Adivina,
adivina
En las clases
aburridas no entrábamos al salón, a veces nos quedábamos en los pasillos o en
el patio mirando gente pasar; con especial atento, a las chicas. Había una en
particular que nos llamaba mucho la atención. Seguro por su parafernalia:
sobremaquillada, cabello pintado, vestidos cortos y zapatos altos. También era
alta y después confirmamos, tenía más edad que nosotros. De hermoso cuerpo y
con toda la maldita actitud, simplemente no se podía dejar de ver, resaltaba
entre toda la escuela.
—¿Cómo serán
sus pezones?
Soltó la
pregunta Alf mientras ella pasaba a lo lejos. Lo observé con extrañeza. Su cara
no dejaba ver morbo, sino curiosa sinceridad.
—Ni idea.
Pero te podría asegurar que son pares.
Sonrió y con
sospecha dijo:
—¿Cómo estás
tan seguro?
—¿Es en
serio?
—Siempre.
—Alf, —le
dije— es evidente que tiene dos glándulas mamarias y cada una suele venir con
un pezón: dos mamas, un pezón cada una, igual a dos pezones. Dos es número par,
ergo sus pezones son pares.
—¿Se los haz
visto, tocado o lamido?
—No.
—Entonces no
tienes pruebas de lo que dices.
—No, pero es
lógico.
—Ah, pero yo
pregunto por lo real, no lo lógico. ¿Qué tal que nació, por
no-me-preguntes-qué-falla-genética, sin uno o sin ninguno? Eso suena lógico.
—Mientras no
se los mire o toque o cuente, todo puede ser.
—No todo,
pero sí algo más que lo lógico. ¿Qué tal esto? ¿Qué por la misma razón genética
tenga tres y no dos? ¿O que, en un ataque de prematura rebeldía adolescente, se
dejó influenciar para perforarse un pezón por un amante con más edad que ella
y, por falta de dinero tuvo que ir a un sitio ilegal sin los mínimos requisitos
de salubridad, se infectó, se gangrenó y se le cayó a pedacitos?
—…mientras no
se los mire o toque o cuente, todo puede ser.
—Pues yo
teorizo que como sus mamas son grandes, su pezón es pequeño, no creo que se
erecte con facilidad, pues no es fácil para la sangre esponjar un tejido
cavernoso rodeado de tanto tejido adiposo. Y el color…
Lo
interrumpí.
—¡No mames!
¿El color también?
—Claro. El
tono del pezón es muy parecido al de sus labios. Y se halla en una proporción
tonal, que aún no descubro, con el color de las uñas, la placa ungüeal y, por
supuesto el de su vulva.
…así era Alf.
Curiosamente,
años después, Rufino Salazar me confiaría una teoría similar.
Conocimiento
Fui a una
escuela secundaria para locos y estricta en extremo. Debido a ello pasé el
examen a la Prepa, quiero pensar. El primer año ahí me la viví en las canchas
de básquet cuando no en la biblioteca. Entrar a clase me aburría, los temas ya
los había estudiado en la secundaria, que tenía una biblioteca a la que siempre
podía entrar pero no estaba permitido el préstamo de libros a menos que fuera
la lectura bimestral o-bli-ga-to-ria previamente autorizada por el o la
profesora de Español.
Dicho de
paso, siempre me pareció absurdo tener en la escuela una asignatura que tuviera
el mismo nombre del idioma oficial del país en que nací —no se llama Gramática,
sino Español—, el mismo en el que madre y padre me enseñaron el mundo. Es como
un recordatorio de que el Español no es más que un idioma impuesto y, como tal,
debe cuidar su dominio, con horas de clases a la semana, tareas y créditos
académicos… y sin entrar a detalles de aquel día que en clase de geografía me
enteré que había un lugar llamado España, que no estaba en México y que de ahí
venía nuestro idioma, el Español. En fin. Gracias a las maestras de Español
conocí a Carlos Cuauhtémoc. Creo que nunca he sufrido ningún libro como en esos
años de secundaria. Un poco porque no me gustaron las lecturas, otro tanto
porque fueron obligatorias.
¡Maldita
Secretaría de Educación Pública! Desde la primera oportunidad busca dejarte en
claro que la lectura es desagradable, no placentera y además, difícil. Es en
sus escuelas donde el mexicano aprende a odiar leer. La SEP, por irónico que
parezca, es mala educando. Y sus efectos se notan: en México se leen las manos,
las cartas del tarot, los pozos del café, los horóscopos, por supuesto y hasta
el iris, pero no los libros.
…Pues así las
cosas.
A diferencia
de la secundaria, la biblioteca de la preparatoria tenía préstamo a domicilio
sin autorización de nadie, sólo del buen o mal gusto del usuario. Además, raro
en las bibliotecas, ahí sí se podía leer. Y ese fue el principio del fin.
Cuentos
cortos, novelas, novelas largas —rusas, principalmente—. Luego,
accidentalmente, filosofía. Lo único que no leí en esa época fue poesía; no sé
por qué.
Don Juan, el
encargado de la biblioteca siempre me saludaba por mi nombre, fue él quien guío
mis lecturas.
Se acercaba.
—¿Qué lees
ahora? —Le mostraba el libro.
—Cuando
acabes —decía— creo saber qué debes leer a continuación.
En la
biblioteca era como un niño en dulcería, sin reparo, ni mesura ni orden. Don
Juan me ayudó. Me transformó en la elección de lecturas de un niño a un
ingeniero mecánico y me hizo ver que los libros, lejos de ser algo tan
agradable y deseable como los dulces, son armas, que, según se usen, pueden ser
instrumentos de muerte o guardianes de vida. Armas, sí, pero armas vivas, que
no son diseñadas, sino creadas.
Don Juan era
viejo en la época en la que yo fui joven. Cuando él fue joven, en los ’70’s,
los inteligentes o se iban del país o se unían a la guerrilla o se vendían al
Sistema. De él fue que oí mencionar por primera vez en mi vida la Liga 23 de
Septiembre… tal vez se sentía en su biblioteca como en un arsenal.
La vida es
difícil cuando la política es autoritaria, supongo. Por mi parte yo no veo así
los libros, los vi así durante los años en los que Don Juan fue mi Virgilio,
hoy no sé qué son y ni me preocupa saberlo. No me importa.
Son compañeros, supongo.
@aleljndr
:-bd
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