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§ Hay personas que están encerradas en el closet con el seguro desde adentro, hay otras que nada más esperan un empujoncito —o vario...

Quéscoger. Quéscoger.

Quéscoger.

Quéscoger.

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Hay personas que están encerradas en el closet con el seguro desde adentro, hay otras que nada más esperan un empujoncito —o varios lúbricos— para salir, las hay otras que el closet no es suficiente y se hallan encerradas en el baúl de la abuelita a cadena y candado… y en una de esas el baúl está en el cuarto de los tiliches, entre los rimeros de cosas que nunca nadie ni desecha ni usa.

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Salirdelclóset siempre se dice de homosexuales —ya sean hombres o mujeres; no hay que olvidar que etimológicamente las lesbianas también son homosexuales[1]— que, por fin, aceptan públicamente sus preferencias sexuales. Pero ¿por qué hay que hacer público algo tan privado?
No hay que olvidar: desde que nacemos la sociedad espera de nosotros. A los bebésniños se les regalan cosas azules y luego coches, a las bebésniñas se les dan cosas rosas y luego muñecas: la sociedad nos implanta comportamientos que le permiten mantenerse y reproducirse como sociedad; la clave son las costumbres. Y la costumbre dicta que al hombre le gusten las mujeres y viceversa. Así desde que eres niño, usas pantalón y juegas cochecitos, es público que debes tener preferencia por las niñas que usan rosa, faldas y juegan con muñequitas. Si es de otro modo, la sociedad lo censura. No importa que los niños carezcan de madurez sexual; pero si hay precocidad también la sociedad lo censura: para todo hay tiempo. La edad, a la hora de lo sexual es importante; piénsese en los casos de parejas donde la diferencia de edades es grande, también ahí hay censura.

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¿Cuál es el verdadero problema de tener amigos o parientes homosexuales? En realidad ninguno, si somos capaces de diferenciarnos como individuos de la sociedad; es decir,  hay que averiguar donde comienza lo social y donde lo individual. Algunos sociólogos dirán que no hay tal diferencia, y tal vez tengan razón, pero sólo a nivel teórico, pues yo, como individuo, sí puedo averiguar qué es lo que quiero y qué es lo que esperan de mí. No siempre es lo mismo lo que yo quiero que lo que los demás quieren para mí. Una cosa es el individuo y otra las costumbres en la que se halla; hay cosas que el individuo sí puede elegir y otras que no puede.

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Hay los integrantes de la sociedad que no se distinguen de ella, a ellos llamo la sociedad: es decir, un grupo, no de individuos, sino de integrantes que la constituyen, que no ven diferencia entre ellos y lo social; son estos los que censuran. Estos integrantes, ya sea por reprimidos o porque coinciden con las exigencias de la sociedad, no se distinguen de ella, se confunden, se mimetizan, se creen la sociedad; quizá por ello se sientan con autoridad para censurar lo que no es socialmente aceptado, quizá por esto una falta social la toman tan personal. Uno podría pensar “y eso a ellos ¿qué les importa?” pero para ellos la falta social es una alusión personal dado que se ven identificados con la sociedad.

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Hay que aclarar algo: pueden coincidir mis querencias con las exigencias sociales, pero nunca son lo mismo; es decir, puedo hacer exactamente lo que la sociedad quiere que yo haga pero porque yo también quiero eso, seguir la norma no siempre es por obediencia, sino también, y en algunos casos, por gusto propio, por libertad. Esto significa que los heterosexuales no necesariamente somos obedientes ciegos ni los abiertamente homosexuales son socialmente contestatarios.

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La sociedad nos dicta qué es lo que debemos querer, cómo y cuándo. Pero esto lo hace no sólo a nivel sexual: la sociedad nos dice qué nos debe gustar para nuestros órganos sexuales, pero también nos dicta qué nos debe gustar para nuestros órganos digestivos y para todos los demás. La sociedad nos dice qué debemos querer, qué debemos desear y así nos controla en nuestras acciones. La sociedad espera algo muy específico de nosotros según nuestro sexo, según nuestra edad y según nuestras condiciones. Por ejemplo, la sociedad nos tiene dicho que debemos buscar el bienestar material por medio del dinero; si no ¿a qué vamos a la universidad? Por ejemplo, el noviazgo es bueno a cierta edad, ni muy joven ni muy viejo; hay personas más allá de los 50’s que se apenan al presentar a su ‘novia’ o ‘novio’; los presentan como ‘mi pareja’. Por ejemplo: a cierta edad, la sociedad, censura que no tengas novia, o, ya teniendo novia por mucho tiempo, censura que no haya matrimonio, o, ya estando casados por algún tiempo, censura que no haya hijos. Hay ciertas edades para cometer ‘locuras’ y hay ciertas edades para ser ‘maduro’[2].

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Control. Control. Control. No hay más. Y ¿cómo se controla a los seres humanos? Pues con miedo e ignorancia. Nos enseñan a obedecer con el miedo como amenaza. No respetar las costumbres siempre genera alguna forma de miedo, ignorar el origen de las costumbres propias o la diversidad de las ajenas siempre nos mantiene obedientes.

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Todos —absolutamente todos, en mayor o menor grado— estamos encerrados en el clóset, algunos hasta en el baúl. La sociedad no nos encierra, nosotros sí. La sociedad desde que nacemos[3] nos ha dicho, qué nos debe gustar, qué debemos preferir y qué debemos buscar y, por lo tanto, qué debemos hacer. Salir del baúl no es más que aventurarnos a averiguar qué nos gusta, aquí no hay anarquía ni revolución, hay seres humanos; puede ser que nos guste lo que nos obligan a que nos guste o puede ser que nos guste otra cosa o puede ser que ambos, a ratos alternados. Puede ser que nos guste alguien del sexo opuesto o puede ser que no. Puede que nos guste la sociedad tal cual es o puede que no. Puede que nos guste el modo de gobierno o puede que no. Puede que al buscar lo que nos gusta terminemos encontrándonos a nosotros mismos y de paso a los otros como yo… o pude ser que no.

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Un individuo que ha descubierto lo que le gusta, más allá de las disposiciones, necesidades y determinaciones sociales, está buscándose a sí mismo. Y nada hay más peligroso para costumbres, sociedades y gobiernos que esto.

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Una vez, en la biblioteca de la casa de un masón —ya ven que se les da esa costumbre de tener bibliotecotas—, me hallé, husmeando, un libro que al lomo decía: “Escritos políticos” Autor: Marqués de Sade. Fue como ese giro de tuerca que tienen algunas películas[4]

Ahora ya no me suena extraño que el Marqués de Sade tenga escritos sobre política.

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Hoy ya no se llama “giro de tuercas” al momento o nudo cuasi climático en el punto narrativo a partir del cuál toda la historia, desde antes del “giro” hasta lo que está por suceder, cambia por completo debido a la modificación de la perspectiva del espectador; al cambiar su perspectiva, el espectador resignifica la historia toda. El cine que aún no se libera de la importancia de la narrativa, o sea el bien llamado cine comercial —recuerden cómo se repite en discursos de agradecimiento después de ganar un premio Oscar la idea de que en Jolibud, lo importante es contar historias[5]—;abusa de este “giro de tuercas”.
Este “giro” es bien conocido en Méjico gracias a su promotor cultural oficial: Televisa. ¿Se acuerdan de la niña criada en mansiones que maltrata a la sirvienta que resulta ser, ni más ni menos que… —chá chá chá chááááááN— su madre? Ah, pues aquí lo tenemos, el “giro de tuercas” versión telenovela.
En mi opinión el director que más abusó de esta técnica de suspenso (hasta agotarla) fue M. Night Shyamalan. Ustedes pueden ubicar el “giro” en “El Sexto Sentido” (1999), “Unbreakable” (2000) y “The Village” (2004), principalmente.
Hoy ya no se llama “giro de tuercas” hoy se llama “Desconexión” o “Momento Rompematrix”, en obvia alusión a la trilogía “The Matrix” aunque sólo la primera parte tiene ese momento de desconexión.


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janorquista
@aleljndr












[1] Definición aún en discusión, ver: http://etimologias.dechile.net/?homosexual
[2] La sociedad usa mucho de este concepto, aunque nunca nos lo defina.
[3] Y, a veces un poco antes: para el beibishagüer ya se llevan regalos azules o rosas, y amarillos para cuando no se sabe si el bebé es bebo o beba.
[4] Léase “Los Otros” de A. Amenábar (2001) o “El Sexto Sentido” de Shyamalan (1999).
[5] Pues el mal llamado cine de arte no precisa de un discurso narrativo para suceder o, usando el concepto correcto, para acontecer.

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