Me encuentro perdida en un mundo en el que, rodeada de gente
y con tantas personas con las que he estado en mi cama, ninguna de ellas logra
completarme y mucho menos conocerme.
Ha sonado el despertador; inevitable momento del día en el
que deslizo la mano para intentar apagarlo y ganar un poco más de tiempo.
Sigo pensando qué sería si hubiera existido amor entre los
dos, si hubiéramos sido un poco más románticos; si hubiéramos prestado
atención. Estás en mí aún, no logro descifrar cómo ni por qué, pero este
tiempo sin ti estuvo peor.
Mi basta veteranía para hacerte explotar y encender tus ganas de mí, es algo que no
logro contener.
Es una fascinación enorme ver tus ojos puestos en mi cuerpo,
y con las manos detener tus ganas e impulsos. Me resulta excitante provocarte y
al menor movimiento dejarte sobre la cama y, sin decir más, marcharme. ¿Marcharme
para qué? Para luego regresar y darte gusto en todo.
Pero así somos, no hay amor; esa palabra vino a ser un mero
pretexto para que, cada que tuviéramos ganas, vinieras corriendo a mi casa o yo
a tu cama e iniciáramos con el juego en el que ambos nos divertimos; cumplo tus
deseos y tú satisfaces mis anhelos.
Nos complementamos de una manera única, tal vez la falta de
amor y afecto. El entender qué queremos cada uno y en qué momento no nos hace
mejores personas, pero sí mejores amantes.
La delicadeza de tus manos y lo fuerte de tus labios,
combinados con la manera de estremecerte hasta el delirio y mi sueva piel hacen
de momentos como éste los más placenteros de mi vida.
Igual que siempre, terminamos sumergidos en ese mar de
sensaciones y, después de pasarla tan bien, decimos: hoy, justo con ésta nos
despedimos; hoy es la última vez que nos
convertimos en amantes de paso, en dos personas desconocidas que cogen sus
pensamientos y los dejan fuera de la habitación, para dar rienda suelta a sus
más bajos instintos.
El domingo fue el último día en que nos vimos, el último día
que mis deseos penetraron en tu cabeza y los convertiste una de las más finas
experiencias que he tenido.
Tu lengua recorrió mi
cuerpo centímetro a centímetro; el sudor de ambos era como un fino licor del
cual podíamos tomar sólo tu y yo; los
gritos hacía el cielo eran mejor que cualquier canción que hubiéramos escuchado
hasta entonces. Tus manos agarradas de mi pecho, aferradas a esa fuente de
alimento de futuras generaciones, quizá no tuyas pero muy mías.
Terminamos lo que nunca supimos cómo inició, pero nos dejó
grandes experiencias. Al despertar y
verte sentado, como distraído, con la foto nuestra en las manos (la foto de una
fiesta, lugar y momento exactos en que nos conocimos, por cierto), intuí que
las cosas no serían iguales. Supe que
ese “hoy es la última vez que lo
hacemos” sería definitivo.
Hace un par de días que no nos vemos; ésta es la buena, sé
que no regresaremos a estar juntos, sé que tal vez hayas encontrado algo mejor
lejos de mí y de lo “nuestro”.
Me gustaría seguir escribiendo, pero ha empezado a sonar el
celular… contesté, escuché y no puedo seguir con estas líneas; me dispongo a
salir.
Por cierto, has llamado. Esa última vez volvió a postergarse,
pues es justo ahora cuando salgo a deslizarme por tu cama, meterme en tus
sabanas y que tú te metas un poco más. Es hora de ir a verte, ya lo ves, no hemos aguantado mucho… igual que las otras
veces.
Pero mientras sigas satisfaciendo mis deseos y yo cumpliendo
tus anhelos, entonces no importa que no nos llegue el amor, siempre estará mi
casa o tu cama, tu cuerpo y el mío. No te aflijas, que sin saber siquiera
nuestros nombres hemos llegado a todo esto.
por Pep
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