Antes de que cualquier feminista se ofenda: hembra
no es lo mismo que mujer. Hembra es un concepto netamente biológico y mujer es
un constructo social, cultural, humano. Una hembra es un animal de sexo
femenino mientras que mujer es una persona de sexo femenino. Las diferencias
son diversas. Mujer es un concepto cargado de significaciones socialesculturales que puede cambiar
según tiempo y lugar. Mientras que hembra es, básicamente, un termino
biológico, algo como un receptáculo para el semen con la finalidad de
procreación. Así que ninguna feminista tendría de qué ofenderse con el título,
pues el feminismo tiene sus límites en las fronteras humanas, en las obras
humanas (sociedad, cultura, etc.); el feminismo no llega al mundo de la
naturaleza; y si no me creen, qué les parecería una protesta feminista contra
el embarazo como falta de equidad entre los géneros, y con su propuesta de
solución: que los hombres también se embaracen; el feminismo sólo cabe en el
quehacer humano y sólo ahí tiene sentido, la naturaleza se le escapa.
Estrictamente, en este sentido, una hembra de la
especie humana no puede ser cien por cien hembra, pues el ser humano, sea
hombre o mujer, nunca puede escaparse cien por cien de la cultura, la sociedad,
etc.; sin embargo una hembra humana puede convertirse (si así lo desea) en un
receptáculo de semen, su finalidad en el acto sexual puede ser la procreación u
otros fines.
Yo conocí a una así, tenía pinta de mujer pero en
el fondo era una hembra humana, una hembra que buscaba.
En vez de explicar la diferencia entre mujer y
hembra mejor la mostraré a lo largo de esta historia, comienzo entonces; pero, ¿por
dónde? ¿dónde comienza la historia? ¿cómo iniciar? Hay quienes dirán que es
cuestión de decisión, hay que decidir para determinar un inicio, pero,
entonces, ¿dónde queda el comienzo? ¿Es algo que existe por sí mismo o es algo
que depende enteramente de nuestra decisión, de nuestra voluntad? ¿El comienzo
de una historia existe y debe ser hallado o no existiendo debemos crearlo? …y
¿qué pasa con el fin? ¿también existe o no existe? ¿hay que hallarlo o
inventarlo?
Pienso que ni comienzo ni fin existen, lo que
existen son unos cortes, un par, uno de ellos marca el inicio de la historia y
el otro avisa el término de la misma; al primero se le llama principio y al
segundo fin, pero son sólo dos cortes que determinan el pedazo de un continuo
más grande.
Hay que comenzar, pues, pero ¿por dónde? ¿dónde
comienza esta historia? ¿comienza cuando llegué a esa casa de grandes lujos en
Morelos? ¿o comienza cuando decidí no salir a la luz del sol hasta que
terminara mi tesis? ¿o cuando me di cuenta que necesitaba un descanso lejos de
cualquier libro o teclado?
Creo que debe comenzar como toda buena fiesta, no
cuando llegas a ella, sino cuando te invitan; pero nada comienza con una
invitación, antes hay que decir cómo se encontraba el invitado previo a recibir
la invitación…sí, creo que ese es un comienzo.
Primer Corte.
“A la deriva
la noche... la selva invade el lanchón”
En esos aciagos meses me hallaba a la deriva.
Estaba atorado en la tesis y la idea de no titularme me seducía. O eso me
gustaba pensar, pues tenía semanas entregado en cuerpo, pelos y alma a la
redacción, las notas, los apuntes, la compu. Me hallaba a mitad de un capitulo,
uno de los importantes; como si las tesis tuvieran de otros. El hartazgo me
ahogaba y seguro estaba de necesitar un descanso.
Era algo así como viernes o hasta jueves, de noche,
tras un par de horas tratando de explicarme a una computadora portátil, me di
por vencido. Llevaba todo el mes atorado con ese capítulo. Ubiqué mi carpeta de
música y puse play, random y comenzó una canción que, sin
saberlo en ese momento, me acompañaría el resto del fin de semana. Me relajé,
fui al refri por algo de beber directo de la botella. Regresé y abrí mi correo.
Ese e-mail que tanto ha envejecido desde el boom de las redes sociales. Y allí
estaba, como esperándome, un correo de una semana de antigüedad. Una semana y
era mi último mail. O tenía un problema de sociabilidad o puro spam o todos mis amigos se habían mudado
a alguna red social. Elija la que considere correcta; si me preguntan a mí
deben elegir la más graciosa.
“la luna,
bola de sangre, la devoró el tiburón”
Pues allí, en mi bandeja de entrada un mail que
tenía como asunto CuernaFiesta, lo
abrí y era una invitación para una fiesta en Cuernavaca[1]
explicando muy creativamente el motivo y el fin de la misma: cumpleaños y
festejo inolvidable. Adjuntos al mail había fotografías de la casa, como ya la
conocía casi no las veo, pero las vi, un chingazo de habitaciones con salas
gigantescas y un patio aún más grande; en él había una zona de canchas, suena
mamérrimo pero eso era: cancha de fut 7, de tenis, de básquet, como cuatro
mesas de concreto para pingpong y hasta un pinche golfito creo que había; y al
lado, lo que no podía faltar, una alberca enorme. Casi no reconocí la casa
porque uno, hacía años no iba y dos, le hicieron grandes cambios. ¿En qué quedamos que se dedicaban los
dueños? El tamaño, el lujo y el gusto en decoración bien podrían ser de
casa de narco, cosa que me valió verga pues había descubierto con asombro que
la fiesta era ese fin de semana, si dudarlo confirmé mi asistencia. En menos de
24 horas estaría en una fiesta lejos de la tesis.
Por la ventana una luna digna de verse y yo todavía
frente a la compu entre un mar de notas, parecía un confeti de postits; mientras mentalmente me veía
entre alberca, tragos, bikinis —o mínimo trajes de baño— y luna llena, comencé
a empacar mi maletita. Dos pares de calzones y dos de shorts, uno de calcetines
y uno de playeras, sin contar mi guayabera con la que parezco todo un galán —o
eso es lo que dice mi madre; no creo que me mienta. Cepillo de dientes, tenis
pal’camino y huaraches para estar allá, una playera de piyama y listo. Ya me imaginaba en el cálido clima de
Cuernabahces Morelhoyos, la Ciudad de la Eterna Brincadera.
“Gregorio, el
viejo marino, aún sigue siendo el patrón”
Llegué a Cuerna por la tarde del siguiente día, me
perdí al tratar de encontrar la casa, olvidé cómo llegar, la hallé, me recibió
la cumpleañera, que Qué bueno que viniste,
que No creímos que vendrías por eso de la
tesis, que Cómo va, que Te mandan muchos saludos mis papás, que ¡Cómo es posible que vengas solo!, que Blablabla y más blablabla, y yo sólo pensando en ron y alberca y ella que Nadie ha llegado pero puedes pasar y disponer de la casa, que Debes elegir habitación antes que nada
y que La única regla es divertirse. Tomé el cuarto más alejado de todo para
que pudiera dormir y sobrevivir aunque estuviera en Troya aquella noche del
hípico regalo griego.
Al salir del rincón más alejado de la casa, en el
que había dispuesto para aposentos, con mi traje de baño encima, se acercó un
señor ya entrado en años que me saludó efusivo. Yo sabía que lo conocía, pero
no lo recordaba. Entre abrazos y Cómo has
crecido, recordé a Gregorio, el encargado de la casa cuando la familia no
está. Siempre me ha caído muy bien. Y creo que es recíproco.
Ándale
no te detengo más, ibas a la alberca ¿no? Me
dijo. Sí, Grego, voy pa’llá, ¿vienes?
Le respondí. Nada más acabo aquí y voy,
adelántate, te alcanzo.
Me hallaba tan hasta la madre del trabajo en la
tesis que había olvidado que me caga el calor. Pero nada que un albercazo no
solucione. Caminé por casi toda la casa y era cierto, nadie había llegado aún;
bañado en sudor me di tiempo para averiguar los ángulos desde los que las fotos
del mail fueron tomadas: nada de publicidad engañosa, la casa lucía mejor en
vivo que en foto, las fotos la afeaban, y la alberca, ¡carajo! La recordaba más
chica y eso es raro. Normalmente cuando uno recuerda algo de su infancia lo
recuerda más grande de lo que es. Yo crecí, la alberca también, al parecer.
Cuando llegué a ella no sabía que había perdido la noción del tiempo, pues Gregorio
ya estaba chapoteando los pies en la orilla, tenía dos vasos y una botella
sobre una mesita al alcance de su mano, me acerqué y me senté junto a él. Él,
sin mirarme, me extendió un vaso, era nada más que uno de los famosísimos
mojitos del Grego. Toda mi infancia lo vi preparar cientos de ellos, hasta
quizá le ayudé en decenas, pero nunca había tenido edad para beber uno. Ya no me quedan como antes, pero eso tú no
lo sabes pues no tienes punto de referencia; ya es difícil hallar yerbabuena
decente. Dijo y luego le pegó un sorbo al suyo.
Bebimos hasta el anochecer, mojito tras mojito,
aunque después de Afganistán e Irak (otra vez), en la casa les decían mahawk, me informó Gregorio; yo, no
entendí el chiste. Luego me avisó que era hora de irse, que debía recibir a los
invitados que nos veíamos más tarde y que no me preocupara, que toda la noche
me bombardearía con mahawks. Se rió y
se fue despidiéndose como soldado; ése gesto me hizo creer que había entendido
el chiste. Luego dijo a lo lejos Toma un
mojouq; tomajouq. Es un mal chiste.
“las olas
vuelan tiñosas rizadas por un ciclón”
Pues me dejó en la alberca y ahí me quedé; era
cierto lo del bombardeo, los mojitos no dejaron de llegar, uno tras otro. Para
cuando me di cuenta que estaba pedo, ya había algunas personas ocupando los
espacios de la narcocasa, valiéndome madres seguí en el agua chapoteando entre
agua y mojitos. Cada mojito había más y más personas, hasta que una calló en la
alberca. En vez de tragos el bombardeo me trajo una mujer. Era ella, la hembra
buscante. Pero eso no lo sabía en aquél momento cuando su cuerpo tocó la
superficie de la alberca como clavadista olímpica, casi sin levantar ni una
cresta de agua. Yo no la vi caer, pero el agua que había movido al entrar me
acarició. Cuando entró en mi capo de visión el agua le llegaba entre la nariz y
el labio superior, y se dirigía hacia donde estaba yo como si su cabeza fuera
la aleta dorsal de un tiburón o su cara el mascarón de barco apunto de
embestirme en alta mar; fuera lo que fuera me sentí intimidado, una nariz
naturalmente perfecta sosteniendo un par de ojos aceitunados y delineados en
negro; negro como su cabello húmedo que se adivinaba rizado. Se veía muy bien,
se veía de miedo, diría yo.
Cuando terminó de estar frente a mí, descubrió el
resto de su rostro y tomando mi vaso, sus labios carnosos y teñidos de rojo
dijeron Te vi tan a gusto y tan fresco
que no me aguanté. Después sonrió ampliamente e hizo un gesto de aprobación
que me encantó[2]. Me
devolvió mi vaso vacío una mano delicada y blanca, pero con uñas negras y la
pintura descarapelada. Todo fue de ensueño; si en ese momento me hubiera
preguntado mi nombre yo le habría contestado, Te amo, cásate conmigo… pero fue otra cosa la que dijo, y qué
bueno, pues ¿cómo podía yo amar a alguien a quien no conocía? y algo más ¿¡cómo
podía ofrecer matrimonio a alguien que no le había visto ni el culo ni las
tetas!?
“una sirena
picúa es proa de mascarón”
Es que
llevo 2 horas en el tráfico y estaba que me cagaba por la alberca y una cerveza;
por fin llego y te veo aquí, tan en pleno gozo quitadísimo de la pena;
simplemente no me aguanté. Y luego señalando su mochila, Mira, ni me dio tiempo de ponerme mi traje
de baño. Recién terminó de pronunciar la frase yo pensé, inmediatamente,
que era imposible que estuviera desnuda. Y así fue, la pinche loca se tiró al
agua con ropa. Fue hasta donde su mochila, regresó con ella sin salir de la
alberca y me dice, ¿Prefieres bikini o
traje de baño? Estoy seguro que puse mi carota de pendejo…y no digas bikini sin pensarlo y nada más
de caliente pues traigo un traje bien sexy. Ahí me desconecté de la
realidad sin saberlo. No podía creer lo que estaba pasando y dije lo más
coherente que pude decir hasta el momento: ¿Qué?
Ella me mira directo a los ojos, inclina la cabeza sobre su hombro izquierdo y
me dice con paciencia: que qué me
recomiendas que me ponga, bikini o traje de baño, que no elijas el bikini sólo
por ser bikini pues traigo un traje de baño super sexy. Yo pensé,
hablándome a mí mismo, Pendejo, digas lo
que digas no vuelvas a decir ‘qué’. Guardé silencio.
Bueno
si no elijes tú elijo yo. Dijo y metió mano en su mochila. Elije tú, por favor. Dije recobrando un
poco de temperamento que ya tenía perdido. ¿¡Mojitos!? Decía una voz a lo lejos. De entre las sombras apareció
Gregorio con dos, sí, dos mojitos[3]
y una sonrizota picarona y repite, ¿Mojitos?
Y yo, Sí gracias. Los deja junto a
mí, en la orilla de la alberca y se va no sin lanzar una mirada de aprobación.
Cuando estaba apunto de ofrecerle, caballerosamente, un mojito, ella parecía
terminar de hurgar su mochila y antes de tomar el vaso me arrojó algo que
parecía color turquesa.
¿Qué
te parece ése? Me dice ya con el mojito al que le
atestó un trago tamaño mediovaso. Deja su vaso en la orilla de la alberca. Se
acerca a mí y me quita la prenda sin dejarme identificarla, la pone en mi
hombro y mirándome a los ojos se saca la playera por arriba de la cabeza, la
avienta al pasto cerca de la alberca y, sin quitarme los ojos de encima,
levanta una pierna, luego otra, me toma del brazo para no perder el equilibrio
y avienta su pantalón de mezclilla cerca de su playera, luego se sumerge en el
agua y emerge con una mano ocupada por una prenda pequeña que termina poniendo
junto a su mochila. Yo bebí de mi mojito calmo y tranquilo pues sabía que la
realidad era algo que había dejado atrás en un momento inadvertido. Ella me
secunda, bebe de su mahawk. Toma la
prenda estacionada en mi hombro, y la divide en dos, descansa una entre sus
dientes y se pone la otra, era la parte de abajo, toma la de sus dientes y se
la pone, era la de arriba, se la coloca y se da media vuelta diciendo, ¿Me ayudas? Le até la parte de arriba;
tenía un tatuaje en el omóplato izquierdo en forma de una letra griega; se
volvió y dijo, Voy a dejar mi mochila en
tu cuarto y luego voy por otro mojito, cuando se te pase la erección me
alcanzas, ni modo que salgas así de la alberca; mejor acaba tu mojito primero.
“una langosta
mulata anda buscando el timón”
Hasta hoy que me encuentro escribiendo estas líneas
no sé qué fue lo que me prendió más, la seguridad que tuvo al encuerarse frente
a mí y ponerse su traje de baño de dos piezas o el que no llevara sostén. No lo
sé y tal vez no lo sepa nunca, lo que sí sé es que ella tenía razón, no podía
salir así de la alberca; debía que terminar mi mojito primero.
Ella había brincado fuera de la alberca y yo, con
mi sentimiento de irrealidad cotidiana a todo lo que daba, no atiné en verla
fuera del agua; no vi su cuerpo, se perdió en la oscuridad. Aunque seguía sin
verle ni culo ni teta todavía la amaba y le propondría matrimonio en cuanto
pudiera hilar dos palabras seguidas.
Abandoné la alberca; claro, después de que acabé mi
mojito. Caminaba hacía lo que por aquél fin de semana sería mi cuarto, el plan
era cambiarme y buscar el regalo para la cumpleañera,[4]
pero apenas estaba a unos metros de la alberca la mismísima cumpleañera se
acercó y me preguntó, ¿Conoces a esa que
estaba contigo en la alberca? No, no
la conozco. Pues mejor que sigas así.
Uno no puede abandonar la realidad sin darse cuenta, éste breve diálogo era un
ancla, o la tomaba o podía no haber otra más; tal vez era la última, si no la
usaba corría el riesgo de no volver a la realidad nunca.
¿Por
qué dices eso? Pregunté a la del cumpleaños. Había
decidido tomar el ancla. Yo sé lo que te
digo; eres mi amigo y te quiero, es mejor que no le hagas caso a Pí; te echó el
ojo desde hace rato, desde que estabas con Grego en la alberca ella te
observaba. ¿Tu amiga se llama Pí? No
es mi amiga, era novia de un amigo y se llama Pilar; pero todos le dicen Pí.
Apenas terminó la frase, la advertencia se vio interrumpida, una marea de
personas se llevó mi ancla—un barco desanclado— y ella me dijo alejándose, Al rato platico contigo. La frase fue
ahogada por una bebida azul fluorescente mientras un grito vikinguesco decía ¡Fondo, fondo! Los deberes de la fiesta.
Fui a mi cuarto y ahí, junto a mi maleta, estaba la
mochila de Pí. Cuando conocí a la persona simplemente me encantó, me enamoré,
pero cuando oí su nombre comencé a adorarla. Pilar de diminutivo Pí.
Lejos de la realidad me hallaba, pero hasta en ese
momento sabía que había valido verga; Pí me tenía. Ahora sí estaba de verdad a
la deriva.
“una bandera, a jirones, lleva pintado el
blasón cabeza de cocodrilo y cuerpo de Camarón”
Me di una ducha y regresé a la fiesta sin una idea
clara de nada. Bueno, sí; había una: más mojitos. Camino a la mesa que hacia
las veces de barra de bar; donde estaban los tragos pues; me halle con algunos
conocidos en pleno intercambio de saludos. Estaban poniéndose al día. Que esto y
que lo otro. Sólo estaba escuchando y regresando sonrisas sin participar en la
charla. Me dijeron que estaba más retraído de lo normal, que si era por la
tesis, que de qué trataba y que de qué trataba, no salían de ahí, y no pensaba
decirles nada hasta que alguien engreídamente dijo, Déjenlo en paz, no ven que pretende ganar el Premio Nacional de Tesis y
ni modo que nos diga su tema, ¿qué tal que le robamos la idea? Arrancó
varias risas y hasta carcajadas, entonces les dije, El tema de mi tesis es Sobre la importancia de la Matatena en el México
del siglo XX desde un enfoque psicopolítico-cultural. Más carcajadas y
pocas risas. Voy por algo de beber,
dije, me estoy secando. Y me retiré.
Pinche güey, claro que pretendía el Premio Nacional
de Tesis, pero no lo ganaría, no estaba demente, nadie en su sano juicio
creería ganar dicho premio con una tesis sobre literatura caribeña.
En la mesa de los mojitos estaba un grupo de tipos
muy divertidos haciendo noséqué en bola, me puse a su lado; tomé un mojito y
comencé a terminarlo para llevarme otro y dar una vuelta a la casa. Me
resultaba raro que yo, un pobre diablo que no tiene en qué caerse muerto, estudiante
de universidad pública y que su futuro financiero caduque con su beca, tenga
amistades de la Ibero o la Anáhuac con casa en Cuernavaca. La brecha entre
ricos y pobres se había reducido mucho. Y brindé por el Neoliberalismo, que me
permitía gozar de los placeres de una clase acomodada sin pertenecer a ella. Me
vi con mi guayabera, siendo bombardeado por meseros con mahawks, entre charolas
de camarones y bocadillos salmoneados en una casa con alberca y sentí, hasta
allá, hasta la colonia pudiente de Cuernavaca en la que me hallaba, cómo mi
playera del EZLN se reía de mí. En un mundo donde quepan muchos mundos seguro cabrá
el mundo de los fresas, y volví a brindar, esta vez por el ézeta.
“Bajo la noche guajira Ernesto delira”
Apunto estaba de tomarme otro mojito cuando de
entre la bola de tipos salió Pí, era ella el noséqué que tenía reunido a ese
grupo de hombres. Comper, comper, ahí
está a quién ando buscando. Dijo Pilar despachando a su congregación y
acercándose a mí preguntó. ¿Me invitas un
mojito? Le di uno, bebió. Guardamos silencio todo un mojito hasta que
preguntó, ¿Qué quieres hacer? Le dije
que beber y me dijo, Ven, vamos a dar una
vuelta por la casa. Me tomó de la mano y me guió entre la gente, de vez en
vez mi mano, el dorso, rozaba su cadera y comencé a verle el cuerpo; mejor no
lo hubiera hecho, pues sólo con una zambullida, un rostro y lo del traje de
baño ya me tenía en la bolsa; no necesitaba ver que sus piernas, aún
escurriendo de agua, eran perfectas aunque demasiado blancas, su trasero era
sencillamente indescriptible, era grande, pero no desproporcionado, tenía
cintura, pero con ese culo cualquier panzota se vería acinturada, sus manos, su
mano, era suave y su pelo olía a… no sé qué era, pero diré que olía a
feromonas, no se me ocurre a qué más. De sus tetas nada sabía, pues ella estaba
frente a mí dándome la espalda, llevándome a no sé dónde, después supe que no
eran grandes ni pequeñas y a la vista delataban, ligeramente, la ubicación de
sus pezones.
Fuimos a las mesas de pingpong, se sentó en una y
con las piernas abiertas recargó mi espalda en sus tetas, puso su barbilla en
mi hombro. Me dio frío, pues estaba húmedo su traje de baño. Es el abrazo más
rico que recuerdo haber tenido, me abrazaba con brazos y piernas. Tomó mi mano
y la puso donde sus piernas se juntan, y me susurró al oído.
Sussurró y susurró. Susurró tantas cosas. Susurró
sobre fantasías en albercas, en pasto, en público, sobre fotografiar y
videograbar, sobre ver esas fotos y videos, sobre fantasías sobre una mesa de
pingpong;[5]
y en todas había algunas constantes, labios rojos (como los tenía esa noche),
uñas negras (como las llevaba esa noche), ojos pintados en negro (como los
tenía pintados aquella noche), tangas de varios tipos, incluso tangas
comestibles, minifaldas, medias negras, pubis sin bello, lubricantes de sabores
y sexo extravaginal. Era el Marques de Sade en una versión que no conocía, una
más erótica, seductora y atractiva, una de carneyhueso y no de papel y tinta.
Al final dijo, Quiero
pasarla bien hoy, ¿te gustaría? Me separé de ella y armándome de güevos[6],
esto es, mirándola a los ojos, le dije que qué le pasaba, que no podía llegar
así, na’más y mangonearme con seducciones, que no era el modo que ni siquiera
sabía mi nombre y una sarta de tonterías. Mejor sólo le hubiera dicho “¿Qué?” Pues
hasta el momento era mi mejor intervención de la noche, la más lograda.
Ella no dejó de mirarme mientras yo pataleaba,
esperó que terminara de hablar y luego de un instante de silencio dijo. Ok, entiendo, te gusta estar arriba. Y
yo dije ¿¡Qué!? Al parecer había
vuelto mi coherencia. Que no te gusta que
yo esté arriba, lo entiendo. Esta vez guardé silencio, ella continuó. Sé que te molesta que te digan Er y Ern, sé
que es por Ernesto, que estudiaste Literatura y que estás escribiendo tu tesis
y sé todo lo que dicen de ti…¿sabes qué? Vamos a comenzar de nuevo, voy a darme
un baño y quitarme lo mojado, te busco cuando termine.
“y llora una Viuda Negra sobre la tripulación”
Cuando a una mujer se le mete una idea en la cabeza
no hay Dios que se la saque. Pilar ya se tenía dicho que me tomaría aquella
noche como se toma un barco, como se toma una botella de ron. Yo decidí que no
tenía nada que perder, ella es hermosa y yo solitario, tal vez podría
convertirse en mi musa. Excelente ecuación. Pensé esto mientras dejaba la mesa
de pingpong hacia más mojitos. Bebí algunos, platiqué con conocidos sobre
varios temas, pero siempre me llevaban a la tesis, que de qué era mi tesis, Mi tesis es de bytes, pero llegará a ser de
papel y tinta. A nadie le interesaba mi tema de tesis, a esas alturas ni a
mí mismo. Me sentía muy bien y de buenas, aunque hubiera algo que no me
terminaba de gustar.
Botas rudas pero femeninas a media pantorrilla,
medias negras que después supe le llegaban un pulgar arriba de la minifalda[7]
y las sostenían unas ligas, minifalda de mezclilla, una playera negra con la
portada del Countdown to Extinction,
pelo castaño y rizado como había adivinado en la alberca, ojos y labios
retocados, unos en negro, otros en rojo. Así se presentó Pilar cuando estaba a
punto de investigarla con mis conocidos. Se sentó en mis piernas, comenzamos a
besarnos. Lo hacía muy bien, labios, la cabeza de un lado a otro, lengua y, de
repente, leves mordiscos. Algo había fallado. Ella seguía arriba.
La tomé por la cintura, la senté junto a mí e
interrogué decidió a averiguarlo, ¿Qué te
pasa? Me gustas. ¿Y a todos los que te gustan te les hechas
encima? No, sólo a ti. Sonaba decidida. Me levante por ron para los dos, al
regresar le dije, No creo que de verme en
la alberca se te haya antojado coger conmigo, creo que estás siguiendo un
guión, te arreglaste fornicable, te ensayaste lo de la susurrada de fantasías al
oído, planeaste la ropa que traes puesta y lo único que te hacía falta en tu
plan era un pendejo, y ese papel es el que estoy interpretando hoy; y muy bien
si me preguntas. Aquí me interrumpió un suspiro pero logré continuar,…es más, estoy seguro que debajo de la
minifalda traes tanga, pelvis afeitada y, además, planeas cumplir una de las
fantasías que me has contado. ¡Tiren anclas!
Se levantó lentamente y se fue a los camastros
cercanos a la alberca. Yo la seguí con más mojitos para los dos. Nos sentamos
juntos y al darle el vaso noté que lloraba sin llanto, tranquila.
Tienes
dos opciones, dijo, o recapitulas y nos la pasamos bien, y eso incluye mis medias y alguna
de las fantasías, o te digo qué me pasa y te lo diré sin lubricante; ¿qué
elijes?
“Ernesto el aventurero, se bate contra el
Dragón…”
Pilar,
¡escúpelo! Me volteó a ver —sus ojos vidriosos; seguía percibiéndose
bellísima— y dijo, Quizá estaba lista
para escuchar esa frase de ti hoy, pero en otro contexto. Tomó aire y me lo
contó todo:
Su exnovio, del cual yo no sabia nada, la había
mandado a volar a pesar de que se querían mucho. Él la culpó de todo a ella.
Ella le daba la razón, pues, aunque él dice que le fue fiel, ella nunca hacía
nada por complacerlo; y menos en el sexo. Él le hacía solicitudes sexuales. Las
tangas, los labios y ojos pintados, la depilada, la sodomía y las fantasías,
eran fantasías que el ex siempre quiso que ella le cumpliera. Ella,
simplemente, sentía que él no se merecía todo lo que le pedía. Él fue muy
paciente hasta que un día dejó de serlo, ella no cambió nada. Él se fue, ella
no consiguió retenerlo.
Ardides de cola fue mi diagnóstico y se lo hice
saber. Pilar, estás ardida de la cola.
¿Cómo dices? Digo que estás ardida, que
lo único que buscas es vengarte de tu ex; cogiéndote a quiensea como debiste cogértelo
a él no te va a ayudar en nada. Luego le expliqué la mejor versión que
conocía de la popular teoría sobre la ardides de cola: Hay varias enfermedades incurables, progresivas y mortales, pero todas
tienen tratamiento menos una: la ardides de cola. Sucedió algo que no te gusta
y eso te arde. Hiciste algo y el resultado te arde o simplemente, en la enorme
e incomprensible ley de la causalidad te tocó ser víctima o partícipe de algo
que te arde. Te arde y pretendes quitarte lo ardido a como de lugar, pero
intento tras intento descubres que nada te lo quita; la ardides, sencillamente,
no desaparece; luego viene la desesperación, buscas la solución en donde no has
buscado, buscas con desesperación, y eso no es buscar; buscas y buscas sin
encontrar; después de la desesperación viene la decepción y luego la angustia. Eso es la ardides de cola. No la buscaste, no
te la puedes quitar. No hay cura, pero hay algo que puedes hacer y consiste en
advertir inmediatamente cuándo empieza a arder y averiguar la causa, luego lo
que hay que hacer es nada. Pues ya sabes que con nada se quita, que en el
intento de abandonar al ardor únicamente encontraras más daño.
Escuchó con atención mi exposición.
Entiendo, dijo y siguió llorando en silencio. Me levanté para dejarla sola pero
tomó mi mano con la suya, ¿Me puedo
quedar contigo hoy? Le eché una mirada fría, De cuates, no te preocupes, no quiero estar sola y no tengo donde
dormir, asentí, se puso de pie junto a mí, me abrazó, la abracé, nos
abrazamos y me dijo al oído, Gracias.
Nos fuimos al cuarto tomados de la mano, ella
sonreía. Al llegar al cuarto, en la puerta de al lado había mucho ruido, los
vecinos, seis tipos hasta la madre de mota y ron se hallaban en plena fiesta
particular. Entramos, se derrumbó en la cama, yo me senté, nuestros dedos
entrelazados, siguió contando sobre su ex un buen rato hasta que se canso de
hablar y de llorar. Apagamos la luz. Le presté mi playera de piyama pues ella
no había planeado usar piyama esa noche, según me confesó con una sonrisa.
Acostado, apunto de dormirme y junto a una belleza como Pilar que se hallaba
sin sostén, en tanga y con una playera mía, me abrazó y justo cuando cerré los
ojos me dijo en voz baja, En verdad me
gustaría fornicar contigo esta noche. Abrí los ojos y dije, A mí también me gustaría. Ok, dijo ella, ¿te parece si lo intentamos? Sí,
me parece bien. Dije con solemne sinceridad. Entonces espérame, vuelvo. Dijo y se fue apresurada al baño con
todo y su mochila de viaje.
Yo, para entonces, tenía una sonrisa en mi cara que
comenzaba justo en el mismo sitio donde terminaba, detrás de mis orejas, en mi
nuca.
Salió del baño.
Encendí la luz.
Ahí estaba ella, con minifalda; medias, cabello y
ojos negros, labios rojos, sin sostén pero con mi playerapiyama. Justo como a
su ex le hubiera encantado.
La miré sorprendido. Y me dijo muy contenta, Entonces ¿qué? ¿quieres hacer lo de la mesa
o lo de la alberca?
¡Encallé!
Le abrí la puerta, salí, aún era de madrugada, puse
sus cosas en el suelo, le dije que tenía que buscarse donde pasar la noche,
entré, cerré la puerta con seguro y me acosté tratando de dormir con la
decepción.
Parece que Pilar era experta en eso, había
decepcionado a su ex y me había decepcionado a mí.
“Pilar navega
sin rumbo bajo un diluvio de ron…”
…a la mañana siguiente, me desperté temprano.
Acomodé mis cosas y salí con la determinación de finalizar la tesis. Al abrir
la puerta vi mi playerapiyama tirada y sucia en el patio, ahí la dejé, al pasar
por el cuarto de los vecinos marihuanos, con la puerta abierta, eché un ojo y estaba vació pero hecho un
desmadre, del baño salió Pí, descalza, con sólo una media puesta y con una
camisa que no era de ella, los ojos hinchados, rojos y vidriosos y la pintura
corrida, ojerosa; salió del cuarto, no me miró, de hecho creo que evitó
mirarme, cojeaba un poco al caminar, a pesar de todo seguía viéndose
encantadora.
“Lejana
‘Finca Vigía’ sufre una alucinación…”
…verla así fue fuerte para mí; no podía creer cómo
podía pasar de digna representante y portadora de hermosura a una resacosa
cualquiera y seguir viéndose tan bien. No supe si era la chica más bella con la
que hubiera tenido trato, lo que sí supe es que, hasta hoy, es la más ardida y
fue la más adolorida de la fiesta…
“se vive como
se escribe, se escribe como se vive”
Segundo Corte.
@aleljndr
@MomentoSonoro
[1]
¿Quién lo hubiera pensado? CuernaFiesta: Fiesta en Cuernavaca.
[2] Una sonrisa, una ligera
levantada de ceño y un movimiento de asentimiento con la cabeza.
[3] Gregorio aún
sigue siendo el patrón.
[4] Era un libro que estoy seguro le
gustaría: The Social History of Art
de A. Hauser.
[5] Dijo que en realidad era sobre
una mesa de billar, pero como en esa casa no había podía cambiar a mesa de pingpong.
[6] Es decir, se los tuve que quitar,
pues a esta altura ella tenía mis destos en la mano.
[7] Justo un pulgar, bien medido.
Esta bien chida la entrada no se me hizo pesado leerla felicidades mijo @aleljndr ☺
ResponderEliminarAcá el link que ya caducó
ResponderEliminarhttp://www.youtube.com/watch?v=cQ4hdDnypoo
Este comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminar