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              Dicen que regresar nunca es bueno. Pero si vas a regresar con textos y chelas, es mejor que lo hagas pronto. Pep   Buen...

Buenas Noches Buenas Noches

Buenas Noches

Buenas Noches

        

     Dicen que regresar nunca es bueno. Pero si vas a regresar con textos y chelas, es mejor que lo hagas pronto. Pep 


Buenas Noches

Por Pep

 Y de pronto llegas de un gran viaje, llega a casa. Las cosas parece que no se movieron ni un solo día de lugar, te ves en los espejos polvosos y quieres ver más allá, quieres encontrarte, pero parece tarde.

Dejas el equipaje, siempre viajando ligero, pues no sabes cuándo tendrás que salir corriendo porque alguien se enamoró. Y es que tú no lo haces, tú no te enamoras, tu sólo prestas tu cuerpo para satisfacer los más recónditos deseos de alguien más, y necesitas repetírtelo siempre, prefieres ser un gusto para el cuerpo, que un corazón roto. Y está bien. Recibes una llamada, de alguien que hace tiempo no escuchabas, ni leías, de una persona a la que has visto dos veces en tu vida, pero por alguna extraña razón siempre se tenían muy presentes. 

 - Hola. 
- Hola, ¿cómo estás? 
- Regresando, ¿y tú? 
- Bien, pensando en si llamaba o no. ¿Qué tal el viaje? 
- Mmmmm…. Bien, creo que bien, ya sabes. 
- ¿Nos vemos? 
- ¿Dónde siempre? 
- Sí. 
- Me alisto y salgo, nos vemos. 
- Bye 

 Esa conversación que no te dice nada pero explica todo. Te apresuras a bañar, vistes tu cuerpo, la mejor carta de presentación que has tenido, con algo lindo, algo que no usas para el trabajo o para los domingos en casa, un coordinado de encaje que resalta tus pechos, que invita al que los ve, pero que no cualquiera puede tocar. La parte de abajo deja un poco menos a la imaginación, pero delimita muy bien esas nalgas que sólo algunos conocen, pero los que saben de ellas, las recuerdan. Una blusa y jeans; tennis, perfume dulce, el de siempre, color rojo para los labios y rímel, poco, sabes que podría correrse después. 

 Tomas un suéter, la bolsa, celular y llaves. Abordas un taxi y te diriges a tu destino. El cabello medio húmedo, y la mirada perdida. No sabes cómo es que será esta vez, si serán como antes, pero sientes ese cosquilleo de la primera vez, recuerdas que usabas falda, llevabas calcetas largas, blusa blanca, suéter azul, zapatos negros, y el cabello revuelto por el aire, con el sujetador a medio estar. Nerviosa, inexperta, pero con las ganas en la piel. 

Ese día el salón de la escuela fue el escenario perfecto para que tu cuerpo se iniciara en las artes de amar, antes de entrar en el, pasaste al baño, él se adelantó; una vez en el salón tú le pediste meter su mano debajo de tu falda, vaya sorpresa, tu ropa interior se había ido y con ella el miedo y los nervios.

El te tomó de la cintura y empezó a besar tu boca suave, labios delgados pero una delicia para besar. Puso tu mano sobre su pantalón y te pidió hacer jugueteos para él, mientras sentías como su excitación subía y subía junto con tu respiración. Se sentó en el piso, y tu parada frente a él, con su cabeza metida bajo tu falda, tus ojos cerrados y una sensación bastante cálida debajo, te hacían olvidarte de todo y querer más, tu boca logro abrirse un poco y salieron las notas de tu primer orgasmo por sexo oral. No sabías si era un volumen moderado, si estaba bien que dijeras esas cosas mientras el besaba partes de tu cuerpo que no sabías que se sentía tan bien, y el seguía desesperado por comer todo lo que tu cuerpo ofrecía; y su lengua, esa lengua que te hacía estallar a cada paso por tus labios, tu piel lo hacía no querer parar nunca, seguir jugando con su lengua, tu cuerpo, sus ganas y tu esencia. 

 Y llegó, terminó lo que hacía, tú no pudiste disfrutar más, quisiste regresar el gesto. Pero el temblor de tus piernas no te dejó, sin embargo el prometió que habría una segunda vez. Acomodaste tu falda, ajustaste el cabello, desarrugar un poco la blusa, subir las calcetas y salir por el pasillo, como si fuera enorme ese pasillo y no lograras terminar de recorrerlo jamás. 

Recordabas esa tarde cuando un mensaje llegó a tu celular “¿Ya llegas? Ya estoy aquí”. Sentiste ese mismo escalofrío que recorrió toda tu piel y el mismo deseo de cuando caminabas hacía el salón, aquella primera vez. Entraste, él estaba ahí como si nada, pero queriendo todo, y apenas te vio y sus manos en tu cadera, su boca besando la tuya, apenas tuviste oportunidad de dejar tus cosas en la mesa de junto, los besos seguían y sus manos, sus manos hacían de tu cuerpo ese mapa que lleva al tesoro que encierras mujer entre las piernas. 

 Pasaron a la cama, ya ahí decidiste sentarte y devolver el gesto amable de aquélla vez en el salón, entonces desabrochaste el pantalón y tus manos buscaba lo que tu boca deseaba, lo tomaste y empezaste a besarlo, y notabas en sus ojos que estabas haciendo bien las cosas, antes de acabar en tu boca, te retiró, prefirió hacerlo dentro de ti. Te acomodó en su cama y comenzó a meterse poco a poco, y tú, tú sólo querías sentirlo como nunca. 

 Empezó el ir y venir, pero luego de un momento se retiró y te volteó y empezó a jugar con tu cadera mientras el sexo era el mejor complemento para la escena, tú lo disfrutabas y él entraba y salía de ti cada vez más rápido y tus gritos eran esa dulce melodía que un día compuso y la cual no ha podido sacar de su cabeza, y tú sentías que en cualquier momento terminaría de hacer y deshacer contigo, pero no, se acostó y te vio de esa manera que nadie te había visto, y tu sobre él haciéndose promesas y diciéndose cosas que no se dice alguien a quien se coge una vez y se llaman para cuando la cama quede grande, los ojos delatores de los dos te hizo dar cuenta de que no fue quitarse las ganas y ya, que lo disfrutaste, pero que querías conocerlo y verlo, claro, ambos con sus limitantes pero llegó el momento, la explosión de los cuerpos que no pudieron tenerlos más unidos, que no pueden callar lo que sienten pero no es, y te quedas viendo sus ojos, esos ojos que quieres que hablen, que te digan, que griten que te quedes. 

 Él sólo se ríe, y te abraza. Un silencio inunda el cuarto, no es incómodo, es el sonido que ha dejado el huracán de emociones que se metió en sus cuerpos esa noche. Te alistas para salir, la ropa, el cabello, tenis, bolsa, todo recoges y guardas, dejas en su lugar como si hubiera sido un día más, pero no lo fue. Él te acompaña y llega el momento de despedirse, se abrazan sin decir nada y caminas, te alejas pero quisieras que las piernas no te respondieran y quedarte ahí para él. 

 Ya camino a casa, él te escribe “¿un último beso de buenas noches?” y tú, tardas en contestar, lo piensas - ¿debería regresar? – Y aunque han prometido no comprometerse a nada o con nada, suspiras y le contestas - ¿de qué me sirve darte un beso de buenas noches, si cuando intento dormir, no me dejas? Llegas a casa, pensativa, cansada, medio dormida y reconoces que aunque pueden ser grandes cosas, prefieres un beso ocasional de buenas noches que exponer el corazón, al final él está igual. 



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