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Definitivamente, un día u otro, terminaría asistiendo a ese lugar donde la idea de número se eleva hasta las desoxigenadas alturas de lo divino; pues nada más humano que buscar la traducción de la cualidad a la cantidad; idea más pervertida que la cuadratura del círculo, tareas que rayan en el misticismo, caminos que se transforman en apenas senderos bajo los pies de los matemáticos venidos a menos: numerólogos albañiles de guarismos, contadores de suspiros, viles cuentachiles que ya no cuentan nada y no cuentan para nada. Pero eso sí, rodeados de meseros, servicio de bufet y pantallas de plasma.
Desde la reservación comienza la reacción ludópata cuando por el aparato telefónico pasa la pregunta directamente al cerebro estimulando exactamente la  misma parte que estimula la cocaína. Nada media, ni el oído ni el sistema nervioso central, reacciona un poco el digestivo, pero es sólo el nervio, mezclado con emoción, ambos, entripados.  La pregunta es ¿qué número de mesa quiere? Obviamente, en ese templo donde la suerte es una diosa cuando concede y una deidad pagana cuando niega, las mesas también tienen número.
Nunca he reservado. No sabría qué mesa elegir. La primera vez que fui no sabía a dónde iba, pasaron por mí; antes de eso sólo había leído sobre ello: uno de mis escritores favoritos era asiduo; o por lo menos eso decía de sí: no hay que tener mucha confianza en una profesión cuya tarea principal consiste en mentir; si los escritores dijeran la verdad, ya no serían escritores. Esa es aspiración de otra profesión.
Además el sitio éste nada tiene qué ver con las letras, allí se trabaja con su “antagónico”, con la otra “palabra” del pensamiento, con el número. Se usan números en las cajas, se apuestan números a favor de números para predecir, numéricamente, el futuro y ganar números. Nada hay, ni suerte, ni perros, billetes, caballos, pesos; ni dios, sólo El Sistema. Claro, cuando El Sistema falla hay dios, dioses y hasta suerte. El Sistema es todo lo que hay; cuando él no está, nada. Y aquí hay más sistemas que personas; hay más sistemas que en cualquier universidad.
Hay un grupo de sistemas que se basan en el programa, el cual también está escrito en números. Unos quieren ver en él las pistas de predicción del futuro, y así lo estudian, como serios cabalistas. Otros sólo ven otro menú y eligen por azar lo que ha de suceder y en qué orden. Hay quienes, a contrapelo, ven en el programa un texto apócrifo y buscan tener el mínimo trato con él so pena de excomunión. Para otros el programa es sólo objeto de desestrés cuando no ganan, y material de celebración cuando sí.
Por su puesto, existen sistemas más complejos, por ejemplo los que estudian al presente mientras se hace pasado para traducirlo a números y así buscar qué cifra describirá el futuro. A esos los ves sobre el programa resolviendo operaciones casi pitagóricas, tan concentrados que se olvidan de todo. Ahí hay varios sistemas que dependen de las operaciones que se realicen.
Sistemas, sistemas y sistemas. Energía e inteligencia desperdiciadas en torno a las posibles velocidades, distancias, tiempos y giros a una elíptica que, por supuesto, también es cuantificable. Personas ahogándose, felices o tristes, en una sopa de números, cuya única intención, pretensión e intensión es hallar ese combustible que les permita librar un día más o, para los optimistas, uno menos; seres humanos que ven en los números su único leitmotiv.





@alekjndr
@MomentoSOnoro

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