Yo sí, algunas veces
¿Por qué no camino
por las banquetas?
No recuerdo la
fecha exacta, seguro andaba por los 10 años, 11 quizá, eran las 2 o 3 de la
tarde y caminaba por la calle con mi mejor amiga de la infancia, caminábamos
por la banqueta y al pasar por una casa que afuera sobre la banqueta tenía
árboles muy frondosos, salió de la nada un señor, de edad mayor, por los 50
calculo, con el pantalón abajo, mostrándonos su pene… mi amiga y yo nos tomamos
de la mano, dimos media vuelta y corrimos lo más rápido que pudimos,
espantadas, no nos detuvimos hasta llegar a la calle de nuestras casas, no
pudimos interpretar qué pasó, solo sucedió y nos dio tanta pena o miedo, vayan
ustedes a saber, que nunca dijimos nada, incluso ni siquiera entre nosotras.
Ese episodio marcó
una costumbre que tengo hoy, cuando camino por la calle no me gusta usar las
banquetas, siempre pienso lo peor, que salga otro señor medio encuerado y tenga
que correr de nuevo, como cuando niña, para sentirme a salvo.
¿Por qué siento el
corazón latir rapidísimo y el cuerpo frío cuando un vehículo se acerca despacio
en la calle?
Años más tarde a
esa experiencia de la banqueta, con mi misma amiga, veníamos regresando de una
plaza comercial, una camioneta se detuvo, bajó el vidrio del copiloto y nos
preguntó una dirección, no recuerdo nada más que ver al tipo, de unos 30 años
quizá, tomando con su mano izquierda el volante y con la mano derecha
masturbarse mientras nos preguntaba por la supuesta dirección. Mi amiga y yo,
como reflejo de aquella experiencia, nos tomamos de la mano, no corrimos pero
sí caminamos lo más rápido que pudimos hasta llegar a mi casa, nos volteamos a
ver y solo cuestionamos si tuvimos la culpa por detenernos cuando la camioneta
se detuvo y nos preguntó algo, o porque no usamos la banqueta. Ahora entiendo
que no fue nuestra culpa, que nunca ha sido culpa del agredido o violentado lo
que le pasa.
Y entonces recuerdo
la cantidad de veces que duele ser mujer, que duele no poder salir con falda,
que duelen las miradas, las palabras disfrazadas de piropos, que duele la lucha
entre mujeres por sobresalir en una sociedad machista que nos llena de
estereotipos desde niñas: “juegas como niña, pegas como niña, no es para niñas,
no puedes porque eres una niña”; y cuando creces cambian las formas, no el
fondo “date a respetar, llega a casa a tiempo, no seas una puta, no seas una
mojigata, aprende a cocinar para cuando te cases, ten hijos, no faltes a dormir
a tu casa, no hagas, no digas, no, no, no”.
Y así vamos por la
vida, negándonos cosas por ser mujeres, asignándonos otras por la misma razón.
Más de una vez me han cuestionado si he pensado en tener hijos, porque el
trabajo no me va a dar la misma felicidad que un hijo, porque necesito ser
madre para ser mujer, como si no fuera mujer solo por el hecho de haber nacido
bajo ese sexo, como si fuera necesario comprobar, a través de una vida, que
sirvo para ser mujer y traer hijos al mundo. Y duele, duele que por ser mujer,
deba trabajar más para que noten lo que hago, duele que duden de mis
capacidades y en ello, a veces, me hagan dudar de si soy capaz, suficiente, si
valgo la pena.
¿Alguna vez han
querido ser alguien más? Yo sí, algunas veces. A veces he querido ser el amigo
que se emborracha en las fiestas y no teme porque lo vulneren porque bebió de
más; otras veces quisiera ser el empleado que en un sector de hombres, no es
cuestionado si sabe de lo que habla, por ser hombre. Hay momentos en los que
quisiera ser ese hombre que va de cama en cama y nadie lo tacha de fácil, al
contrario, le festejan que se dé a cuanto mujer se deje. Hay noches en las que
quisiera ser ese hombre que llega tarde del trabajo, fiesta, escuela, camina
por las calles solas y no siente temor de ser violado, de ser víctima de su
ropa, de las horas, de la sociedad. De una pinche sociedad machista que nos
enseña que las mujeres no pueden manifestarse ni reclamar sus derechos, porque
están locas, que si son jefas de familia hay que apodarlas, pero si un hombre
participa en la crianza de sus hijos “es un buen padre, porque ayuda”, no. No
debería ser una ayuda, es una responsabilidad, es un deber y sí, también es un
derecho.
Hoy, creo, no hay
nada que festejar, no tienes que felicitar a nadie, como hombre mejor súmate a
la lucha por defender nuestros derechos, por una igualdad en la que se nos
respete por ser seres humanos; por una sociedad en la que no tengamos que salir
de casa y pensar en que quizá no vayamos a regresar. Como mujeres también, te
pido que no juzgues, no llames, no agredas. Seamos sororas pero no solo con
nuestras amigas, seamos sororas con la exnovia que se queja, seamos sororas con
las mujeres que nos caen mal, que señalan a nuestros amigos, familiares,
conocidos. Escuchémoslas como algún día quisimos que alguien más nos escuchara.
Hoy sumemos
esfuerzos, hagamos frente por una sociedad mejor, porque al final si agreden a
una, agreden a todas. Si nos falta una, no estamos completas, porque mañana no
quiero ser yo una ficha de búsqueda, una publicación en redes sociales, porque
no quiero que mi familia y amigos tengan que buscarme y les vengan con el
cuento de que me fui con mi novio, que no sabían en qué pasos andaba, que no
sabían a qué me dedicaba, que me fui por mi voluntad y no hay delito qué
perseguir.
Por mí, por ti, por
la madre que ya no regresó, por la hija que no llamó, por la hermana que encontraron
sin vida, por las primas, hermanas, sobrinas, amigas… por todas.
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