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§ Sentir. Pensar. Escribir. § Complejo del Aparador es un nombre pomposo para una experiencia muy común: se te antoja algo y no...

LecciónSobreEscritura LecciónSobreEscritura

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Sentir. Pensar. Escribir.

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Complejo del Aparador es un nombre pomposo para una experiencia muy común: se te antoja algo y no sabes qué es. Casi siempre se trata de comida y el intento de solución que corre el riesgo de terminar en simple y desesperado paliativo es pararse en el mostrador de los comestibles y cruzar los dedos para averiguar qué es eso que quiero. Cuestión nada sencilla.
Claro que hay métodos —¿dulce o salado? ¿sólido o liquido?— pero ninguno infalible.
Justo así  me pasa a veces con escribir. Quiero hacerlo pero no sé sobre qué. Ésta es la razón por la que he llegado a escribir sobre los libros que leo: simplemente no tengo de qué escribir. Es como tener las ganas pero carecer de la creatividad. Eso me pasa con tediosa frecuencia. Por eso juego futbol, me dan ganas de jugarlo, más que de verlo, pero cuando me pasan el balón, no sé qué hacer con él; por lo menos de joven corría como loco.
Estoy exagerando. En honor a la verdad, a veces sí sé qué hacer con él —pasar al compañero en ventaja, pausar el juego, quitarme al contrario para mejorar las posibilidades de mi equipo, tirar a gol—, pero lo intento y no lo consigo —fallo el pase, no atino a la potería, etc.—, me falta práctica y el rival siempre es más ágil, y, últimamente, más joven. Muchos de los jugadores han jugado desde niños… algo así pasa con escribir; seguido se me ocurre qué escribir, pero no lo logro, no me sale. Es decir, Borges traducía del  inglés a sus 9 años, ¡carajo! Y luego ¡a quién traducía! La sensación de haber llegado tarde a todo (a jugar futbol, a escribir) me persigue. Crisis de los 40 —sí, de los 40, siempre he sido precoz; también en ese sentido, mi récord son 30 segundos. Por ésta y otras razones —por ejemplo las llamadas Reformas Estructurales impuestas éste sexenio o la muerte de grandes músicos y escritores— mi último apotegma que recito como muletilla es: no somos nada. Evidentemente se trata de la versión cobarde, la valiente sería algo así como: no soy nada.
¡Pinches paradojas! Recuerdo que cuando las conocí me divertían y entretenían, hoy me arrancan visajes como reacción. No soy nada, podría parecer grave, pero considéralo un momento, si yo sostengo que no soy nada, parecería ser que soy algo, puesto que la negación no, antepuesta al sustantivo femenino nada, nos obliga a concluir que el yo que sostiene no ser nada, entonces, es algo; así, decir no soy nada significa que el que lo dice es algo; por lo demás una simple perogrullada, pues el que sostiene o dice (o escribe) patentemente es, puesto que sostiene o dice (o escribe). A partir de aquí es obvio lo que se sigue: si digo soy nada es insostenible puesto que, primero, al ser ya soy (soy algo o alguien) y, segundo, usar de predicado el sustantivo nada cuando el verbo es ser, se está haciendo de la nada algo, pues se dice que la nada es: yo soy nada. ¿Será sólo una trampa del lenguaje? En español sucede: decimos: no tengo nada o no quiero nada. Esto no pasa por ejemplo en alemán o esperanto. En esos casos se dice, quiero nada o tengo nada o dije nada:
ich will nichts, ich habe nichts,

ich sagte nichts y mi volas neniom, mi havas neniom, mi diris neniom, respectivamente.
Con el tema de la nada, nada es simple.
Nada se me ocurre para escribir, nada sé sobre el negocio. Querer es fácil. Quiero escribir, quiero meter un gol, lo complejo es hacerlo. Claro que no pretendo ser futbolista profesional, con tanto ejercicio y dieta (de sólidos y de líquidos), no lo lograría. No poder empedarme o fumar, los nervios previos a cada partido; estoy seguro que me daría diarrea antes de alguna final, no podría dormir bien y hasta un ataquillo de ansiedad me andaría provocando… el mismísimo infierno. Entonces siguiendo la analogía, tal vez tampoco quiera ser escritor profesional. Que me paguen por escribir estaría a toda madre, pero una cosa es el varo y otra hacer lo que se quiere y pocas (poquísimas) veces coinciden.
Podrías pensar que escribirescribir, ya estoy escribiendo; pero cualquiera puede poner una letra tras otra, juntar palabras creando un mínimo de sentido de manera que no violente la gramática ni la sintaxis, pero eso no es literatura. Una lista de compras no es literatura. Esto no es literatura. La literatura es esa parte de la escritura que… ni siquiera puedo acabar la frase, rematarla, porque, obviamente, no sé qué es la literatura. Sé que hay libros que no lo son, escritores que no son escritores.
Me detengo ante el teclado y aparece una pregunta: ¿los escritores saben que son escritores? ¿De qué depende que esto que lees sea (o no) literatura? ¿De que sea reconocido como tal? ¿De que muchos lo crean literatura? Dudas, por otra parte, muy vigentes que ya el dadaísmo ha resuelto hace mucho.
¡Oh, el Dada! Que la literatura se vaya a la mierda, ¡al cabo y qué! Como si alguien aún se tomara la molestia de leer.


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“… el hombre exento de la envidia y la malevolencia, que son las enfermedades profesionales del escritor.” dice J. E. Pacheco sobre Carlos Fuentes.
Envidia y malevolencia.
Dicho así convertirse en escritor es sencillo, por lo menos las enfermedades profesionales ya las tengo.


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“…todo se relaciona con todo y la tarea del escritor es buscar esas conexiones.”     

J. E. P.

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Escribir es pedantería, intentar escribir, falsa humildad. Pero hay cosas que sólo siendo falsas son auténticas: la mentira es una, la moral es otra, la humildad es otra más; y faltan.
Hay quienes toman notas en una libreta que llevan consigo todo el tiempo, como si siempre tuvieran algo importante que salvar del olvido, como si escribir no fuera producto del trabajo y sí de inspiración. Las putas y las musas tienen en común demasiado (por eso con frecuencia la misma persona puede interpretar ambos roles), tanto que había que ponerles nombres diferentes para distinguirlas cual si fueran dos. Siguiendo la sospecha nietzscheana de que los hombres crean a sus dioses —y no al revés—, pues entonces los artistas han hecho lo propio con sus musas; y el arte tiene una regla de oro —muchas—, que ha tomado —claro, pues no ha salido de la nada— de quehaceres menos espirituales, pero harto necesarios: si vas a hacer algo, hazlo lo mejor que puedas. Si te vas a inventar que tus incapacidades creativas se deben a
 algo y no a ti, pues ¿qué mejor que en el marco teórico te soples conceptos como “inspiración” y “musa”? Musas y putas… sí, también tienen en común que ambas son mujeres, pero eso para otro día… ¡ah! y no me malinterpreten, no soy misógino sólo soy misántropo. La bebida ayuda. Siempre. Pobres de los abstemios porque de ellos será la tarea de ser los únicos sobrios en la bacanal de la realidad; como al soldado solitario en la estacada que le han ordenado luchar hasta la última bala y después usar la bayoneta, o ¿será, simplemente, que lo han olvidado con pretextos de bélica logística en una posición perdida?. Los exalcohólicos, exyonquis y unicornios tienen algo en común. El alcohol ayuda a escribir. Beber es un pretexto para hacerlo; a mano o boxeando con el teclado —como Bukowski decía; cabe aclarar que él se refería al teclado de una máquina de escribir que hoy llamamos mecánica; con esas sí se podría boxear, con un teclado de compu na’más nel—, pero siempre algo transparente o marrón, lo que sea, macerando un par de hielos en un vaso, el-que-sea. Por esta razón mi abuela me regala anforitas portátiles vacías —bacías vacías—, libretas también vacías y botellas llenas: porque a veces hay que escribir.A ratos vislumbro la Iluminación en el horizonte a lontananza. Una de esas veces me di cuenta, en medio de las situaciones más cotidianas que pudiéronme ocurrir, que soy un hipócrita; advertí, deslumbrado por la verdad de la verdura —es dura la vida, pero es más dura la verdura—, que si yo fuera dos gramos de sincero, siempre (y esto es:) si-em-pre, llevaría conmigo un poco de alcohol. Siempre. No pudiendo más con la dureza de la verdad, corrí a contarle a una de mis pocas amigas y a la primera de chances, pos que me regala esa anforita/licorera portátil que tan sociable y tolerante me ha hecho.  Seis onzas de humanidad. ¿Qué hago? ¿me niego?La bebida es un pretexto para escribir, igual que vivir. Vivir es como una novela rusa: un chingo de personajes, unos culeros, otros no, pesada como la chingada, con un madral de páginas, unas aburridas (las más), otras entretenidas (las menos), y al final… y al final no sé, porque no he acabado de vivir... Esta analogía está de la verga; malograda… a ver si así: vivir es como una novela rusa con final abierto… y no explicaré nada para que cada quien se largue a su fuero interno a averiguar qué chingados tiene que ver vivir con una novela rusa de final abierto… abierto, sí, como tengo unas amigas.La vida como pretexto para escribir: pues que se me ocurre dejarme las uñas largas, pos porque chance así me rasque mejor; pero lo único que he logrado es sensibilizarme sobre mis movimientos de manos; dedos incluidos. La neta sí me rasco mejor pero cuando me rasco, porque, pendejo con uñas nuevas, me rasguño mucho; también me cuesta un poco de trabajo escribir en el teclado; ya hasta le quiero echar pelos al mismo, pues no le atino. Pero ahora que vuelva el cortaúñas de vacaciones lo voy a obligar a ponerse al corriente: me dejo las uñas largas para rascarme mejor.La otra pendejada de vivir como pretexto del escribir: el síndrome Dante. Se me dio tirarme a los infiernos pero sin Beatriz a quién buscar, ni guía virgiliana: turismo de a devis; las vírgenes siempre me han dado güeva. Y pos acá ando, y la neta si apesta reculero a azufre con S de sulfuroso; bueno, hasta terminé en la puesta de El Infierno de V. Leñero en el Centro Cultural del Bosque —muy recomendable, por cierto—. Bueno, ivagínese Ud. que hasta’l aguardiente le ando ando y llevo 6, ¡sí 6! fines de semana en el agua. ¡Ah, pero eso sí! Sólo los fines de semana, porque si no a ¿qué hora leo o estudio o vivo?Y la mera verdad es que, por tanto andar preparándome para escribir, pues ni he escrito nada. Se me hace que escribir es como metérsela sin condón a una joven desconocida de tetas y culo firmes —como si lo conocido le quitara lo 0+ a alguien—: se te antoja harto (porque quizá ya se te olvidó como es), va estar chido, a lo mejor acabas tempra, pero se sentirá rebien, no sabes cómo terminar y las consecuencias no te van a dejar dormir.



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La pistola de Chéjov.

Donald Royfield en su biografía sobre Chekhov, eplica que Ilia Gurland anotó las reglas del teatro según Chekhov:"Lo que sucede sobre el escenario  debería ser tan complicado, y a la vez tan simple, como en la vida. La gente cena, se limita a cenar, mientras se consagra su felicidad o se destruyen sus vidas. Si aparece una pistola colgada de la pared en el primer acto, alguien debería hacer fuego con esa pistola en el último acto."
Lección sobre la pistola de Chéjov.No hay que hacer fuego con la pistola de Chéjov, mucho menos dispararle: debemos hacer que se suicide con ella.




@aleljndr



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