Supongo que son como las 6:00
de la mañana, lo sé porque han vuelto a cantar los pájaros y la mañana empieza
a caer sobre la cara asustada de Lucía, que al ver la escena se ha echado a
llorar.
Creo que debo presentarla antes de hablar de lo que me ha
sucedido, pues Lucía puede ser la única que me entienda y no me juzgue antes.
La conocí hace tres años, la primera vez que entre por
ese gran portón de rejas blancas que detrás deja ver un pasto verde de
película. Justo como el que veía cada que mis padres me llevaban al parque. En
fin, ese día supe que ella sería una buena compañía, más que él, el
que me habla cuando quiere, que me aconseja y me dice cosas. Debe ser muy tímido
porque nadie más lo escucha o le debo caer muy bien, pues sólo a mí me tiene
confianza.
Lucía dijo tener en ese lugar la mitad de su vida, que
por su apariencia no debían ser más de unos diez años, porque era realmente joven. La cara
finita, su piel como el barro, el
cabello del color de la noche y una sonrisa que era lo más parecido al sol,
pero esta vez no se trata de ella, se trata de él.
Recuerdo que la primer noche que dormí bajo el mismo
techo que ella se volteo hacía mí y me dijo casi susurrando –no le hagas caso,
sé lo que pasa, nadie me entiende pero veo en tu mirada que tú lo harás- se
giro a la pared y no me dijo palabra alguna en los siguientes días.
Justo esta mañana él volvió a hablarme, Lucía dice que
sabe cuando me habla, pero él me ha dicho que debo hacer lo mismo que
con mamá. No creo que tenga razón. Con mamá las cosas eran diferentes, pero
Lucía… a Lucía en verdad la aprecio.
Pareciera que fue hace unos días la primera vez que escuché
su voz. Recuerdo que dormía cuando sólo pude escuchar algo así como –he
llegado, llegado nada más para ti- y esas palabras fueron las que me hicieron
abrir los ojos de una manera diferente.
Esa mañana recuerdo que se hacía tarde para el colegio,
esa voz desgastada me cautivo al grado de quedarme perdida en la gota que caía
por el cristal de la ventana. La lluvia era un ruido ensordecedor en el que
sólo distinguía las palabras escuchadas al amanecer.
Desde ese día nada fue igual. Escuché la voz de mi mamá
que me apuraba, no la tome en cuenta. Salió a trabajar, me dio un beso en la
mejilla y al cerrar la puerta sonrió, sonrió de una manera tan hipócrita, allá
ella si cree que me puede engañar.
De pronto fue como si de golpe me regresaran a la
realidad, tome las cosas para la escuela y salí de manera presurosa. Mientras
caminaba por la calle las personas, que veía a diario, me parecían diferentes,
ellas estaban contra de mi, no sé porque nunca lo note, pensé, pero ya no me engañarían más.
Decidí no ir a la escuela y caminar o, mejor dicho,
ocultarme en algún lugar en el que estuviera a salvo. Pasaron los días y evadía
la escuela constantemente en casa, con mamá, las cosas se tornaban hostiles,
ella no estaba para aguantarme ni yo para escucharla.
En cambio él, era el único que me escuchaba y
entendía, siempre sabía que decir y hacer. La tarde en que ingrese a ese lugar,
ese frío lugar en el que conocí a Lucía, recuerdo que ya había pasado por
varios doctores, todos lo mismo –es tarde, no hay nada que hacer, debería
llevarla a……-. Siempre hablando como si no estuviera ahí.
Regresamos a casa y me enfade tanto que intente,
aconsejada por él, empujar a mamá por las escaleras, dijo –quien te
quiere no te quiere lejos, tu mamá quiere llevarte a esos lugares, no debes
permitirlo- y sí, no lo permití, al menos no la segunda vez.
Sólo pase esa noche en casa, después entre por ese gran
portón de rejas blancas, esa salida fácil que encontró mamá y que fue la peor
decisión que pudo tomar. Ella se llama Lucía, dijo nuestra niñera, si, esa
persona que cree que le creo, que siente que entiendo que lo que hace es por mi
bien, pero no, él siempre ha dicho que mientras
esté conmigo, nadie más me ayudara ni me cuidará como él lo ha hecho.
Lucía y yo nos hicimos amigas, y no es que lo fuéramos
realmente, es sólo para darle una etiqueta, como a un frasco de mermelada o una
botella de gasolina. Etiquetas, estúpidas etiquetas que solo segmentan este
mundo, de por si ya podrido.
Íbamos siempre juntas, a todos lados, hasta que me empecé
a comportar como la gente, él se había ido, entonces los señores que vestían
como ángeles le dijeron a mi madre que después de dos años dentro de ese palacio podía irme a
casa. Lucía lloró, pero entendía que era lo mejor para mí, y yo, creo que yo ya
no sentía nada, al menos en ese momento no.
Llegamos a casa, mamá lloró, yo era incapaz de dirigirle
una palabra. No regrese de inmediato al colegio, pero mi vida era casi
perfecta, hasta que un día, una día lluvioso como el de hace tiempo, lo hizo
regresar.
Su voz entro de lleno en mi cabeza, esta vez decía muchas
cosas a la vez, me aturdía pero el logró convencerme. Esa noche hice
exactamente lo que dijo, es tarde para arrepentimientos pero me doy cuenta que
no fue lo mejor.
Espere que mamá se fuera a su cuarto, luego de limpiar los trastes de la cena. Como de costumbre me quede hasta tarde frente al televisor escuchando War, del grupo Chikita Violenta -I don't wanna start a war it feels beter now it allreturns-.
Esa noche quedó como anillo al dedo. Corrí al cuarto de mamá, algo me
asustó, no se que fue, y al entrar recuerdo que sólo escuché la palabra doctor,
entre en pánico total, corrí de nuevo a la cocina, abrí el cajón de los
cubiertos, saque el cuchillo y silenciosamente caminé a la recamara de mamá, se
alistaba para dormir. La mire y supe que sería la última vez que la vería.
Él me dijo cómo hacer las cosas, me dijo que era por mi bien, que ella no
me quería y por eso pensaba regresarme a ese feo y frío lugar. Impulsada por su
voz, la que nunca pude callar espere a que mamá durmiera, y entonces sin
pensarlo y animada por él la apuñalé, sí, no fue una ni dos, fueron las veces necesarias para que
ella no quisiera deshacerse de mi jamás.
Terminé justo en la última línea de la canción, entonces él me pidió
correr, irme lejos, alguien vendría y me llevarían, no supe que hice en verdad,
sólo lo escuché hasta el cansancio y no salió bien.
Corrí bajo la lluvia, no se cómo ni por qué pero llegue a las rejas blancas,
de fondo el pasto que parecía ser una gran alfombra que me esperaba. Toqué la puerta, salieron por mí. Al verme cubierta de sangre me pasaron y me llevaron conLucía, ella supo que las cosas estaban mal, me dijo – volviste a escucharlo, te dije que regresarías-ahora fui yo la que se volteo contra la pared, sentí un ascotremendo, fui al baño, la canción seguía sonando en mi cabeza, I don't wanna start a war, it feels beter now it all returns. No puedo más, no quiero seguir
escuchando más. Van a venir y me van a culpar de la muerte de mamá, no quise hacerlo, es sólo que él no se callaba, no dejaba de repetir que era lo mejor.
Aproveche un momento de descuido de Lucía y las enfermeras, de
nuestras niñeras. Subí a la torre del Manuel Velasco Suárez (el Instituto de
Neurología) y pude tocar la punta del cielo. Entonces, al voltear hacia la
entrada la vi, era tan guapa como en la foto en la que estaba embarazada de mi,
mi mamá estaba ahí, frente a mí, me extendió los brazos y en el intento de ir
con ella mi cuerpo cayó, inconsciente en el jardín, que ahora tenía un tono
rojo por la sangre, la canción de fondo y mamá caminando hacía mí. Supongo que son como las 6:00
de la mañana, lo sé porque han vuelto a cantar los pájaros y la mañana empieza
a caer sobre la cara asustada de Lucía, que al ver la escena se ha echado a
llorar.
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