Los cuchillos se bautizan. A sangre;
pues a fuego ya lo fueron al momento de fundirse. Les falta un bautizo y lo
saben, lo buscan. Entre más tarde en darse la ablución hemoglobínica, más
cantidad se necesitará para satisfacer el trámite.
Por eso cortan los nuevos.
Todo es diferente cuando se acuestan
sobre el ojo derecho. Éste se hincha a todo lo largo hasta formar una especie
de colchón o camastro, a las veces. El lecho improvisado es acuoso, coloidal o
plasmático, la mayoría de las ocasiones. El cuerpo yaciente se comporta raro.
Cae sin caer, se espanta sin moverse, brinca levemente, descansa, se libera de
un peso patafísico que percibe muy ajeno aunque sea su propia joroba. Cuando se
enciman sobre el ojo izquierdo comienza una cuenta regresiva y el globo ocular
simula un ojo verdadero, no metafórico; también se hincha, pero sobre la cabeza
y comienza a elevar al cuerpo, no lo mantiene de pie, lo hace flotar sobre
todo, sin tocar la superficie de nada aunque todo esté a la vista. Y aunque la
vista no basta es vasta, el filo fronteriza, pues ¿qué es una frontera sino el
intento del niño por cortar lo incortable, la tierra? No vemos cuando vemos
límites. No vivimos cuando vivimos límites; y ¿pensar? El pensar sólo existe
con límites, es su tarea esencial, por eso hay que ir más allá del pensar, no
exagerar sus dominios, hay que enseñarle humildad al pensamiento extremando
obviedades. Acuéstense. No sobre los ojos; sólo acuéstense. Descansen.
Esa es la razón de que tengamos los
ojos de diferente color, pues el pigmento es la prueba material del designio
espiritual. No se trata de mímesis o camuflaje, excepto que se trate de mímesis
o camuflaje. Es la idea dominando por su contrario, venciéndolo, haciéndolo
suyo. No son contrarios complementarios, simplemente son palabras; y a esto hay que tener en mente lo que dicen los
sabios de las palabras: “Muéstrame el árbol cuyo fruto son las palabras y yo te
mostraré la idea que gustes” Siempre nos toman el pelo, siempre. Nos han
dominado por nuestra ingenuidad cimentada en el miedo y la ignorancia. Somos
perezosos, preferimos la comodidad. Mediocres, perdedores, timoratos, cobardes;
todos sentados en un bar con el deporte de moda en la tv mientras pocos dirigen
el lugar. Estamos tan preocupados por lo que pasa en nuestra mesa y el monitor
que nuestra visión no va más allá del salero. ¿Qué nos dan de comer? ¿Los
precios? ¿El servicio? ¿La gerencia? ¿La cuenta? Nada nos importa, sólo el
siguiente capítulo, la próxima temporada. Creemos que la tv nos da sentido, mientras
la verdad es al revés. La verdad siempre es al revés. Pensamos que nos hacen un
favor y la verdad es lo contrario. Somos los más vivos, y nos fascina actuar
como muertos. Somos la voz que se ha quedado muda por desuso voluntario.
¿Y los que leen? Ellos también leen lo
de moda. Leer está sobrevalorado. No lo saben, pero no son lectores, son
consumidores. Hoy, que la economía domina todo aspecto humano —sí, también a la
ciencia y a la literatura—, el buen gusto al escribir, los mejores y los buenos
escritores son designados por las casas editoriales. Es la moda. Vender. El
dinero. De por sí los artistas nunca han brillado por su capacidad de realidad.
Por ejemplo: hay algunos de ellos que se hallan convencidos de que para crear,
necesitan vender al grado que si no logran esto, no podrán aquello. Pobres
engañados. Es como si creer que para comer necesito dinero mientras lo único
que preciso es hambre; ella ya me ayudará a conseguir el alimento.
Pero nadie tiene oídos para esto. Al
bar se va a beber, no a más, tal vez a
mirar el aparato o a buscar un ligue, pero no a más.
El esclavo perfecto es el esclavo
voluntario.
El señor perfecto es el que no llama
esclavo a su esclavo y la palabra perfecta es la que se acalla entre el
tintineo de los vasos, el ruido de fondo y en la rockola, mientras el metal
espera su sacramento, una canción de trip-hop —también de moda— y en el título
una ñ.
@aleljndr
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