaza en la que yo decidí comer. Y todo eso confluyó en
toparnos frente a frente, yo caminando hacia mi té y él, en sentido contrario,
caminando hacia sus viniles.Sonreí al intentar pensar en todo lo que tuvo que
pasar para que el encuentro tuviera lugar. Fue una retahíla de eventos,
ocasiones y hasta accidentes que se complica creer. Fue tan increíble que la
incertidumbre se apoderó de él; por eso me llamaría más tarde para testificar
que nos encontramos, que nos reconocimos, que reímos y reímos.La incertidumbre mata. Mata y es contagiosa; ahora
yo no estaba seguro de que el encuentro existiera. Lo inesperado se me estaba
juntando con lo inverosímil y lo improbable con imposible.
El encuentro
¿existió?... aquél guitarrista ¿existe? Sí.
Seguro existe. Pues ha tocado en vivo y grabado discos. Yo existo porque he
intentado hacer las dos cosas. Ambos existimos. Sí. Existe. Pues sale en fotos
en discos y playeras, tiene videos musicales, le han hecho entrevistas y mucha
gente lo ha visto. Seguro que existe, pues mucha gente lo conoce; tal vez yo no
existo, pues poca gente me conoce; aunque espero que la existencia no sea una
cuestión de popularidad. Crucé los dedos.Semáforo. Los mantuve cruzados del rojo al verde.Aunque si todo lo que haces
es parte de un todo más amplio en el que ni decidiste estar ni decidiste tu
papel ni decides nada de lo que crees que habías decidido, entonces estás
respondiendo a una concatenación tan compleja e intrincada, tan grande, que se
hace incomprensible, una concatenación de causas y efectos en el que a ti sólo
te queda hacer ‘lo que debes hacer’ y en donde no existes. Tú no eres tú. Eres
lo que ‘debes ser’. Eres un engrane dentro de un mecanismo enigmático para un
engrane. Un engrane hace, pero no existe, pues hace lo que debe hacer y está en
donde debe.Otro semáforo. Todavía los tenía cruzados.Muy concentrado en estas ideas, recordé que ya ese
mismo día, concentradísimo en comer, olvidé la bebida, ¿no será que otra vez
esté olvidando algo? Seguí caminando sin rumbo, otra vez. O eso creí, pues
cuando reconocí ya estaba en camino a casa de mi noviamigamante. Traía las
llaves de su casa, por fortuna. O eso creí.
Un departamento de buenos espacios para una sola
persona. Bien iluminado.Toqué el timbre una y otra vez. Nadie. Esperé. Toqué
y nadie. Decidí entrar y esperarla. La verdad hasta hoy no sé porqué fui a su
casa.Crucé la puerta y al intentar dejar las llaves en el
gancho donde ella acostumbra dejarlas, se me quedaron pegadas a la mano, pues
el lugar estaba ocupado por otras llaves que no reconocí. La existencia o
inexistencia del guitarrista me tenía muy distraído y ajeno incluso de mí
mismo.Jugando con el llavero en la mano entré y tomé un
vaso de agua en la cocina, luego fui a sentarme a la sala. En la mesa de
centro, junto a dos copas, había esa botella de Cabernet que compramos para una
ocasión especial. La botella a la mitad. Me serví un poco. Cambié el vaso por
la copa, el agua por el vino. Probé el vino francés. Demasiado frutal para mí.
Aunque decidí acabar la copa que prometía relajarme. Entre sorbo y sorbo vi un
bolso que no pude reconocer. Más vino a la copa.Dónde estará esta mujer. Pensé.Caminé por el pasillo hacia el dormitorio con las
llaves aún en la mano y la rellenada copa en la otra. Abrí la puerta y mi
mirada se fue desde mis pies hacia la cama; tiradas, en el suelo, un par de
tangas que desconocía hasta que recordé que una era la que le había regalado de
cumpleaños y que no usó ni en el suyo ni en el mío; después un pantalón y una
falda que hasta hoy me gusta mucho y que poquísimas veces conseguí que se
pusiera; zapatos y luego, antes de llegar al colchón, unos pies desnudos saliendo
de la cama. Era ella levantándose, amodorrada y con rubor en las mejillas.
Desnuda, se terminó de poner en pie, caminó hacia la puerta en donde yo estaba
congelado. Paso tras paso admiré su bellísimo cuerpo, sus muslos, sus pulidas
piernas y anchas caderas y su pelvis… ¡afeitada! Después de tanto rogar, por
fin cedió y, como había imaginado, se veía muy bien. Sus tetas contoneándose al
ritmo de sus pasos. ¡Ah, qué si gocé esa parsimoniosa caminata de su cama a la
puerta! Caminó con tal naturalidad, como si nadie estuviera mirando. Todavía
hoy que la recuerdo sigo sin querer que termine… Pero terminó. Se detuvo frente
a mí, tomó la copa que llevaba en la mano, le dio un sorbo, me miró a los ojos
atravesándome con los suyos, como si no viera nada y al tiempo que me quitaba
las llaves, sus llaves, dijo, Tú no
existes para mí. Se dio media vuelta y sin cerrar la puerta regresó a su
cama, un cuerpo en la cama le abrió camino a través de las sábanas mientras le
recibía la copa de vino como estafeta.
Todavía
hoy esas palabras, las últimas palabras que me dirigió, resuenan en mi cabeza,
se oyen como desbarrancándose hacia un abismo, las escucho caer pero no
terminan de tocar fondo, perdiéndose en la
oscuridad: Tú no existes para mí.
No
recuerdo cómo salí de ahí, pero cuando tomé conciencia estaba en la calle con
la botella de vino. No supe cómo salí del departamento con ella pero ya estaba
vacía. Al final terminó por servirse en una ocasión especial. Luego, en mi
celular, escribí un mensaje, Olvida la
incertidumbre, ya estoy seguro: yo tampoco existo; y lo envié al amigo
que encontré en el almuerzo, horas antes de aquél día en que descubrí que no
existo.
Dedicado a "el Mono"
Por la charla y caminata en vez de viniles.
@aleljndr
@MomentoSonoro
Muchas felicidades al autor
ResponderEliminarel blog me gusta,el nuevo diseño...
me encanta. Pero ese cuento enamora
haber si nos vas escribiendo
cuentos mas seguido
☺☻
Lo que tiene que pasar ...pasara!!!
ResponderEliminarEso dice el compa Murphy y creo dice bien o de menos le atina a sus frases "celebres".
Wey está muy Chingón tu cuento, me hiciste recordar mucho el tipo de narrativa de Bucouski y la negativa de Chéjov; espero no te ofendas y un poco de trama al estilo Márquez con un toque janesco. Chingón; arriba los sonoros...
ResponderEliminar