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Recuerdo que en cierta ocasión hice acopio del suficiente   valor para invitarla al teatro. Llegué a su casa con un ramo de violetas, la...

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Recuerdo que en cierta ocasión hice acopio del suficiente  valor para invitarla al teatro. Llegué a su casa con un ramo de violetas, la primera y única vez que he llevado flores a una mujer. Cuando salimos del teatro, las violetas se le cayeron de la blusa, y en mi confusión las pisé. Y le pedí que las dejara allí, pero insistió en recogerlas. Estaba pensando en lo torpe que yo era: hasta mucho después no recordé la sonrisa que me dirigió, cuando se agachó a recoger las violetas.
henry miller


libros & alcohol
Fue sábado o viernes. Yo ese día quería no querer, buscaba dónde estar y estaba buscando. Aburrido, cansado y sin imaginación. Lo único a lo que pude llegar fue llamar a mi hermano para verlo, para platicar y beber.
Ya había leído durante gran parte de ese día y quise hacer otra cosa. No es que me guste leer, lo que sucede es que no me gusta este mundo. Leer me ayuda a escapar de este estercóreo muladar que, a veces, no soporto. Es casi como beber, pero parece que lo supera en algún aspecto; porque, al beber, el mundo se hace soportable pero cuesta: al final la pagas con la resaca y necesitas seguir bebiendo para soportar. Por otro lado, leer no tiene resaca, por lo menos no como la del alcohol; mientras lees —ya sea teatro, ensayo (filosófico o científico), novela o nivola— estás en otra parte, cuando acabas de leer el efecto termina, efecto que puedes evocar por medio de la memoria o el pensamiento (si es que son dos cosas distintas): no es necesario leer para estar en otra parte. Esto no pasa con la bebida. Bebes y soportas, pero cuando dejas de beber dejas de soportar y por más que te recuerdes bebiendo, no te ayuda a resistir: recordar que bebes no te lleva a otra parte. De hecho, si quieres empeorar tu resaca piénsate bebiendo.
¡Demonios! No se me malentienda, no es que prefiera leer a beber. Lo que pasa es que para leer es necesario, creo yo, estar solo. Sólo solo se lee. Por ello no se puede leer en una fiesta o durante una borrachera, inclusive en algunas bibliotecas no se puede leer. Y ¿beber?, beber se puede de cualquier modo, solo o acompañado, se puede beber leyendo y se puede leer sobre bebidas, inclusive en algunas bibliotecas se puede beber.
Ahora que lo pienso, leer es como una droga, pero es mejor que la cocaína o la marihuana, por ejemplo; no porque leer sea menos perjudicial para la salud, sino por el simple hecho de que no existen grupos de ayuda ni métodos de autoayuda para dejar de leer. Existen alcohólicos y drogadictos redimidos, pero no existen lectores redimidos. Lectores anónimos.
En fin, yo buscaba alcohol, no lectura, ya había leído solo, por lo que buscaba beber acompañado. Y cuando se bebe acompañado no se lee en voz baja, se lee en voz alta; algunos a esto le llaman plática.

borrachos pa’llevar
Cuando llegué con mi hermano ya había bebido mucho, pero platicado poco. Así que hablamos de todo y de nada, de mí y de los demás, de él y de nadie. Mientras que oíamos música y nos oíamos entre nosotros llamó Maya.
—Dice que viene para acá, que quiere vernos y unas chelas.
Dijo mi hermano.
—Esa Maya no se cae con alcohol, eh.
—Sí, ¿ve’a? La Maya va pa’briaga profesional.
—Síp. La vez que nos acompañó a la tocada del Rock XCo. se cayó, pero de sueño, no de alcohol.
—¿Cuál tocada?
En ese momento el timbre interrumpió la pregunta. Abrí la puerta y aparecieron tres amigos con algunas cervezas y un par de litros de tinto; lo que me permitió probar, por primera vez, eso que han dado a bien nombrar calimocho. Es una bebida de cerveza, vino tinto y un poco de coca, que así como suena pega.
Entre calimochos y cigarros apareció Maya y le entró al brebaje. Platicando un rato con algunas rolitas de fondo, mi hermano nos invita a una fiesta. Él tiene que ir, pues ha comprado un regalo para Yas y se lo quiere llevar.
—Na’más voy, le doy el regalo y vuelvo. Ida y vuelta, no tardo.
Yo al principio no tenía muchas ganas, pero de ida-y-vuelta me apunté. Todos nos apuntamos.

Jazmín(es), Violeta(s) y pensamientos.
Jazmín y Violeta o Yas y Viole o Viola.
Jazmín y Violeta son hermanas; aunque también son flores, pero las flores no son hermanas. El jazmín es una flor de un arbusto; hay cuatro especies de jazmines, cinco, si contamos a Jazmín entre estos jazmines.
Violeta, por otro lado, pertenece al grupo de las violáceas, a este grupo pertenecen los pensamientos, lo que llama mi atención es que las violetas poseen flores comúnmente solitarias; violeta igualmente es un color, y es un color interesante, porque es el ultimo de los siete del espectro visible de la luz solar; violeta se sitúa a un paso de la radiación ultravioleta, esa que ya no percibe el ojo humano. Quizá Violeta vea en ultravioleta puesto que está a un pasito. Ahora que, si Violeta se escribiera con b, tendría el prefijo bios, ya sabes, como biología…eso sería un detalle realmente sugestivo.                                                                                                                                                 
Violeta y Jazmín o Viola o Viole y Yas. Hermanas extrañas, raras; por lo menos a mis ojos, ya que no respetan el paradigma de la hermandad, el paradigma que está presente en toda hermandad (sanguínea o no), el de Caín y Abel: ellas se llevan bien; quizá se llevan bien por que no son de la misma familia. Llevarse tan bien entre hermanas es sospechoso… o por lo menos parece que se llevan bien. De cualquier modo parecer que se llevan bien se me hace igual de sospechoso.
Quizá no las conozca lo suficiente, es verdad que las he visto pocas ocasiones, y en todas ellas nos hemos emborrachado juntos. Ahora que lo pienso creo que no las conozco sobrias. No digo que sean un par de alcohólicas (tampoco digo que no sean un par de alcohólicas), sólo que siempre que las he visto nos emborrachamos. Y esta vez no pinta para ser la excepción. Y no lo fue.

alcohol y rock’n’roll
De entre nosotros mi hermano es el que anda más borracho. Pero al llegar a la fiesta ya no se le nota tanto, puesto que todos andaban hasta atrás. Incluidas Yas y Viole, por supuesto. Yo ya estaba calimocho, pero estable; sin embargo, chelas y ginebra se encargaron de empatarme con el resto de la fiesta. Maya, como es usual en ella, andaba bien, a pesar de estar tomando lo mismo que yo. Es un hígado joven: así me lo explico.
Comenzamos sentándonos a beber y beber, como es mi costumbre. Viole y Yas bailaban con sus amigos y amigas, todos borrachos. Yo miraba que Viole no bailaba tan mal, una chica pequeña, delgada, de movimientos graciosos y violáceos (por supuesto). Es obvio que eché un ojo a su trasero: pequeño o sea, a su tamaño, cadera coherente con el resto de su cuerpo. Dejé de verla y me consagré a otra cosa; pero, entre que me dedicaba a mi cerveza y fumaba un poco, algo, que después supe que era alguien caía sobre mí. Por mera reacción levante mi pierna evitando que ese alguien, víctima de la gravedad, cayera al suelo; era Viole en caída libre. Mi pierna evitó, en poco, el golpe. 
— ¿Las violetas acostumbran caer? —le pregunté.              
—Gracias. Me salvaste.
Me dijo Viole.             
—Lo siento, no fue mi intención, reaccioné. Eso es todo.
La ayudé a levantarse y siguió bailando como si cualquier cosa.
Como andaba Maya por ahí, en esta ocasión, no me reservé exclusivamente al alcohol. Sin dejar de beber bailamos, bebimos y bailamos. Bailamos solos, entre nosotros y con otros. La intención era divertirse, y cuando Maya y yo bailamos divertimos y nos divertimos.
El punto es que con tanto zangoloteo de mecanismo pu’s se me bajo la briaga, ‘tons, sin estar sobrio había vuelto a mis-cinco y aún seguía con el bailongo. En una de esas perdí a mi pareja estrella: Maya. Ella quedó bailando con alguien más y yo solo. Viole me vio, seguía borracha y quizá le di lástima. Je, je. Quizá debió pensar “Ya baila muy mal como para que baile solito” y ella no baila nada mal. Así que se acercó a practicar “la expresión vertical del deseo horizontal”…aunque creo que esas palabras definen al tango, no a lo que bailábamos… en fin. No recuerdo que sonaba; lo que quiero decir es que, de repente, sin darme cuenta, ella me embadurnaba el culo en la pelvis y yo, entre el intento de tomarla de la cintura y que ella se movía al ritmo de la música, pu’s, de vez en vez, lo que le tomaba era el atractivo de retaguardia. La primera vez no me di cuenta (lo juro): mi mano sobre su nalga y yo creía que era su cintura. Lo que me hizo advertir mi falta de ubicación anatómica fue, lejos de un examen visual, palpar la zona. Entonces pensé, a la vez que tentaba generosamente dicha parte: “…esa Viole no tiene panza, ‘tons ¿qué chingados es esto?”, bajé la mirada y vi su gracioso glúteo toqueteado por mi tosca mano.
Soy un patán. Es la verdad. Lo primero que pasa por mi entre-orejas es que esa nalga —por lo menos esa, la otra aún no la palpaba— se siente más grande de lo que se ve. ¿Te imaginas si tuviera un glúteo más grande que otro?
…en fin, así la andaba trasteando y, o parecía no importarle o estaba realmente borracha, lo que era un hecho es que ella sólo se me adhería más. Yo, por supuesto, no me quejé. Me gustó su masaje cuerpo a cuerpo al ritmo de la música.
El alcohol desinhibe, es cierto. Estoy seguro que ella, sobria, no hubiera permitido el mencionado contacto y yo, sobrio… ¡yo ni siquiera bailo sobrio!

no bailo, ni “bailo”
Ahora, es cierto que he dicho que yo bailaba esa noche. Pero “bailar” es un poco atrevido. Yo no bailo ni “bailo”, de hecho soy una piedra, y ni siquiera rolo como una. Si se me pregunta, el bailar carece de interés para mí; además no me gusta ni me desagrada. Es por eso, creo yo, que puedo pasar la noche sentado en un rincón mientras el mundo gira o puedo pararme a intentar girar a su ritmo. Me da igual. De todas formas alguienes se moverán y alguienes estarán en reposo. Parece ser física básica. Aunque creo que ahora la física no cree en el reposo, “todo está en movimiento”; sin embargo hay cosas que no se mueven, como si estuvieran en reposo. De estas cosas se dice que tienen velocidad cero. De este modo, cuerpos en velocidad cero y otros en velocidad-no-cero; todos moviéndose, o por lo menos intentándolo, al ritmo de la música.
Normalmente (casi siempre) me quedo sentado; eso hace pensar que no me gusta bailar o que no sé bailar, lo que es cierto es que soy un huevón. Pero cuando me levanto y pongo a “bailar” me gusta hacerlo con Maya. Mayapach tampoco baila (ni “baila”) parece ser que genéticamente estamos negados para esa práctica; sin embargo, moverse con gracia sí se nos da. Entonces cuando ella y yo nos ponemos a intentar bailar como los otros, sólo conseguimos hacer algo que te arranca una sonrisa cuando lo ves.
Bailar es, en gran parte, una serie de acciones predispuestas que, una vez aprehendidas, se van mecanizando poco a poco. Lo que Maya y yo hacemos no tiene nada de mecánico, es un puro acto lírico, es como un monólogo improvisado en el teatro o como un palomazo entre bandas: nada hay de ensayo, nada de pre-visión. Es por esto que, para que nos juntemos y hagamos como que bailamos, necesitamos estar de buenas, estar creativos e inspirados. Somos “la ocurrencia en movimientos físicos” y, como los realizamos entre quienes bailan con fondo musical, es por eso que algunos creen que Maya y yo bailamos. Pero no, lo que ella y yo hacemos es más primitivo que el baile, es expresar la música, la que sea, por medio de movimientos corporales y actitudes físicas.
Es cierto, igual hay que decirlo: no siempre lo conseguimos.

Por esto, básicamente por esto, Maya es mi pareja estrella, y creo que yo soy la suya.

intempestivo, inoportuno
También es cierto que Viole y yo dejamos de “bailar” y no recuerdo aún, bien a bien, como pasamos a platicar a la cocina; creo que yo buscaba la ginebra, pues ya no había chelas. Platicamos nada en específico sino cualquier cosa. Lo que hasta hoy recuerdo y me hace sonreír, es que, así, sin más, de un momento a otro, a media plática, Viole dio ese pasito que le hacía falta y se transformó en ultraViole, creo que comenzó a ver algo que mis ojos humanos no percibieron, pues se acercó un poco más de lo normal hacia mí y dijo:                   
—Cállate y bésame.                      
Eso me sacó un poco de situación. Así que pensé decirle:
—¿Besarte? Pero si estamos platicando.             

A veces, con frecuencia, pienso idioteces.

Pero no le dije nada. Me acerqué a ella y nos besamos. El paso más difícil ya se había dado.

Soy lento para actuar, por eso, cuando pienso idioteces no siempre las digo.

Y allí estábamos, besándonos; pero yo sólo atinaba a decirle lo misógino que soy, lo patán, lo felón y mujeriego. Mientras ella se besaba con alguien en una fiesta en la que había bebido; yo tenía la cabeza en otra parte: veía el mismo hecho más serio de lo que era para ultraViole. Traté de justificarme como si ella, beso a beso, me arrastrara al altar o a alguna pendejada de ese tamaño.
Este fue el motivo por el que no terminé de sintonizarme con ella, ni en la cocina, ni cuando apagué la luz, sino hasta después de un rato que fuimos al armario de su cuarto a que el toqueteo fuera más cómodo. 
—Hablas mucho.                           
Me dijo allí.                 
En pocas palabras hice el idiota. Ella me puso mis pantalones en la rodilla y yo no le agarré más que la nalga, y eso cuando el baile.                       
No pude seguir, pues pensaba en que estaba borracha y eso era su motor; entonces se apenaría del faje cuando sobria. Por esto la detuve, regresé mis pantalones a su lugar preguntándome en qué momento se las arregló con el cierre de la bragueta y el cinturón. Luego la tomé de sus muñecas y le dije:                                
—¡Aguanta! Estás borracha, mañana no te vas a acordar de la mitad de lo que pase hoy y te arrepentirás de todo lo que recuerdes.
Ella me miro —o eso supongo, porque la luz en el armario no era suficiente para ver nada— y dijo arrastrando las consonantes.           
—No estoy borracha.                             
Se estrechó a mí y seguimos.                       
Pronunciado ese enunciado surtió efecto en mí como invocación mágica.
Esa situación sí que era mi situación: sintonizado al fin y con los pantalones en su sitio, tenía todas para arreglármelas y pasar un buen rato. Estaba listo para escanearle su cuerpecito, para leerla en braille de pies a cabeza y averiguar qué diantre dice.
Ya no me importaba explicarle nada más, ¿justificarme? ¡menos! Decía no estar borracha —lo cual evidentemente era mentira— pero dejó de importarme su posible cruda moral. Estábamos en un lugar oscuro, cálido, cómodo y solitario. De este modo, justo cuando ponía manos a la obra, alguien gritó.
—¡Me voy en cinco minutos! ¿Te quedas?          
Era mi hermano, buscándome. Aunque creo que nunca me buscó, creo que sabía exactamente en dónde estaba.
“¿Sabrá también con quién estoy?” Me pregunté.
Ida-y-vuelta, ¿recuerdas? Yo ya lo había olvidado. Lo olvidé.
—No, ya voy.                                    
Le respondí desde el armario. Viole ni se inmutó, convertida en ultraViole continuó el agarre como si nadie hubiera gritado nada; a ella el grito no la interrumpió. En breve, mi hermano volvió a gritar.             
—Me voy, y Yas se va conmigo.                          
Justo cuando la última vocal de la frase terminó de sonar, Viole salió tan rápido del armario que no me di cuenta.
—Quizá esa velocidad explica lo del cierre y el cinturón.
Dije, solo en la oscuridad del armario.
Después me enteré que mi hermano supo siempre con quién estaba yo, y quería hacer salir a Viole a cualquier precio, así que por eso amenazó con llevarse a Yas. Le funcionó. Él conoce más a las hermanas.

advertencia
Me manejé lento. Lo sé.
Quizá si, en vez de darle explicaciones que no me pedía hubiera puesto manos a la obra…
Lo que pasa es que, y aún ahora, que recuerdo esa noche e intento escribir sobre ella, no renuncio a la necesidad de dejar en claro lo cabrón que soy, inclusive a quién sólo quiere un faje o un faje-borracho. Inclusive a quién nunca vas a volver a ver, inclusive a quién, al día siguiente, no recordará un pito de nada (y de nada un pito… je, je). Me parece un acto de mínima sinceridad diplomática que permite evitar confusiones y ser claro desde el principio.
Sí, soy cabrón, culero, misógino y ojete, y creo que debo hacerlo saber a toda aquella que bese (y/o quiera besar) mi gran bocota para evitar complicaciones, futuras y/o presentes. Y la mejor manera que se me ocurre para hacerlo saber es mostrarlo en una anécdota en vez de definirlo.
Creo que vo’a empezar con “Una vez…”
Sí, así voy a comenzar.                      
Una vez, escribiéndome con una ex-novia, sacó el tema sobre porque habíamos terminado, yo, en pocas palabras le dije que no sabía comportarme en pareja y menos vivir con una. Soy muy descuidado como para que alguien dependa de mí; y este descuido, cuando la dependencia es sentimental, se entiende no como descuido, sino como cabronada. Una cosa llevó a otra y entre todo me preguntó, por escrito, cuál era la mujer perfecta para mí. Creo que yo andaba distraído, muy de buenas y un poco escurriéndome miel, porque casi inmediatamente, le di una descripción medio mamona de mi mujer perfecta en una chingadera que escribí y que pa’colmo, le puse de encabezado (de título, pues) Se busca musa; ni siquiera me pasó por la cabeza ignorar su petición y mucho menos pensar que lo hacia pa’chingar.                    
Se busca musa era una cosa cursi (¡cursísima!) en donde describí (solicitando), en formato de anuncio personal de periódico, a la chava que pretendo, pero lo hice de una manera mitad fanfarrón, mitad enmielada, de miel, porque eso le escurría: miel, supuraba mielda. Fíjate: para empezar, me pidió describir a mi mujer perfecta, y yo, de mamón, describí a mi musa [Lo cual, dicho sea de paso, hasta la fecha creo que describe a mi mujer perfecta ¿Quién sabe? ¿Qué tal que el conseguir una musa te garantiza la conversión en artista?]. Luego, lo cagado, y de dónde mi ex-novia se agarró para pedorrearse de mí, es que yo escribí de mi musa muy… ¿cómo decirlo? muy metafísicamente; hablé, pues, de una musa, de una mujer, como sin tetas, ni culo, ni jeta. Esto es: describí a una no-mujer. ‘Tons, mi linda ex-novia, conociéndome lo cabrón que soy, me escribió de vuelta esto que aquí transcribo[1]:                     

ja,ja,ja y más ja...
no argumentaré nada, sólo contaré una historia...
era pues un sujeto que tenía tres novias, un buen día se siente cansado y decide casarse.
Le comenta a su madre su decisión y le pide consejo para escoger entre las tres afortunadas.
Ella le dice que le de a cada una una moneda de oro, que vea qué sucede y que después él elija.
Así lo hace y espera un mes.
Al mes llega con la primera y le pregunta qué hizo con la moneda, ésta le dice que se la gastó en cosméticos, para lucir bien bonita para él y que todo el pueblo lo envidie por tener a la chica más chula.
Va con la segunda y le pregunta, ésta sin embargo le dice que guardó la moneda para el momento en que él pudiera necesitarla y le regresa su moneda.
Va con la tercera, y le hace la misma pregunta, esta le dice que tomó su moneda, la invirtió en un negocio muy rentable, por lo que ahora tiene dos monedas más, las cuales se las dio.
Así que el muchacho se queda pensando en cuál de las tres jóvenes le conviene más, y después de una larga velada de profundos pensamientos decide casarse con la de pechos mas grandes.

Soy un pendejo, porque después de leer esto como tres veces entendí que intentaba molestarme, pero desde que me preguntó sobre mi mujer perfecta.
Mi ex-novia, creyendo que me había fastidiado de lo lindo, quería saber qué pesaba de su historia. Yo, para su sorpresa y la mía, no me molesté en ningún momento; de hecho me cayó de extraño que ella, que me conoce lo ojete que soy, aún ella, se quedaba corta, pues su relato o historia describía a un tipo, pero de una manera “romántica”, alejada de la cruda realidad. Explico porque.                       
Le hice ver que su relato, en lo único que se parecía a un escenario real es en que el tipo tenía tres novias[2], pero, en todo lo demás estaba equivocado; porque, en primera, ningún tipo se casa por sentirse cansado. ¿Cansado de qué? ¿¡De tener tres novias!? ¿Y qué? ¿¡Va a descansar casándose!? Y nadie en sus cinco, le pediría consejo a su madre sobre con quién casarse y ninguna madre aconsejaría dar efectivo, y mucho menos oro, a las pretendientas de su vástago. En segunda, ningún hombre elegiría a una chica por tener los “pechos más grandes”, lo correcto es que, si se diera el caso, la elegiría por “chichona”, exactamente por “más chichona” En tercera, si llegara a darse el caso, no la elegiría pa’casarse, no en esta dimensión; la elegiría para copular, eso sí. Es más, quizá la elegiría para formar un bufete jurídico o fundar una escuela filosófica pero nuca para casarse. Y por último, y lo más importante: ¡nunca se daría tal caso! Esto me hace pensar que ella, mi ex-novia, una mujer, es la autora de dicho relato. Y digo “una mujer” porque un hombre, uno sincero, no podría escribir tal cosa.
Nunca se daría tal caso porque, en la realidad, un tipo no elige a una mujer por “chichona” (ni por “más chichona”) Neta. El tamaño no importa; la elegiría respetando otros criterios.
Así que, como mi ex-novia me dio su opinión sobre Se busca musa en forma de relato, y, luego me pidió la mía, se la di en forma de diálogo breve donde se muestra lo fantasioso (irreal, ilusorio y ficticio) de su cuentito:

—¿Sabes cuáles son las mejores tetas para un tipo (cualquier tipo)?
—…mmm. ¿Cuáles?
—Las que tiene a la mano.

El tamaño no importa, importa el espacio, sí, pero no en el sentido de grande o pequeño, no de grandes tetas o de pequeñas tetas; importa en el sentido de grandes distancias y de pequeñas distancias, en el sentido de cerca y lejos.
Así, las mejores tetas no son las más grandes, son las que se tienen a la mano.

sonría, por favor
Sábado, fue un sábado. Ya me acordé. Lo recuerdo porque llegué un poco desvelado y resacoso al ensayo del domingo. Tuve esa sonrisa de imbécil todo el día. Uno o dos se molestaron en el ensayo por presentarme tan de buenas. No sé porque sonreía y no sé porque no me sentí frustrado. Tuve mi oportunidad y la desperdicié: ¡ni pedo! Así ha de ser eso de que te callen y te exijan un beso. No lo sé. No me pasa con frecuencia… y eso que hablo mucho.
Ya acabado el ensayo y de camino a casa, mientras aún no entendían porque estuve tan risueño todo el día me acordé de una parte de una canción que me hizo ampliar un poco más la sonrisa.                              




Y no la consintieron. Estuve contento.
La sonrisa me duró algunos días más. ¿Por qué? Lo ignoro.
Pues debería estar de malas, porque no aproveche para hacerle saber a Violeta la clasucha de culero con el que se metía al armario; y tampoco pude atascarme de las tetas que tuve a la mano. No las pude manosear por lento o tal vez lo intenté, pero las violetas ya no estaban en la blusa porque se cayeron. Seguro piensa en lo torpe que fui; sin embargo, estoy aquí, esperando la sonrisa que me dirija cuando se agache a recogerlas.

epílogo: besos sabor cenicero                    
¿Será que na’más soy yo?                      
¿No te ha pasado?                              
A veces, cuando bebes mucho o durante mucho tiempo, la boca te sabe a cenicero, y la situación empeora al despertar. Es el sabor a cenicero más el cálido aliento mañanero; ese que sabe a óxido; o sea que juntos serían como cenicero oxidado, ¿no?
Quizá sea un problema mío de aliento. Halitosis alcohólica, quizá.
Con todo, los besos con ultraViole fueron sabor cenicero, a cenicero no oxidado. Fajamos alcoholizados y, al final, como siempre, el alcohol cobró factura. Para mí no fue desagradable el sabor, sólo singular. Espero que ultraViole piense igual. Y si no es así no me importa, ya besaré a Viola o a Violeta o Bioleta o a Viola, y a Violenta, si lo consigo; ya habrá besos sobrios y armario a oscuras, pero en silencio y sin interrupciones, y no manos rápidas, sino precavidas. Ya habrá sintonía y violetas antigravitatorias.


[1] Me tomé la libertad… ¡No! Ejerzí my derecho corrijiéndo las fal tas orthograficaz.
[2] ¿Cabe aclarar aquí que cuando yo anduve noviando con ella salía, a la vez, con otras dos chicas?

2 comentarios:

  1. No cabe duda que sólo los que pasamos un pedazo de vida a tu lado disfrutamos estos recuerdos plantados en este blog. Gracias por existir Lucifer.

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  2. ¡Qué triste! Pues la idea es que lo puedan disfrutar todos los que lo lean.

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