Viernes, decidiste no ir a la escuela, la clase de técnica
vocal nunca ha sido de tus preferidas. Te quedaste en casa, sin mayor intención
que pasar el día. Pronto todo dejo de tener importancia, tenías la necesidad de
más, algo que te hiciera sentir, despertar; hacía mucho que sentías tu vida
adormilada y tediosa. Días atrás habías tenido ocasión de despertar pasión, eso
ha sido en los últimos años tu modus
vivendi. Allí estabas, metido en un parque, apartado de la ciudad, rosando
sus pechos con toda intención, escuchando su voz jadeante; su excitación te
sostenía, como colgado de un hilo, y así era tu vida.
Hoy, al no ir a
la escuela, buscaste en el ordenador su contacto. No era que quisieras una
cita, te pretextabas hablar con ella. De una u otra forma querías saber cómo
había pasado los días desde aquel encuentro. Tenías que sentirte pensado y
deseado. ¡Oh, necesidad imperiosa, el deseo del amado! En fin, así fue, no la
encontraste conectada, pero dejaste la nota: “hoy no iré a la escuela, sería
muy bueno poder verte”. Te contestó horas más tarde, se dieron cita debajo del
reloj en alguna estación del metro. Llegaste a tiempo; cargaste abrigo,
pensabas con él esconder los movimientos de tus manos mientras tocaran su
cuerpo; en tu cabeza existía la idea de poder reanudar el encuentro de aquella
tarde perdida en el tiempo.
Ahí está, quince minutos tarde, apareció; de entre las
cabezas que se alzaban al paso lograste distinguir una, luego su torso, su
cuerpo entero: pantalón gris oscuro, blusa negra y una más, con hoyitos, casi
transparente, que adornaba su figura; zapatos negros, no tan altos, pero que la
hacían ver alta. Te parecía radiante, hermosa. Se escapó de su boca una sonrisa
en cuanto pudo verte a lo lejos del andén. Se aproximaron, juntaron los cuerpos
para un caluroso abrazo y tierno beso. El camino hacia el final del anden
tomados de las manos, fue como caminar entre una pasarela de juicio, las
miradas de los otros, posadas sobre aquella pareja. Es momento de risa, ¡ser desigual
no es pecado!
La marcha del tren comenzó, las reservaciones a la
aventura estaban hechas y no tardaron en poner manos a la obra. Tu plan se te
escapó de las manos, no hubo parque, tampoco jadeos, ni toqueteos; esa tarde de
excitación se había evaporado en la fantasía. Con una palabra ella lo cambió
todo y tú cediste sin objetar nada. Cambiaron el curso; ya están ahí, alojados
en un cafetín, la conversación surgió al ritmo de música rock. Empezaba ésta,
agresiva, potente, y a poco iba en decreciendo, en ese retardando que crea
atmósferas de fascinación y misterio. Largo puente temático que se alza
ondulante, suave y expresivo. Música que estremece, entra y sale por la piel;
música que deja de ser oída, que te arrebata y transporta, que te sumerge y te
arremolina y, luego, sin darte cuenta estás ahí otra vez, en la realidad
palpante, sentado de nuevo junto a ella, contando la historia de la familia, de
la infancia, confidenciando las experiencias de adolescente y que al parecer te
llevaron a la maduración temprana.
Pasaron las horas no de forma común, parecía que el
tiempo se las había comido; el tiempo no fue amigo esa tarde, dio un salto
transversal y borró en la memoria el mundo circundante. No había nada más que
estar ahí, en la noche creciente, noche sensual. Caminaron y el tabaco
emprendió el deseo. “Qué guapo te vez con tu cigarro, podría en este momento…”
y cortó la frase, todo se entendió con la mirada que dejó escapar. Surgió así
la intención del deseo, las palabras provocativas y excitantes.
Quizá la música seguía haciendo efecto en sus cabezas
inconscientemente, pues así, también la conversación cambió. Era el turno de
ella, había que contar lo oculto, dejar saber un pedacito de su existencia.
Habló de un segundo lugar, su hermana, y de accidentes… Había dolor en las
palabras, aún el recuerdo de lo querido nos hace exponer los sentimientos
ocultos. ¡No hay que temer a la evidencia de lo sensible, somos humanos! Las
palabras corrieron de allá para acá, jugaron a las escondidas y atrapadas, gritaron
Stop, dos pasos y medio; salieron como en el basta, enumeradas y ordenadas,
iniciadas aquí, no por una letra, sino por un motivo. Fue así que encontraron
un lugar en la glorieta, se unieron a las parejas allí citadas, a distancias
equidistantes unas a otras, con el fin de obtener una intimidad colectiva. Ese
era vuestro lugar, los esperaba. Por fin, los besos hicieron su trabajo, besos
de deseo, besos de experiencia, besos también de aprendizaje y descubrimiento,
besos que surgen efecto y transforman. Besos que hacen llorar. O tal vez, sólo
tal vez, fueron las palabras de Neruda, que se habían leído. Aquellas sobre la
mañana completa, mañana llena.
¿Cuál era aquella? Fue la pregunta, ¿de qué habla el
verso, la estrofa, el poema entero? Aquel que dice sobre el otoño, que con
agresivo viento arroja la hojarasca lejos. Aquel que habla de cantos de guerra,
de nubes y ensueños… Divagaron sobre esto un rato. Construyeron ahí su pequeño
círculo de poesía. De pronto la voz fue
silenciada, otra vez, atrapados en el puente musical, lento y pausado.
Acurrucados, envueltos en una masa informe, de cuatro manos y ocho pies, de una
cabeza y miles de deseos. Envueltos en lágrimas y viento que acaricia más que
las manos; desnudos, abiertos hasta el alma, expuestos y vulnerables. El amor,
no está lejos de ese lugar, pero ellos sin llamarle así lo experimentan y lo
ocultan.
Había que irse, la noche ya había prestado su encanto.
Pero antes había que hacer una parada más, fuera de la estación del metro,
explicar un detalle de poesía y contrapunto. Entender que esto no es
particularmente de las letras o la música, sino que se lleva en la piel, que se
practica y se siente.
La marcha en tren fue un eclecticismo, todo se
revolvió, recordaron lo perdido, la memoria tornó de golpe; como si entre cada
estación y túnel, fuera un salto en la línea del tiempo. Los arrastró del
pasado al futuro, para luego instalarlos en la realidad, los llevó de una
dimensión a otra; cada vez que se sumergía en la inmensa oscuridad, había la
incertidumbre de llegar, pero ¿A dónde?, ¿cuál será el término de aquella
máquina agusanada, que devora gentes, que las enfrenta, que las zangolotea y
luego las vomita? En ese ir y venir, fue que removió en su recuerdo las
actividades aplazadas, pero que no podían quedar sin cumplir. La hora aún era
propicia y hacia allá emprendieron.
La cabina de radio estaba al fondo, el preámbulo fue
un pequeño bar, oculto en la ciudad, alejado, apartado. Las paredes de rojo y
blanco, el cofre de un coche como barra, unos cuantos sillones dispuestos para
los asistentes, dos micrófonos sobre un pequeño entarimado que sirven como
escenario para los concurrentes, las pantallas a los lados recordando las
letras de las canciones; un lugar pequeño, pero agradable. Poca gente, como es
tu gusto, no más de quince personas. Entró ella a la entrevista, tú tomaste
asiento y también un trago. Por fin estabas ahí, conociendo algo más de ella,
otro ambiente, te había abierto las puertas de sus relaciones, los amigos, el
espacio. No había que pensar más en la pose de la maestra, por fin la tenías
fuera del salón de clases. Tuya, tuya del todo y por entero.
Las horas pasaron imprevistamente y hubo que abandonar
el lugar, ya era tarde. Tú, no podías llegar a casa, no había forma. El plan de
la tarde había escapado por completo, había que reconstruir la ocasión.
Apostaste todo, con miedo a perderlo todo. Los miedos latentes y los deseos
ocultos se transformaron en palabras de promesas y seguridad, inspiradoras y
delicadas. El taxi no llegó a su destino; giró en el primer retorno, luego
vuelta a la derecha, sobre la avenida principal; y no muy lejos se estacionó,
espero un segundo y se fue. Los pasajeros le habían abandonado. Se prometieron
descansar, dormir y partir temprano.
La vida había preparado para ellos algo diferente, a
cada momento escapaban de sí, de sus deseos; los evitaban, pero luego los
exponían. Jugaban a quemarse, había que echar tierra y agua sobre aquella
habitación, estaba pronta a ser incendiada. Aplazaron las horas, el deseo se
acumuló. Cenaron el fruto del deseo, la manzana ahí presente, mordida por uno y
otro, mordida cara a cara, en bocas deseosas y anhelantes. La ropa, poco a poco
fue perdiendo lugar en sus cuerpos, no estorbaba, pero tampoco hacía falta. Por
una y otra ocasión se escondieron, las cortinas aunque largas y pesadas no eran
escondite suficiente, la cama, espaciosa y fría, los alojaba sólo por
instantes, había que saltar de ella enseguida. Buscar otra puerta, inventar un
cuarto extra. Hacerle un segundo piso a la cama, dormir cada uno en un sillón.
Había que jugar con las luces, buscar la apropiada, apagarla y prenderla para
espantar los fantasmas. Por fin, ahí, metidos entre las sábanas, abrazados, la
oscuridad llegó y un pequeño rayo de luz se filtraba por la ventana.
Los carros afuera pasaban imperceptibles de aquel
lugar, de aquellos dos que la ocasión había orillado en un punto de la ciudad.
Afuera, la vida pasaba, seguía su curso, marchaba a paso lento o apresurado,
según quien la viviera. La gente a lo lejos, quizá dormía; otros tal vez se
entregaban a la pasión; más allá, otros tantos con los cuerpos excitados por el
alcohol o las sustancias. Seguro habría quien en ese momento también estuviera
muriendo…
Pero a ellos, ¿qué les importa eso? La vida está ahí,
entre esas cuatro paredes diseñadas, dispuestas para este momento. Se
abrazaron, se dieron la espalda, sintieron su cuerpo, la piel rosó, la tención
apareció; todo sucedía excepto el sueño. ¿Había que invocarlo?, ¿traerlo a
fuerza?, ¿salir a buscarlo en la ciudad?, ¿dónde estaba? ¡Los abandonó! Decidió
ella recurrir a un evento más para hacer que llegue.
¿Sacrificio, acaso? Había que intentarlo. Fue así como
las palabras iban instruyendo los movimientos, dirigiendo las manos de él.
Enseñando al alumno algo nuevo, que no es propio del salón de clases. Hoy había
que hacer experimento de campo; poner en marcha el contrapunto, y la armonía.
Experimentar con la frase, volverla fuga, matizarla y jugar con las dinámicas.
Acelerar, experimentar con nuevos acordes, desarmonizar todo, descubrir lo
nuevo, crear lo ininterpretable.
La instrucción surgió en sus labios, “Acomoda de esta
forma la mano, hazlo suave, suave y lento, tierno, sin prisa, siente, es el
vaivén de las olas, es caricia del viento en la tarde de sol. Luego, de pronto,
cuando me sientas perdida en el espacio, tráeme de nuevo, tira de mí.
Arrástrame a tu encuentro. Es la tempestad, las olas rompiéndose ante el
acantilado. Es tornado, maremoto y erupción. Después, de nuevo, corre detrás
del tema, destensa y has un creciendo. Deja que surja ahora libre, que adopte
su modo. Que crezca a su conveniencia a ritmo de jazz”
Luego dijo, “quiero sentirte”. Todo cambió, las olas
se calmaron, se despejó el cielo, y la barca aquella, se detuvo en la
inmensidad del mar. Perdidos en lo irreconocible. Su cuerpo sudó y gritó. Se
saciaron de sí. La presión acumulada explotó, desbordó. Los besos surgieron
aquí y allá, el cuerpo se convirtió en pecado y perdón. Páramo de éxtasis, de
lucha, de verdad, de ternura, de pasión. Ya no había nada que perder. Así, como
nada estaba planeado, tampoco los estuvieron las lágrimas y el calor.
Se descubrieron nuevamente en el paso del tiempo,
reviviendo lo olvidado, re-experimentado lo bloqueado. ¿Era, acaso, que se
sentían vivir? ¿Se podía creer otra vez?, ¿había de nuevo un mundo que
inventar?, ¿era real todo eso? ¡Sí, todo es cierto!
Los atrapó la mañana en aquel cuarto de hotel, felices
y libres, con las promesas incumplidas, realizadas de una manera distinta.
Ahora ya tienen una historia. Ya hay una noche abrupta, pero bella; contradictoria
y libre. Los acarició el agua en temperatura regulada, los purificó, los
preparo para el nuevo día. Ya no es lo mismo, su conocimiento es ahora mayor. Se
despidieron a las 9:00 a.m. Un día después de haber improvisado una tarde de
viernes. En la calle hubo un beso y se dijeron adiós.
@MomentoSonoro
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Instrucciones para dormir, cuento.
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