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El deseo de inmortalidad del ser humano se externaliza por medio de los hijos y los libros. Efectivamente, tener descendencia y escribir li...

Los libros existen Dios no Los libros existen Dios no

Los libros existen Dios no

Los libros existen Dios no

El deseo de inmortalidad del ser humano se externaliza por medio de los hijos y los libros. Efectivamente, tener descendencia y escribir libros nos garantizan trascendencia temporal; trascendencia que es paliativo del deseo humano de inmortalidad; sin embargo realizar hazañas singulares es, también, garantía de trascendencia temporal en la memoria de los hombres por vía de la Historia.
El deseo de inmortalidad es negar la temporalidad humana y se da por dos vías, por medio del individuo o de la especie. Escribir libros es inmortalidad individual, al igual que ser históricamente inmortal; tener hijos es un poco de ambos, pues se le recuerda a la persona por medio del hijo a la vez que se alarga la vida de la especie. Cabe decir que la inmortalidad por medio de los hijos es la más efímera mientras no se combine con la inmortalidad histórica, pues los distintos tipos de inmortalidades no son excluyentes entre sí: un hombre podría escribir (libros), tener hijos y dedicarse a buscar un lugar en la historia (o, por lo menos, intentarlo).
Si esto es así como se dice, los llamados grandes hombres, caracterizados por realizar actividades heroicas o monumentales, no perseguían fines prácticos sino inmortalidad.
Un buen ejemplo es Napoleón (1769-1821), que dedicó su vida a obras grandes y que, por supuesto, pretendía inmortalidad; una de tantas pruebas es, durante su campaña en Egipto, el “accidente” que tuvo con la Esfinge en Gizeh al intentar desconstiparle la nariz.
Pero, ¿qué es lo que causa el deseo de inmortalidad?
Una respuesta podría ser el sin-sentido evidente de la existencia humana. ¿Para qué nacer si hay que morir? Vivir para morir, así, sin más, no tiene sentido. Sufrir la existencia y al final desaparecer parece absurdo, no es coherente. Por lo que pensar o creer que existe vida después de la muerte es el corrector de este sin-sentido. Y esta vida post-mortem puede ser por medio de los hijos, los libros o una mezcla extraña entre ambos: la Historia.
Si es que de este modo se explica el deseo de inmortalidad, se puede ver, considerándolo un momento, la no-necesidad de Dios en el querer ser inmortales ni en el lograrlo. Y aún así se sigue creyendo que hay Dios.
¿Por qué?
La inmortalidad es temporal, pues la humanidad es temporal; hay que decirlo. Por lo que hijos, libros e historia dan inmortalidad, pero temporal. No deja de ser curioso que el hombre, siendo trágicamente temporal tienda o pretenda la inmortalidad. Lo que es aún más trágico es que la inmortalidad a la que aspira es, igual que él, temporal. Y la inmortalidad es temporal en tanto se base en algo temporal como la especie humana o alguna de sus prácticas o disciplinas, como es el caso de la Historia.
Quizá sea debido a esto que muchos prefieran la llamada inmortalidad espiritual (por sobre el tipo de inmortalidad del que se ha hablado aquí), que es otro tipo de vida post-mortem. Esta inmortalidad espiritual no esta basada en nada temporal, al contrario, sino en algo eterno; está basada en Dios. Y en tanto basada en algo eterno es, ella misma, eterna.
En efecto, para muchos sólo Dios justifica la vida después de la vida, sólo él hace posible la vida después de la muerte. Esto tiene serias consecuencias: Dios da sentido a la vida pues ésta no termina con la muerte; Dios complace el deseo de inmortalidad. Entonces Dios explica el sin-sentido de la vida dándole sentido al permitir volver a vivir después de morir. De todos los que creen así, nadie se da cuenta de que “Esto es explicar una cosa desconocida por otra aún más desconocida” : explicar el sin-sentido de la vida por medio de Dios.

Si, en verdad, esto sucede así, entonces Napoleón, o cree en Dios o se conforma con heredar su temporalidad a la inmortalidad que alcanza; pero como dedicó su tiempo a la estratega militar, a ser general, emperador, político y no a clérigo; como pasó más tiempo en campos de batalla y en palacios que en monasterios, esto me hace pensar que o Napoleón nunca considero ser inmortal (cosa que dudo mucho) o persiguió, en todo momento, la inmortalidad humana, esa que no es para siempre, esa que es la única que se puede comprobar. Y se puede comprobar puesto que los libros existen, Dios no. Entonces la inmortalidad por medio de los libros es verificable, la inmortalidad por medio de Dios, no.

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