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Diré que todo comenzó cuando tuve mi primer trabajo… digamos… “profesional”; es decir, que andaba persiguiendo la chuleta acorde con...

Descuido Descuido

Descuido

Descuido





Diré que todo comenzó cuando tuve mi primer trabajo… digamos… “profesional”; es decir, que andaba persiguiendo la chuleta acorde con lo que había estudiado. Nada de callcenters, nada de capturista ni de vender chicles a las afueras del metro San Cosme. Ahora sí, un trabajo para el que la universidad decía que estaba capacitado. No pagaban bien, pero me alcanzaba para mí y mis vicios. Y uno de los nuevos era salir de casa de mis papás, a mis 25 y todavía viviendo con ellos: ¡NO MAMAR!
Decidido a asesinar a mi PiterPan salí en busca de morada, hogar, residencia o aunque sea un albergue o refugio. A pocas horas de emprendida la tarea ya pensaba en cambiar el proyecto de “Salirme de la Casa Paterna” por “Formas de Suicidio que Parezcan Accidente” Que ¿por qué? Pues por las pinches rentas, todas carísimas; y no, no andaba buscando depto en la Roma, la Condesa, la Narvarte o Polanco; era la humilde San Rafael.
“Tienes que cambiar tu modo de atacar el problema” Me decía mi fuero interno con voz de asesor de curso de superación personal. “No estás pensándolo bien”. Conclusión: debía buscar alguien que pagara la mitad de la renta o algo de la mitad de precio; lo que sucediera primero. Mi MiguelÁngelCornejo interno tenía razón. Sin que pasara mucho tiempo encontré a dos personas interesadas en mis proyectos, una quería saber acerca del que estaba en el tintero titulado “Formas de Suicidio que Parezcan Accidente”, le cedí mis apuntes no sin resquemor; la otra se interesaba en el de “Salirme de Casa Paterna” o, como ella lo llamaba, “Cortar el (otro) Cordón Umbilical”.
A este respecto, la que después terminó siendo mi compañera de depto y renta, todo al 50-50, tenía una teoría interesante, ella decía:
el cordón umbilical es el símbolo de la dependencia de hijos a padres, el doctor corta uno, el cordón físico, pero los hijos; o sea nosotros; debemos cortar el otro cordón, el que no se ve y el que nadie más puede cortar.
Así nuestros caminos se juntaron debido a la vecindad de nuestros proyectos; después deseché el mío y me quedé con el de ella; el mío no tenía chiste, el de ella tenía hasta metafísica.

El depto que entre los dos hallamos estaba en la Santa María, que era un poco más barato que cualquiera de la SanRafa. Tenía dos habitaciones, salacomedor, cocina y un baño. Era el departamento número 2 de un edificio grande y viejo; si no recuerdo mal había sido construido en los 50’s; o sea que sobrevivió al sismo del ’85 sin mayor  problema. Había un detalle, el edificio todo estaba inclinado hacia un lado, si se les caía agua en la entrada del depto, corría hasta los dormitorios que estaban al fondo. Con el tiempo le fuimos agarrando la gracia.
Era mi primer departamento; no comprado, obviamente; sino rentado. Era el primer depto que renté para vivir, dormir, beber, cojer y comer; todo esto mientras moría.
Ahora que se me ocurre, si fuera mi primer departamento comprado, seguramente no estaría aquí escribiendo, pues tendría, en ese caso, mucho varo; estaría en otra rehabilitación para dejar la heroína mientras coqueteo con una recaída más en la cocaína… y no le diría depto, sino depa. En fin, ése sería otro yo y todos mis otros yo tienen sólo una cosa en común: ninguno de ellos es éste que escribe.

Pagábamos la renta y dividíamos las tareas del depto entre los dos; el proyecto de cortar el segundo cordón umbilical marchaba bien, hasta que un día mi compañera de rentas quiso mudarse, la razón, un chisme.
La casera, una señora entrada en años, madre de una joven poseedora de una gran belleza; parecía muñequita de pastel —la hija, no la madre—; platicó un día que nosotros, mi roommate[1] y yo, éramos los segundos habitantes del número 2 de su edificio. ¡Los segundos! Eso significaba que los primeros estuvieron por más de 50 años. Según la casera, los primeros fueron una pareja, un matrimonio joven que perdió a un bebé recién nacido y que jamás intentaron tener más hijos durante las décadas que duró su matrimonio. Yo no pregunté “Y ¿en dónde están ahora?”, eso lo hizo mi roomie; yo no sé dónde estaban, pero seguro habían muerto. La casera respondió, “están muertos, los dos; ella lo mató a él y luego se suicidó, todo ahí en dónde usted duerme” dijo mirándome a mí; y yo pensé “Por décadas de matrimonio me suena bastante normal la conclusión, y en una de esas, hasta justa”
Yo seguí viviendo; para mí pasó la anécdota de la homicida-suicida sin pena ni gloria. Habiendo estudiado en escuelas públicas aprendí a tratar con las leyendas urbanas: en todas las primarias y secundarias se decía “Aquí antes era un panteón”, eso explicaba apariciones y ruidos extraños en los salones y pasillos; y la verdad es que me lo creí muchas veces, tantas hasta la insensibilidad. Chance podía ligar a una o dos darquetas en el Chopo si me la pasaba cada sábado diciendo “En mi depto se suicidó una ñora después de asesinar a su marido”; pero fuera de eso no veía diferencia. Ignorar o saber lo del matrimonio trágico me resultaba indistinto. Yo pasé a otra cosa con normalidad, pero mi roommate no. Ella se quería ir, no quería estar en un lugar donde pasaron cosas tan terribles. Yo le decía que habían pasado en mi dormitorio, no en el suyo. A ella no le importó, se quería ir.
Esta fue la razón por la que algo que no me importó pasó a importarme, me dediqué a averiguar sobre el matrimonio del número 2, con la intención de hallar algo verdadero que convenciese a mi compañera de depto a quedarse. Y después de un par de meses esto fue lo que encontré:

Dos jóvenes estudiantes se habían conocido en la Universidad, ambos asistían a la Facultad de Humanidades, aunque en diferentes carreras. Se enamoraron e hicieron lo que se hacía a mediados del siglo pasado cuando dos incautos se enamoraban: se casaron. Pero esto no les hizo descuidar sus estudios. Después de la boda se fueron a rentar un departamento en un edificio nuevo (nuevo en aquél entonces) en lo que antes había sido el rancho de Santa María la Rivera, parte de la Hacienda de la Teja. Hoy internacionalmente conocido como Asalta María La Rivera. Allí pasaron el primer periodo de su matrimonio, ahí terminaron su respectivas carreras, luego ambos se titularon y consiguieron, cada uno por su parte, una beca para un postgrado en Europa. No he podido averiguar sobre sus becas, no sé si era para la misma universidad o siquiera para el mismo país. Lo importante de ese entonces es que, en Europa, sucedió lo del bebe muerto; hubo un embarazo, cuidados, felicidad y por no sé qué causa, el bebé murió. Según las fuentes o nació muerto o murió al nacer o a los pocos días. Lo seguro es que fue un golpe del que nunca se recuperó la entonces joven pareja, pues, sin terminar sus becas, regresaron a México, al D.F., a la Santa María la Rivera, al depto #2, que nunca dejaron de rentar mientras estuvieron en Europa.
Luego, trabajaron dando clases en algunas escuelas toda su vida, no salían de vacaciones y eran buenos vecinos, ella daba clases particulares de francés los sábados, él de alemán. Los domingos salían todo el día a la Biblioteca Pública. Así, sin mayores cambios, siguió su rutina hasta que temprano un día los vecinos vieron llegar una ambulancia, los paramédicos se dirigieron al depto 2, él amaneció muerto, los paramédicos se fueron, llegó el Servicio Médico Forense y encontró dos cuerpos, uno en la cama, el de él, y el otro colgado del tubo del armario, el de ella. Él murió por una falla cardiaca ocasionada por alergia a un medicamento en el transcurso de la noche y ella se ahorcó con unas medias por la mañana.
Nadie supo más nada, no hubo amigos ni familiares, nada.

Mis investigaciones habían rendido frutos: acabé con el chisme de que ella era la asesina, pero, al mismo tiempo, dejaban más oscuridad que claridad. El chisme lo explicaba todo, ahora sin él tenía menos sentido.

Esto fue todo lo que pude averiguar. Mis investigaciones me llevaron a recorrer todos los deptos de los vecinos, luego a algunos de los edificios contiguos, los tenderos, hasta el Departamento de Becas para el Extranjero de la Universidad y el SEMEFO[2]. En pocos tiempo me convertí en un experto sobre la pareja del #2 a tal límite que la vecina del #6, que había conocido directamente a la esposa homicida-suicida, ya me hacía preguntas sobre el tema.

Esta condición de experto que conseguí vía vox populi es la que ahora pienso aprovechar para que mi compañera de depto no me deje; si ella se va será difícil hallar quién pague la mitad de todo. Hay algunos huecos en la historia que no he podido llenar, pero que inventaré para que mi proyecto sobre la cortadura del cordón umbilical se consume.
Lo que le voy a contar a mi roomie para que no se vaya es que todo se debió a un descuido. Debió serlo. No pudo ser otra cosa. Ya lo tengo ensayado.
Le diré que sí, efectivamente él murió, pero murió por un descuido de ella. Los dos ya ancianos, necesitaban muchas píldoras. Él era alérgico a un medicamento que le generaba ataques de ansiedad, los dichos ataques siempre se hacen acompañar de severas taquicardias. La mujer, al darle las medicinas nocturnas, al marido, por accidente, le hizo tomar la píldora a la que era alérgico; píldora que ella tomaba. Se dieron las buenas noches como lo hicieron durante décadas y luego por la mañana, ella se despierta hace el desayuno como siempre y él no se levanta, ya estaba muerto. Ella llama a la ambulancia, los paramédicos llegan lo revisan, le dicen que tiene ya horas muerto y preguntan si se sintió mal, si tomo algo, si no, etc. Cuando ella les responde encuentra que le dio un par de píldoras de las que le causan taquicardia. Los paramédicos corroboran que fue una falla cardiaca la casusa del suceso —esto después se confirmaría en el SEMEFO— La ambulancia se va y hace el aviso para que pasen por el cuerpo. Ella se queda sola y en ese momento recuerda lo de la alergia al medicamento, lo de los ataques de ansiedad, la taquicardia. Tantos años viviendo con él, conociéndolo y cuidándolo, ella sabía el daño que hacía esa alergia y aún así le dio aquél medicamento. Todo debió ser un descuido.
Ella no soportó la culpa, tomó las medias, quizá las que tanto le gustaban a él, las ató del tubo en el armario, se rodeó el cuello y, para cuando llegaron por el cadáver, tuvieron que llevarse dos.


[1] A roommate is a person who shares a living facility such as an apartment or dormitory.
[2] Servicio Médico Forense. Aquí encontré información sobre las muertes de ambos fingiendo que era pariente.

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