El
solterón disponible
Clemente
Felipe Desousa es el hermano mayor de 2. Él ha cumplido con todo lo que le han
exigido en casa; ha cedido en las imposiciones maternas y algunas sociales. Ha
perdido la batalla ganada por todos los machos mexicanos. Batalla que tampoco
quiso pelear. Conoció, disfrutó, perdió y reconoció al amor de su vida, que
quizá le llegó a muy temprana edad. Para algunos la decisión no se trata de
elegir entre opciones, sino de aceptar la única que se presenta. Alguien joven
pensaría que la Primera puede no ser la mejor o: si así es la primera ¿cómo
serán las que vendrán? Clemente
era ese joven… al menos lo fue.
Claro que ha
tenido amantes, pero a nadie de ellas las ha acercado a la mecánica matriarcal
del aparato familiar. Ha pasado tanto tiempo de no tener novia “oficial” y es
tan discreto en sus amoríos, que más de una vez sus hermanas —paternalmente
conocidas en el círculo familiar como Las Niñas— por separado, han
sospechado de sus preferencias sexuales. A él no le importa y menos si no lo
presionan. A ninguna, hermanas ni madre, les beneficia un noviazgo de Clemente.
Una relación
consume tiempo y energías y la familia Desousa, como toda familia, evita el
cambio y aprovecha de Clemente siempre que puede. Chofer, compañero de super,
acompañante de mandados indeseados, confidente, comparsa, conductor designado y
niñero de emergencia; Clemente, hogareño, siempre tiene tiempo para su familia.
Es, por
mucho, el más alejado de la banda, el músico puro, según sus propias palabras.
Participa en varios proyectos musicales aparte de La Banda, quizá por eso, es
al que menos conozco y, junto con Rufino Salazar, los que menos me dieron
información para escribir sobre ellos.
Adela Herrán
Originalmente
el apellido es De la Herrán. El abuelo de su abuelo, muy cercano a la
Revolución decidió acortar a Herrán por el prejuicio aristocrático que hace
sospechar cualquier apellido compuesto; cosa muy alejada de las nuevas
tendencias a lo democrático y popular de aquel entonces.
Rubia, ojos
verdes y piel en carnes— siempre supo que vivía en un país racista. Cuando su
primer novio la acompañó por primera vez a una comida familiar, la abuela (y
también tocaya suya) se despidió susurrándole: Ade, se trata de mejorar la
raza, no de empeorarla. Mientras la miraba con sus ojos gris verdosos, rodeados
de pequeñas venas serpenteando la esclerótica; a Adela le parecían ríos rojos
vistos desde la estación espacial internacional.
Adela tardó
en entender el comentario. Su primer noviecito tenía los ojos, el cabello y la
piel de color diferentes a los de ella. Eso no la afectó. Lo que le quitó el
sueño fue el hecho de que la abuela no la estaba atacando. Lo que le dijo se lo
dijo como consejo amoroso, como si Adela estuviera cometiendo un grave error y
la abuela, protegiéndola, buscara ayudarla.
Crecer es
difícil. Mirar a los padres como meros seres humanos, con luces y sombras, es
parte de ello. Mientras haya luz, todo cuerpo genera sombra. Y la sobra de su
abuela, una de tantas, era el racismo.
Y a partir de
entonces Adela comenzó a ver a sus cercanos desde sus sombras y ella misma
vivió en esas sombras.
No se
consideraba racista, pero se había dado cuenta del trato preferencial que su
fisionomía le permitía en México. Y con frecuencia se beneficiaba de ese trato.
Así que pensaba: si me beneficio del racismo, entonces soy racista.
Otra sombra en la que se descubrió fue la de la superficialidad. Adela elegía compañía por agrado, busca la concordia y la conveniencia. Le da demasiada importancia a la apariencia física. Los temas que trata en plásticas pláticas con cercanos no pasan más allá de la convención social; ni de política, ni de futbol, ni de religión, se dice en México.
Confesiones sodomíticas
Confesaba que
a ella el sexo anal le era inclusive. Que si la obligaban a una postura al
respecto optaría por ponerse del lado del desagrado, pero podía acceder sin
problema.
—Pobre de tu
güey —le dijo Rufus.
—¿Pobre? ¿Por
qué?
—Porque la
variedad, querida Ada mía, es a lo que se reduce el sexo. Ya sabes, lo
agradable siempre es algo nuevo y luego alguien nuevo.
—Te
equivocas, yo sí tengo anal con mi novio.
—Pero si no
te gusta… —dije yo.
—Ah, pero a
él sí— dijo Adela.
—Oh, mujer
abnegada que optas a la primera por el autosacrificio y la negación de sí antes
que autoafirmarte ante los otros. —declamó Rufino.
—Mira, accedo
porque a él le gusta. Y cuando lo dejo hacer soy yo diciendo: “Mundo, aquí
estoy, disfrútame” Lo hago más como un favor.
Rufino y yo
nos miramos después de un breve silencio que, aparentemente, sólo fue incómodo
para nosotros.
—¿Qué tiene
de malo? —nos preguntó Ada.
—De malo
nada —le dije—. Es sólo que Rufino y yo, sospecho, estamos de acuerdo en que no
nos gustaría que nos dieran sólo como favor algo que nos agrada.
Miré a Rufus
que, a su vez, miraba a Ada suspirando. Él asintió en silencio y le dijo:
—Yo
disfruto más cuando los otros disfrutan lo que disfruto. Y no sólo me refiero a
sexo. Por eso soy músico. Cuando alguien me da algo sólo porque lo disfruto sin
ese alguien disfrutarlo, me hace sentir un mendigo. Mendigo sexo. El sexo como
limosna, o propina o refuerzo positivo… ¡méndigo
sexo!
La lluvia que
no moja
En los ojos
de los niños, si observan con atención y no se dejan distraer por la ternura
que sólo permite ver pureza, podrán advertir la potencia absoluta de la
especie. Están —entre iris, pupilas y córneas— en esos breves órganos
infantiles, el asesino en serie, el general golpista, el ladrón, el violador y
el poeta; el amo, el atleta y el esclavo.
En los ojos
de niña de Patricia Plaza también se podía advertir todo esto con la diferencia
de su mirada, atenta, vigilante. A ratos parecía que era lenta de entendederas
pero sólo miraba a profundidad. En el mundo tomarsesutiempo se confunde con
serlento; y como ser rápido se valora positivamente, ser lento es ser estúpido.
Un amigo de la vida cuando la situación le exige rapidez dice: ¿quieres que lo
haga rápido o que lo haga bien?
Tragedia: el
camino de la vida se confunde entonces con una línea de ensamblaje. Patricia lo
descubriría más tarde. Mientras ella y Luis se bañan desnudos en las olas del
Pacifico, felices ignaros del pudor que la sociedad les enseñará.
Luis ya
hablaba, Patricia aún no aunque tenían la misma edad.
Entonces no
platicaban, de hecho Luis le contaba cosas. Patricia ponía atención. Cuando
convencieron a su madre de consultar al médico Patricia preguntó:
—¿Por qué me
llevas al doctor si no me duele nada?
—Porque no
hablas y ya deberías hacerlo.
—Lo hago.
—Pero la
gente debe hablar más.
—Puedo hablar
más, pero no quiero.
En realidad
no hablaba porque creía que no tenía que decir.
—Bueno, muy
bien —le dijo su madre— si no quieres ir al médico sólo habla de vez en vez y
asunto arreglado.
Patricia
asintió y comenzó a hablar con Luis.
La primera
vez que Luis escuchó su voz estaban en el agua y comenzó a llover.
—¿Sabes que
no toda la lluvia moja?
Luis, sin
demostrar su sorpresa, tal vez pensó: Bueno, ya habla, aunque sean tonterías.
—No Patito.
Toda la lluvia, si es lluvia de agua, moja—. Ella guardó silencio y pensó: la
lluvia que cae cuando estoy en el mar, no moja.
Desde
entonces no dejaron de platicar hasta que Patricia y su madre se fueron del
Pueblo.
a.
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