Queriendo llegar temprano, llegaron
cuando tenían que llegar. El camión los dejó algunos kilómetros antes del
pueblo. La carretera estaba bloqueada por un accidente. La gente hablaba de
tres muertos y uno moribundo en helicóptero camino a la ciudad; según algunos
cuatro muertos, para otros tres y medio.
A veces quieres apresurar tu camino como si supieras qué te espera. La prisa es
la forma más pura de la soberbia.
A ellos los esperaba el pueblo de los
guerreros. Siempre alguien o algo te espera, aunque no siempre llegas. Llegas
todas la veces, excepto una, la última. Ese pueblo ha sido el más golpeado. A
los guerreros o se les mata o se les doma, pero como no hay guerrero domable,
entonces sólo hay una opción; es como cuando hacen de dos sopas pero na’más
queda de una y uno anda que alucina de hambre: la voluntad domina todo el
cuerpo, excepto detrás del ombligo y una cuarta para abajo.
Pero así no piensan los guerreros.
Para ellos la humildad, la compasión y, en pocas palabras, el cristianismo
todo, te debilita, te doma. A pesar de tantos siglos, bautizos a agua y sangre,
después de tanto abuso, de vez en vez los guerreros que sobreviven a la cruz
son invitados a volver a su pueblo, al pueblo de los guerreros. Todos los
guerreros son invitados, es la peregrinación de vida que se deben a sí mismos,
un acuerdo tan arcaico, tan atávico que desde el nacimiento lo han olvidado.
Todos los guerreros asistirán, no todos se quedarán, algunos volverán, otros
nunca más. Así es la vida del guerrero. Y es que la cosa con los guerreros
nunca es fácil, tan sólo en llegandito al pueblo debes pasar la prueba de las
nueve puertas.
Todo comienza preparando y vigilando
lo que comes. Todo un día. Luego, todo un día, hay que salir al monte a recibir
la leña que ha de usarse para calentar las estrellas, allí les llaman
abuelitas. Y vigilar la fogata, para que nada perturbe a las abues. Y aquí ni
siquiera ha comenzado la primera puerta. En realidad para ellos comenzó antes
de la dieta y la leña, comenzó con la caminata que tuvieron que hacer desde el
lugar del accidente hasta el pueblo que los esperaba: su pueblo. Se les obligó
a llegar a pie, como las más antiquísimas caminatas de guerreros a su pueblo.
No hay coincidencias, no existen. No importa su opinión intelectualizada sobre
la libertad, a Universo le tiene sin cuidado.
Así, ellos ya llegaron cansados a la
leña. Cargar a las abuelitas fue todavía más pesado pero el día de las puertas
llegó. En la madrugada, antes de que el sol brillara, las abuelitas adelantaban
el amanecer acabando con la obscuridad. Se les dijo que eran ellas hoy su sol.
Que su día comenzaría con ellas y con ellas terminaría.
Comieron algo ligero, antes de los
rezos, las meditaciones y la sahúma, se les hizo ver que estaban listos. El
caracol sonó y con reverencias a los seis lugares, entraron-regresaron al útero
de la tierra, desde la izquierda y para la derecha. El último en entrar fue él,
tras el que se cerró la puerta.
Tinieblas, humedad y desnudez. Cantos
inentendibles que ellos, de algún modo, conocían aunque no recordaban haberlos
oído antes porque nunca los habían oído
antes. El frío de la tierra y lo caliente lavático del aire contrastaban; ése
era el termostato, plantas y palmas los reguladores. El cuerpo, todo él un ojo
gigante, comenzó a llorar desde que las primeras abuelitas, que estuvieron en
vela toda la noche al fuego, entraron con ellos. Ellos ya estaban abochornados
desde antes que las abuelitas pidieran de beber. Todo comenzó cuando empeoró,
las abues saciando su sed. El ambiente se densificó, se hacía difícil respirar
y ellos cantaban y el Universo escuchaba.
Él guió todo hacia adentro. Salió y
permaneció. Cantó. Preguntaba a los guerreros con preocupación si eran capaces
de seguir a través de las puertas. Los guerreros no se doman, antes mueren. Y
no es que la muerte los dome, ellos doman a la vida.
Puerta tras puerta se sucedieron
monolitos bañados en neblina, respiros a hierbas cocidas, suspiros y ruegos,
tomas de palabra sin sentido. El discurso cesó. El caluroso abrazo de las
abuelitas los obligaba a dejar ir: adiós a los recuerdos dolorosos, adiós al
rencor, a las frustraciones, adiós a eso que creo ser yo y adiós a eso que creo
mío. Todo salió disparado de sus cuerpos en forma de lágrimas. Aunque
guerreros, todos los seres humanos, temen el soltar, el dejar ir el ser así
nomás, el ser así sin más.
¿Por
qué el ser así no más nos atemoriza tanto? ¿Por qué el ser así sin más nos
estremece? ¿Por qué ambos se nos figuran al no ser? / Para cambiar hay que
morir y no hay muerte más dolorosa que la muerte parcial. Tenemos que morir en
parte para poder cambiar. Toda muerte es parcial. / La muerte es triste, porque
cada que alguien muere, muere parte de la humanidad. / Cambiar es parte de la
vida, no cambiar es morir. / Hay variadas formas de cambiar igual que hay
variadas maneras de morir, una forma del cambio es la mejora. / La vida cambia,
por eso vive. / La vida no mejora sólo es vida; a pesar de la muerte, nunca muere.
/ El amor ayuda a cambiar, en parte, porque en otra parte impide dejar morir.
¿Amar lo muerto es olvidar la vida? / ¿Por qué mi cuerpo llora tanto? ¿Tanto
daño le he hecho? / ¿Qué hago, qué hacemos en medio de este laberinto nebuloso?
¿Nos estamos buscando o perdiendo, o no hay diferencia entre ambas?...
Todo esto sintieron los guerreros en
el pueblo de guerreros desde el útero terráqueo a través de las puertas donde
los mimaron las abuelitas así. ¿Todas las abuelitas serán como las nuestras? Y
si todas son así ¿de qué sirve si no se les escucha? Hago un llamado a todas
las abuelitas del mundo, del Universo: Aquí hay oídos y ojos y cuerpos para
enseñar a abrazar. Les hablo a ustedes, las abuelitas desde Alaska hasta La
Argentina, desde aquí hasta más allá de Iraq.
@aleljndr
Hoy comienzo la cátedras del abrazo. Materia complicada pero se puede llegar a ser sobresaliente.
ResponderEliminarUn saludo guerrero.