Mas, tus piernas de a dos manos, bajo
tus caderas de a tres y hasta cuatro, ¿quién les prestará fe? ¿Qué abrigo de
papilas disgustativas cubrirá al talle tus límites hinchados? ¿Quién retará con
sus ojos mirando hasta el fondo del vaso los tuyos aceituna vodka tonic? A
falta de soviética estepa, del Zar y del mujik, traicionas a media broma, sin
mencionar la venganza que materializas en deuda de alto interés que vence a la
mañana siguiente y cobras —inflación incluida— el placer prestado la noche
anterior. ¿Pensaste en eso?
Guantes de relleno pentagonal, pecados
capitales; victima, verdugo, juez y parte ¿se te ocurrió previo a que tus
manos, para eso sí ambidiestras, artísticamente consumaran su obra consagrada:
mi destrucción? Si con ellas te sirves y me sirves, sacerdotisa de diosa
vikinga; tu nombre te delata, ¿qué pasó?
¿¡Que divago!? ¡Seguramente! Lejos de
ese ombligo rosa de los vientos, no me oriento; senos, dos, pendientes y en
suspenso; pezones polos magnéticos ¿Cuándo me entregaste al Imperio? No la
cuento.
Tampoco recuerdo los delitos por los
que me persiguen, ¿heresiarca? ¿anatematizado? ¡Inventos! Quieren convertirme
en réprobo; lo que seguido alucino escuchar es tu sopránica voz de gango en
plañidero pesar, risa, cacofonía desgraciada; y hasta oigo tu sonrisa,
horizonte, Venus y luna polar.
Ya no temo —sábelo— ni a la insegura,
asimétrica y prosaica rima ocasional aparecida sin invitación a mi intento, a
mi intento de alejarme, a mi intento de alejarme de ti. De tu libido tímida y
cristiana de mutis espiritual y orgasmos catalizadores de culpa Magdalena. El
ancestral temor a la muerte por lapidación. De tu nomuyputa, de la heredada
tradición de meterse a la cama con la moral empiernada. Niña menstruosa.
Fémina machistizada, el placer es de
quien lo trabaja, zapatista: el sexo sin diplomacia. Sábelo. Te hablo a ti,
amante de fotones catódicos cultos; le falta conciencia de clase a tu teoría
estética, fotografía Decamerón a distancia, lenguajes quinéticos, discursos
crestomatizados; no te enteras por casualidad ni por accidente, mucho menos por
mega(lo)fonía. Tu esclerosis sentimental atávica, y aquí vine el pretexto
perfecto, pues es lo que menos parece: herencia y heráldica nadie elije. Aunque
tú has decidido nuestros hados.
¿Quién seremos nosotros cuando no
estemos juntos?
¿Quién seremos? Dime: ¿quién?
@aleljndr
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