Es muy importante no confundir la cicuta con el perejil, pero creer o no creer en Dios no es importante en lo absoluto.
D.
Diderot
El taller de
motos es un lugar en el que me gusta existir. El dueño y Maestro; como
le llaman muchos clientes y todos los aprendices, en toda la línea ancestral de
un taller artesanal; es un tipo cerca de los sesentas, alto, cano, con barba de
candado y vocabulario de su profesión. Don Camilo y todo su aquelarre son
viejos expertos de la mística que rodea, fundamenta, y da sentido al
motociclismo mejinaco.
Con su propia
terminología, acuñación de conceptos y casi original mitología, regentea el
taller en donde más de uno se comporta como en suelo sagrado.
Lo conocí
cuando tuve mi primera moto y necesité de su ayuda.
Los
apasionados de la motocicleta en México se pueden catalogar en tres divisiones:
los proyanquis, los noyanquis y los que ruedan solos.
El
motociclista mexicano proyanqui anda en Harley-Davidson y ruedan sólo con
motociclistas con Harley-Davidson. Se organizan en la misma forma en que
se organizan los motociclistas gringos y, como ellos, su máxima aspiración es
cruzar EU de costa a costa. Y es raro que sepan de mecánica.
Los noyanquis
usan nombres y temas mexicanos, voltean más al sur que al norte, también ruedan
en manada, pero no les importan las marcas de sus motores, saben de mecánica y
consideran una falta el pagar para arreglar sus propias motocicletas.
El tercer
grupo, al que alguna vez perteneció el Maestro, es más dejado, sin
organizaciones y con una visión nada poética de la motocicleta. Si los
proyanquis fueran creyentes y los noyanquis ateos, los del tercer grupo serían
agnósticos. Aunque no carecen de mística alrededor de la moto, son bastante
desilusionados, descreídos y objetivos. Pero no dejan de tener ciertas creencias.
Por ejemplo, recuerdo ahora sobre el efecto que genera la velocidad en el
motociclista. Ellos le llaman el págüer y, por lo que el Maestro me ha
explicado, consiste en la pérdida de la voluntad del motociclista ante la
velocidad de la motocicleta. Según esto alguien quien siente el págüer buscará
correr primero siempre que pueda y luego siempre, aunque no se pueda. Es una
especie de adicción a la velocidad y la moto no lo suelta nunca hasta que el
motociclista muera. Este mal es incurable, progresivo y mortal. Aunque existe
un lenitivo, un paliativo que, con un poco de suerte, puede incluso llegar a
ser placebo.
El Maestro
sostiene que cuando sientes el págüer no te das cuenta aunque se te note
en la mirada. Él mismo ha perdido grandes amigos. «Sintieron el págüer, ni
modo.»
Lenitivopaliativo:
el miedo a la moto.
«Hay de dos
motociclistas —dice el Maestro—, los que se van a caer y los que ya se cayeron.
Eso es inevitable. Todos los motociclistas son mortales. Unos moriremos por la
moto, pero no todos. La moto es una herramienta, una cosa, yo no le pongo
nombre ni a mi pito; pero
es tan peligrosa que si no la respetas te matará un día o el siguiente.
Y si no quieres que te mate nunca debes perderle el miedo porque el miedo es la
forma del respeto sin rodeos. Todos llegamos a sentir el págüer y sólo
hay una de dos después de eso; o te haces adicto a él y como las peores drogas
te termina matando o, te das cuenta que la velocidad te puede matar y terminas
temiéndole. Ambos casos terminarán muertos. Todos moriremos, andemos o no en
moto. Subirse diario a una moto no significa querer morir»
Pegaso.
El mitológico
caballo alado, el primer caballo que estuvo entre los dioses, era la montura de
Zeus y es la palabra que se usa en el taller del Maestro para designar la moto
ideal.
El pegaso de
Don Camilo es una Triumph Bonneville del ’59. El de Chuyuyuy, la mano derecha
de Don Cam en el taller, es una Vespa Piagggio de 50 cc; se trata de una
primera serie del ’64. De los clientes asiduos hay quienes sus pegasos son H-D
o Ducatti, o alguna BMW. Yo no tengo Pegaso, dice Don Cam que ya lo tendré.
«¿Sabes cómo
descubrí que Dios no existe?» me preguntó un día Don Cam mientras me
supervisaba cambiarle el aceite a mi moto.
—¿Dios no
existe, Don Cam?
—A huevo que
Nelson. ¡Hazte pendejo!
—Pues
quítemelo tantito.
—Ya no tienes
remedio, pero pon atención a ver si agarras algo de mi cabeza… ¿Te acuerdas del
Mago?
—Simón, el
último chalan que tuvo.
—Pos ése
pendejo ¿no creía que el taller estaba embrujado?
—¿Por? ¿Pasó
algo?
—Pasó que es un pendejo. ¿Ves que era un desbalagado? Todo lo dejaba
donde no iba, tons, cuando necesitaba una llave o tuercas o cualquier cosa,
quería sacarlas de donde no estaban. Tons, según él, le movían las cosas de
lugar.
—Y eso ¿qué
tiene que ver con Dios?
—Con Dios
nada, con que no exista, todo. Fíjate. El Mago, como buen pendejo, decide usar
como excusa el embrujo para explicar algo que es causado por su pendejez porque
es incapaz de aceptarla. Tons, Dios es el recurso que usamos para explicarnos
lo que de otro modo no podríamos entender. La creencia del Mago en que el
taller está embrujado es prueba de los límites de sus capacidades, igual que
Dios demuestra que somos incapaces de mucho y que nos podemos equivocar.
Durante la
explicación había dejado de ajustar la moto y me quedé con una llave en la
mano, poniendo atención a Don Cam.
—…Oiga, Don
—le dije—. Pero usted se casó por la iglesia, ¿a qué no?
—¡A huevo!
—Y ¿por qué
casarse frente a un Dios que no existe?
—Y ¿por qué no? Puedo no creer en él, pero creo en mi
esposa y si ella cree en él, de alguna manera yo creo en él. Gracias a ella, no
a él. Las cosas que no existen no tienen por qué afectar a los que sí
existimos.
Meteorología motociclista.
Normalmente no comprendo a las personas, me cuesta
hacerlo y cuando lo hago lo hago mal.
Antes me
quejaba, hoy ya no.
Por ejemplo:
cuando me preguntan sobre la moto ¿y qué haces cuando llueve? No sé qué tengan
en la cabeza. ¿Qué buscan que les responda? ¿”Nada, hago que deje de llover”?
¿”Nada, uso
paraguas”?
¿”Nada, mi
piel es impermeable”?
¿Cómo que
“¿Qué hago cuando llueve?”?
Pues nada
hago, me mojo y ya. ¿Qué esperan que haga? ¿Qué busque no mojarme?
Creo que es
el cerebro de automovilista el que les hace creer que pueden controlar ciertas
condiciones climatológicas: en el auto la temperatura, el olor, la humedad y el
ruido, por ejemplo. Pero en la moto queda claro qué poco depende de uno: Cuando
comencé a conducir (automóvil) madre siempre me decía, ten cuidado, y le
respondía: eso díselo a los otros, yo tengo cuidado. Y pensaba: aunque yo tenga
cuidado y no maneje ebrio, eso no me exime de que algún pendejo o borachín me
embarre en un accidente. Sea en auto o moto, al azar le vale.
No importa
que me enoje o desespere, eventualmente cuando llueve sólo puedo hacer algo:
mojarme.
Alguna vez
andando en motocicleta bajo la lluvia, decidí esperar a que parara o, a medio
camino, detenerme a resguardo del agua y no moverme hasta que dejara de llover.
Y en más de una oportunidad, sin gotas cayendo del cielo, volví a la moto y
unas calles adelante me alcanzaba la lluvia o yo la alcanzaba a ella.
Hay cosas que no se pueden saber. Aceptar eso es duro.
También, en otras tantas ocasiones, ya consciente y resignado de la caprichosa
lluvia, emprendí el viaje en moto bajo diluvio que calles adelante menguaba
hasta desaparecer.
Me divierte recordar la cara que ponen todos los que
me han preguntado “¿Qué haces cuando llueve”? cuando les respondo “Me mojo”.
r.
salazar
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