Olga Y. Troncoso
—El doctor de la esquina busca quién le ayude.
—Lo que tú quieres es tenerme cerca.
—Y lo que tú quieres es trabajar. Las dos
ganamos.
En esa época las calles son amplias, y las
banquetas también, la gente se da los buenos días, barren las entradas de sus
casas por las mañanas y riegan sus plantas. Los grandes árboles, que han
sobrevivido a la urbanización no planificada, dan frondosas sombras a los
transeúntes. Una joven mujer sale de casa, camina con calma, parece que algo la
distrae, hasta que pisa algunas hojas secas. Se detiene a sentir el crujido.
¿Cómo se sentirá pisarlas descalza? Se pregunta. Nota mental: tengo que andar
descalza sobre ellas. Algún día. Mientras, se acaban las hojas sobre la
banqueta, ella sigue caminando hasta el consultorio de la esquina.
Imaginarse la sensación de pisar descalza hojas
secas la distrae hasta que ya dentro del consultorio:
—No soy doctor, soy dentista.
—Disculpe usted. Mi madre a todo el que ve en
bata lo hace doctor.
—¡Mira! Y hay quien se mata años para lograrlo.
¿Cómo se llama?
—Soledad.
—Mire, Soledad, necesito una asistente que
conteste el teléfono, lleve mi agenda y me ayude con los instrumentos en el
consultorio. ¿Qué horarios tiene en la escuela?
—El vespertino, de 4 a 10.
—¿De lunes a viernes?
—Sí.
—Bien. Entonces sería de lunes a viernes por
las mañanas y sábados de 9 a 6. Ya discutí con su madre el sueldo y le pagaría
los sábados. ¿Qué le parece?
—Me parece bien.
—Venga mañana temprano para empezar, mientras
vamos firmando el contrato.
Sol nunca había firmado nada. No tenía
firma.
—Entonces escriba su nombre.
—¿Dónde?
—Al final.
Ella obedeció. Ojeó rápidamente y llegando al
final escribió su nombre con manuscrita aún infantil.
—¿No lo piensa leer? … Su primera tarea como mi
empleada es nunca jamás firmar un contrato sin leerlo antes. ¿Entendido?
—Entendido.
Sol comenzó a trabajar a los 16 años por la
misma razón que entonces y aún ahora trabajan a tan jóvenes edades en México,
por necesidad. Son muchos hermanos en casa y a los padres no les alcanza, por
ejemplo. Sol tenía otra opción, siendo mujer en un país machista también pudo
casarse y conseguir independencia de la casa paterna por medio de la
dependencia al esposo. El matrimonio como decisión económica. Para Sol fue
fácil: casarse o trabajar. Pero ella quería estudiar, entonces fue: casarse o
trabajar para estudiar. Aunque no sabía todavía qué estudiar. Después de la secundaria
ingresó al CCH de Azcapotzalco; entonces había 4 turnos lo que permitía que los
estudiantes trabajaran.
Durante los 3 años no dejó ni la escuela ni el
consultorio donde aprendió toda la teoría sobre odontología que la paciencia
del dentista se permitía, y toda la práctica necesaria para ella misma atender
pacientes en tratamiento regular, exceptuando cirugías y emergencias.
Cuando el dentista le preguntó el último año
del CCH qué quería estudiar, ella respondió:
—Todavía no sé.
—Pero ya lo sabe, sólo tiene que formalizarlo.
—¿Odontología? —dijo después de un silencio.
Le respondió preguntándose.
—Ya sabe mucho. Hay asignaturas que aprobará
con los ojos cerrados. Y para la realización de las prácticas será la más
experimentada de la clase. Sólo necesita el título universitario. Además ¿a
quién de mi confianza referiré a mis pacientes cuando yo no pueda atenderlos?
—Preguntó el doctor como bromeando.
Esa noche, ya acostada bocarriba, Sol pensó que
tenía que dormir y le estaba costando conseguirlo hasta que dijo en voz alta
“Tiene razón”, dio medio giro y cayó profundamente dormida.
Al siguiente día despertó muy de buenas. Esa
misma semana estaba completamente resuelta a ingresar a la Facultad de
Odontología.
La primera semana de clases se sintió muy rara,
no tanto por el cambio de escuela, sino por un sueño que tuvo. De esos sueños
de los que nada se recuerda, a los que sólo sobrevive una impresión, una
sospecha que, según el caso, puede convertirse en el mundo de la vigilia, o en
una idea obsesiva o en una sensación o en un recelo…
Había soñado que, en su primer día de trabajo
en el consultorio, al recibir el contrato que había de firmar, en el papel, por
medio de una oscura clausula se comprometía a estudiar odontología.
Eso la hacía sentir insegura y molesta. La
simple idea de que había decidido desde hacía años y sin darse cuenta estudiar
odontología, la tenía fuera de la realidad. Al pasar las semanas y luego los
semestres, la molestia desapareció, fortaleciendo la sospecha.
Soledad asistía a clases entresemana y trabajaba, casi
con el mismo horario que durante el CCH; los sábados que descansaba del trabajo
se cargaba de tareas. Los domingos hacía poco más que descansar de verdad. Por
esta razón no tenía amigos. Salvo un par de compañeras a las que consideraba
cercanas.
En la facultad conoció a Tona, un estudiante de
semestres más avanzados, participante activo en las asambleas; se decía en los
pasillos que regresaba de un intercambio estudiantil con la URSS. A ella le
parecía muy perspicaz por la manera en que hablaba, con seguridad y usando
palabras que nunca había oído y muchas no las halló en el diccionario.
Tona, Tonatiuh, más que listo, a Soledad le
resultó interesante. A todos, incluida ella, les decía tovarich. Al brindar no decía salud, sino, ¡Vashe zdorovie! O ¡Tvoió
zdorivie! Sabía ruso, era obvio, había estudiado allá. Y conocía mucho
sobre lo que Soledad nunca había oído. Proletariado, burguesía, trabajo
enajenado, medios de producción, lucha de clases, emancipación de la clase
obrera, PCM y al pasar los años: propaganda por la acción, voluntarismo,
expropiación, acción directa…
Tona le recomendaba libros y Sol los leyó
todos. Ni uno venía en la bibliografía de los cursos, de hecho, ninguno de
ellos estaba en la biblioteca de la Facultad de Odontología, tenía que ir a la
de Humanidades.
Sol conoció de poesía en el CCH, pero sólo la
entendió una noche en casa de Tona, en una de sus fiestas extrañas donde se
bebía y había música, pero nadie la bailaba. Sólo la escuchaban para, en algún
momento, quitarla de plano y leer en voz alta libros con palabras muy hermosas
que decían cosas bellas y además sonaban bien. Esa misma noche, cuando todos se
iban, Tona le pidió a Sol que se quedara, que pasaran la noche juntos.
Sol se quedó, pusieron música y le sorprendió
que Tona no supiera bailar.
—¡Mira! Cuando pensé que yo no podía enseñarte
nada.
—Y no creo que puedas.
—¿Qué? ¿Tienes dos pies izquierdos?
Tona tenía dos pies izquierdos. A Sol le
encantaba bailar y de todo lo que le conocía a Tona era lo primero que no le
gustaba.
Se desvelaron platicando hasta que amaneció.
Tona se quedó dormido antes que Sol. Tal vez por cansancio, luego ella lo
abrazó y durmió también. Soñó que en el contrato que firmó para trabajar por
primera vez en el consultorio había una cláusula que decía algo sobre
enamorarse de alguien de la facultad…
Otra más
Soñó que en el contrato que firmó para trabajar
por primera vez en el consultorio había otra cláusula que decía algo sobre
tener descendencia.
También soñó que en el contrato que firmó para
trabajar por primera vez en el consultorio había otra cláusula que decía algo
sobre que tendría una hija.
Y por fin, soñó que en el contrato que firmó
para trabajar por primera vez en el consultorio había otra cláusula que decía
algo sobre que su hija debería tener nombre ruso.
Al despertar, pensó en Olga.
Nunca había conocido a ninguna Olga.
Tona estaba en la regadera, al salir, le dijo
que le prepararía el desayuno. Ella siguió pensativa en cama. Y desde ahí
grito:
— ¡Tona! ¿En la URSS conociste a alguna Olga?
—No, pero sí a varias Yelenas.
a.
Acabo de recordar que fui al C C H Sur,Nice.
ResponderEliminarMuy amena la lectura de Helena de azcapo.
ResponderEliminarMe recordó las novelas del escritor armenio William saroyan...conocedor profundo de la naturaleza humana...solo habría que seguir y terminarla...
Vale
Yo sería Flor de Coacalco
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