Aprendí a
manejar antes de tener auto. Y tal vez para demostrar el equilibrio del
universo, que tan difícil es ver a veces, tuve motocicleta antes de aprender a
manejarla.
El Universo
es equilibrio y el que no lo veamos así no significa que no sea así: ausencia
de evidencia ¿es evidencia de ausencia?
Cuando el
vendedor me dio la factura y las llaves le pregunté ¿cómo se prende? Y
sorprendido dijo: no sabes andar en moto. Lo dijo, no lo preguntó. Y luego: En
ustedes los motociclistas es difícil distinguir valentía de estupidez.
Dijo: Ustedes
los motociclistas, incluyéndome en el grupo.
¿Me hace
motociclista o tener una moto o comprar una sin saber usarla?; o sea, ¿o el
hábito hace al monje o desde antes de tener moto ya era motociclista —desde
antes de ser motociclista ya era motociclista— porque confundo estupidez con
valentía?
La gente,
incluidos los vendedores, no entienden a los motociclistas, entre otras cosas,
porque confunden apostar la vida todos los días con quererse morir. No todos
los motociclistas queremos morir pero sí todos (motociclistas o no) apostamos
la vida diario.
Aprendí a
manejarla en poco tiempo y hasta hoy sólo me he caído tres veces. He oído decir
a los antiguos —tipos que llevan décadas en moto— que existen sólo dos tipos de
motociclistas: los que se van a caer y los que ya se cayeron.
Me gusta la motocicleta, me pone atento y me aleja de
los humos de la cotidianidad que asfixian la auténtica existencia. Un auto es
una burbuja, controlas el olor, la música y hasta la temperatura. Tiene bolsas
de aire y si chocas a 60 km/h sales tan bien librado que puedes bajarte a odiar
tu suerte mientras revisas el golpe. Si en la moto chocas a 60 y te puedes levantar
después, podrías ir a besar y abrazar de felicidad al que te chocó, si el susto
y tus esfínteres te lo permiten.
La moto es
más cercana a la vida que el auto, en ambas no existe la repetición, las
decisiones que tomo o distraerme por un segundo en nimiedades pueden matarme.
Debo ser impecable porque la vida es implacable. Como la moto.
Y no es en lo
único en que se parecen.
Si trato de
controlar la moto, la perderé. Nadie quiere tener un accidente en moto, pero si
dejas que esa idea te domine, lo único que se consigue es un accidente; porque
no estás en la moto, no la conduces, el miedo te conduce. Pero en el momento en
que aceptas que te puedes caer y aun así te subes, el miedo comienza a
desaparecer y es entonces cuando puedes dedicarte a estar en ella, a
disfrutarla, a entenderla. Eres libre en ella, aunque te puede matar. Hay
personas que no pueden dejar de temer hasta que se caen, por eso es lo primero
que hacen al subirse: caer. Las hay otras que viven décadas sin miedo y sin caer.
No sé en qué se halle la diferencia. Tampoco sé cómo pasa uno de timorato y
tembleque a la tranquilidad de aceptar la posibilidad de la muerte para
disfrutar la vida. No lo sé. Pero hay tanto que no sé… y esa es una gran
ventaja, porque ignorar mucho supone que se sabe poco y al ser poco lo sabido,
se tiene bien claro y trabajado ese poco, además de que es más difícil olvidar
poco que mucho.
La moto también fue producto de VASY. Me ayudó a advertir que tenía una larga lista de cosas que se me antojaban hacer pero que no hacía por miedo. Hoy la lista ya no existe, fui tachando una a una, después de realizarlas; algunas las hice sólo una vez para darme cuenta que no son lo mío, al realizar otras perdí el miedo de inmediato, pocas más aún me atemorizan, pero no dejo de hacerlas. La moto es una de éstas. La lista de pronto crece; cambió de ser La Lista de las Cosas que Temo por La Lista de las Cosas por Hacer. Creo que aceptar que la cobardía limita mi libertad me dio el valor para hacer algo al respecto. No lo sé. No es que deje de tener miedo; todos los días temo accidentarme en la moto. Todos. Pero igual me subo y regreso completo a casa, sólo con un día más de experiencia. Hay días difíciles. A veces sueño que me caigo, ese día me cuesta un poco más manejar pues durante los semáforos en rojo, el recuerdo del sueño —que debería calificar de pesadilla— aparece, en cada luz roja ahí está. Pero hoy, algo lo desapareció.
Hoy en la
mañana frente al semáforo en rojo, mientras concentrado recordaba el sueño de
la noche, un auto detrás me insistía algo con el claxon. No entendí qué quería
hasta que me hice a un lado y avanzó brincando la luz roja. Adelante en el
siguiente semáforo hizo lo mismo, se pasó el rojo. Cuando casi lo había
olvidado, unas calles después, el auto estaba parado ante el rojo en una
avenida grande. Supongo que no pudo brincar ese rojo y a pesar de que él se
había brincado varios y yo ninguno, nos encontrábamos en el mismo sitio, a la
misma hora.
La prisa es
la forma en la que el ser humano le demuestra al universo lo estúpido que es.
Brincarte un semáforo sólo tiene sentido si te los brincas todos, pero saltarse
sólo los que se puedan y esperar en los que no, es absurdo, porque al brincar
sólo algunos nada me garantiza que esté recortando tiempos pues “gano” en las
luces rojas que me salto y “pierdo” esperando por el verde en los que no me
brinco. Por otro lado, al brincarlos, sean todos o algunos, pongo en riesgo mi
vida (y la de otros), entonces las opciones son: llegar rápido pero con el
riesgo de no llegar por la prisa o llegar cuando tenga que llegar y tomarme
ciertas licencias de seguridad que se llevarán su tiempo. Además, nada, ni el
cinturón de seguridad, ni las precauciones vehiculares, ni el respetar a la
letra el reglamento de tránsito, ni mirar antes de cruzar, me garantizan
mantenerme con vida; así que ¿cuál es la prisa? Tal vez no suene muy
inteligente, pero ¿será por esto que sólo los vivos tenemos prisa? Prisa por
ser pacientes ¿prisa por morir? La muerte como la última preocupación humana
por cumplir. Los muertos son muy pacientes.
Cuando los conductores van a exceso de velocidad, lo
primero que pienso es que tienen diarrea; pues pensar que tienen prisa me haría
perderles respeto. Lo primero que piensa mi abuela es que tienen prisa por
esperar, pues eso es tener prisa, dice: querer llegar rápido y antes que todos
para ser los primeros en esperar o llegar lo antes posible para no dejar que
los que ya llegaron los esperen y así impedirles la posibilidad de ser
pacientes.
r. salazar
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