Responsive Advertisement

  El juereño   Antoine Alphonse Dinant amaba México y posiblemente era el más mexicano de todos; a pesar de su nombre, su apellido y s...

Decidió ser mejinaco. Decidió ser mejinaco.

Decidió ser mejinaco.

Decidió ser mejinaco.

 


El juereño

 

Antoine Alphonse Dinant amaba México y posiblemente era el más mexicano de todos; a pesar de su nombre, su apellido y su familia, tan orgullosa de su historia: a todos los Dinant, desde niños se les deja en claro que el primer Dinant en venir a América llegó acompañando a Carlota por órdenes de su padre Leopoldo I, el Genocida del Congo, como le dice Alf. En la casa de Antoine Alphonse sólo se habla español cuando hay alguna visita; también acostumbran ser educados en internados en la parte francófona de Bélgica, para después egresar de universidades de aquel país.

Mi nombre es Toño. Se presentaba, nosotros le decíamos Alf; Rufino: el franconórdico. Para mi familia México es su lugar de trabajo, no el sitio donde viven; decía. Y también: El destino de todo belga en América, después del Segundo Imperio Mexicano es el de la locura. Carlota es la muestra y mi familia la prueba. Desde que tuvo edad para negarse, dejo de ir a Europa y, optó por viajar por todo México, y estudiar aquí. Su estancia en las ciudades que tienen Universidades es muy sencilla, dado su nivel de francés, que domina como nativo, enseguida se le abren las puertas en la facultad de lenguas extranjeras. Para las poblaciones pequeñas su estrategia consiste en servicios sociales como maestro rural, principalmente. Así satisface su necesidad de nomadismo. Viajar, llegar a un hotel y no salir de la zona turística del sitio, no es viajar. Se inclina por convivir con las personas de los lugares que visita por algunos meses de manera que sus vacaciones se asemejaban más a prácticas antropológicas. Debido a este comportamiento, bautizado por Rufino Salazar como El Síndrome Humboldt, tiene amigos en todos los estados de la república con quienes se escribe permanentemente y a los que visita periódicamente.




Sabemos que en uno de estos viajes de reconocimiento conoció a Patricia Plaza en su pueblo natal y, a pesar de la marcada xenofobia de ella, se hicieron amigos, luego pareja y ahora inseparables.

Alf ya sabía que su familia no aprobaría a Pati. Y no era el temor a desaprobación por lo que no la presentaba en casa, llevaba años tomando decisiones que no complacían a ningún Dinant; lo que quería evitar era comprobar la añeja sospecha del racismo familiar. Desde que llegaron a América, los Dinant han sido adinerados y, quizá por eso, clasistas, pero en México, Alf estaba convencido, el clasismo es la forma económica del racismo.

Todavía no acababa de acostumbrarse a su familia, él recibía de ellos desaprobación y ellos le provocaban decepción… pero nunca evitaba un enfrentamiento.

 

Doy la cara al enemigo

Y la espalda al buen comentario

Porque el que acepta un halago

Comienza a ser dominado

El hombre le hace caricias al caballo

Para montarlo

 

Eran palabras de Cabral que recordaba Alf, pero, ¿su familia era su enemigo?

—Mi familia no tiene los pies en la tierra, desde hace mucho no coincido con ellos. Pero el día que quieras conocerlos, vamos. Yo sé lo que siento por ti y para eso sólo necesito de ti, de nadie más.

Pati le respondió:

—No me digas que eres la oveja negra de la familia.

—Algo así.

—Pero ni moreno eres. Tal vez por eso estás conmigo, para que entre a tu familia y sea yo la negra ahí.

—No mames, Pat.

—Es broma Toto. No creas que esperaba que tus rubios padres me aceptaran como tu pareja. Además, si no tienen autoridad sobre ti, no tengo que conocerlos. Pero es inevitable dado que son tus padres.

—No quiero que pienses que me avergüenzas.

—¿Quién te dice que no puedes avergonzarme tú a mí?

—¿Te avergüenzo?

—…a veces. ¿Te avergüenzo?

—No.

—Eso es porque no me has soportado en la borrachera y porque no me conoces encabronada. A parte que mi trabajo no tiene buena fama.

—Entonces, no. Todavía no me avergüenzas.

 

Decidir

¿Ubican la opción de orden aleatorio en los reproductores de música? Bueno, pues Alf metía música variada a su reproductor y ponía aquel botón sin escuchar las canciones, sólo prestando atención al orden, lo usaba, decía él, como estructura de su día. A veces, para tomar una decisión, importante o no, también lo usaba. Algunos sopesan pros y contras, otros, echan una moneda al aire; yo uso esto.

Un día, me contó:

—¿Sabes cómo funciona eso de la moneda al aire como método de decisión?

—Claro, ¿quién no?

—Dime.

—Reduces las opciones a dos, por ejemplo, sí y no, le asignas una opción a cada lado de la moneda, por ejemplo, sí: sol, no: águila. Las avientas al aire y la respuesta te la da la moneda.

—Error, mi pequeño saltamontes.

—¿¡´Tons cómo!?

—Cuando no sabes qué hacer entre dos opciones, asignas cada una a cada lado, la avientas alto al aire mientras te concentras en la decisión que no puedes tomar y pones atención a tu interior. En un instante, antes de que termine de caer, una parte de ti te dice cómo quiere que caiga, de un lado, águila, o del otro, sol. Y así decides, la moneda es sólo el impulso, luego ya no importa mirar el resultado, te ha puesto bajo presión obligándote a decidirte desnudando lo que de verdad quieres. ¿Entiendes?  

—Namaste, maese Dinant.

 

Y sí que su música era variada. Oía multitud de géneros, creía que había demasiada como para encerrarse en uno solo. Es un desperdicio escuchar una canción más de tres veces. —Siempre lo recuerdo en los cumpleaños durante “Las Mañanitas”— No siempre fue así. Cuando yo lo conocí escuchaba exclusivamente metal y punk, luego brincó a la música clásica y de ahí a estacionarse por años en el jazz, principalmente el free jazz. Después de eso ya escuchaba cualquier cosa. No respeto a mi cerebro, me meto cualquier cosa por los ojos y por las orejas. Cuando le preguntaban qué música le gusta, respondía de dos formas:

1. Me gusta la chida. Y casi siempre lo veían soberbio; pero todo aquel que le preguntaba y ¿cuál es la chida?, le recomendaba algunos discos para demostrarles su buen gusto. Nunca repetía recomendación y nunca supe de alguien que se quejara; antes, volvían por más. Más que recomendación parecía médico recetando posterior a la diagnosis de rigor.

2. Soy metalero pero (no te preocupes) ya no ejerzo.

 

 

 

 

@

1 comentario:

No le saque y opine.