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Xantoma  en todo el cuerpo. Me cubre casi por completo y luego nada. La pared blanca frente a mí. Mis ojos desenfocados apenas distingue...

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Xantoma en todo el cuerpo. Me cubre casi por completo y luego nada. La pared blanca frente a mí. Mis ojos desenfocados apenas distinguen la madera en el suelo del yeso en la pared. Olvido respirar —inhalo—, a veces pasa, o es que olvido atender mi respiración. Si no lo siento, ¿no existe? Exhalo. Y me veo en agua. Lo primero que pienso es que me ahogo. Ahí abajo parece que flotas, que nada se mueve, aunque en la superficie se advierte la velocidad de la corriente. Es tan fuerte que debe estar arrastrándome, llevándome muy lejos. Pero no importa. Ignoro dónde me sumergí así que no importa que ignore dónde emergeré. El destino no importa cuando no conoces el origen. ¿Tiene sentido preocuparse por a dónde se va si se ignora de dónde se viene? ¿No se tiene poder sobre el efecto cuando no se lo tiene sobre la causa?... y luego nada. Otra vez en el agua, dentro del río. O creo que nunca me fui. Esta vez no me preocupa respirar, de hecho, en lugar de buscar la superficie me hundo al fondo enfocando la mirada en él. Es raro pero no hay lodo ahí. Sólo piedras romas, suaves, lisas piedras de río. Son muchas: parecen aglomeradas en conjuntos, agrupadas. Pero eso es imposible, pienso; las piedras no deciden sobre su movimiento, pueden agentes externos (no-piedrosos) moverlas pero ellas no se mueven. Las plantas, aunque seres vivos, también son de movilidad limitada. Y aun así, ahí están: piedras y plantas como si se organizaran en grupos. No hay orden ahí. Yo las veo ordenadas al verlas. Es el mismo caso con las estrellas, no tienen forma de nada; la forma aparece al verlas no está en ellas.
Mientras, la corriente me sigue arrastrando, primero me quitó el peso, ahora me hace flotar, luego me está quitando los anteojos del orden. Me arrebata, me lava los ojos para que pueda ver las cosas dejando de ver el orden que encuentro en ellas: ver por medio de no ver. Las aguas purifican.
Inhalo.
Las piedras siguen al fondo, ya no las veo agrupadas (¿alguna vez lo estuvieron?). Ahora sólo veo piedras. Voy al fondo y vuelo a la superficie del río; por encima del río y vuelvo al fondo. No puedo dejar de ver las piedras sin importar a la distancia que me encuentre de ellas. Del fondo del río al cielo, una y otra vez, ahora hasta floto fuera del agua. Lo sabía: al agua purifica. Después también pierdo mi solidez. Caigo al agua, me acerco a las piedras, no siento la diferencia entre moverme en el agua o el aire, las piedras se acercan, parecen ser muchas, elijo una y entro en ella.

Alguien a quien quiero mucho me está hablando. Entiendo todo lo que dice; lo que no entiendo es porqué estoy tan molesto. Cada palabra me enoja más. No puedo creer que me diga tantas cosas que me hacen daño. Luego, sin aviso, salgo de la piedra. Estoy en el fondo del río rodeado de más piedras, floto en el agua y luego en el aire. El río se mira pequeño desde lo alto. Caigo de nuevo, me sumerjo y elijo una piedra diferente. Todas son hermosas, parecen burbujas. Caigo en la piedra seleccionada. Y entro en ella.

Alguien a quien quiero mucho me está hablando. Entiendo todo lo que dice, ya me lo había dicho en la otra piedra; lo que no entiendo es porqué esta vez no me molesta. Comprendo no sólo sus palabras, sino el sentimiento que las dicta. Con cada palabra que me dice aumenta más mi empatía. No puedo creer que esas cosas le hagan tanto daño. Quiero abrazar y me acerco, pero salgo de la roca disparado hacia el cielo; me hubiera gustado quedarme.
El proceso se repite. Caigo al río, me acerco al fondo y quiero la piedra anterior pero no la encuentro. Entro en otra. Alguien que quiero mucho me está hablando. Lo sé aunque no entiendo lo que dice, pudiera ser que ya lo escuché antes. Me siento solo y triste. Nada comprendo. Deduzco su frustración. No puedo creer que no pudiera regresar a la piedra anterior; añoro estar ahí, volver a ella. Salgo de la tercera piedra al agua y luego al aire. Allí arriba me doy cuenta que no entendí nada de la piedra por nunca salir del todo de la anterior.
Exhalo.
Mis ojos comienzan a enfocar de manera automática. Distingo la madera abajo, y el yeso en frente. Me duelen las piernas. ¿Olvidé respirar? ¿Cuánto tiempo pasó? Seguramente respiré, pues de otro modo me habría desmayado. Comúnmente respiro sin darme cuenta, respiro sin saber que respiro. Ahora lo sé. Regulo mi respiración con dos o tres inhalaciones profundas. Me pongo en pie. Y anexo a mi menú de posibilidades cerca de un millar de piedras; opciones de ver, de entender y de sentir alejadas del tic-tac.


@aleljndr


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