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Círculo vicioso Círculo vicioso

Círculo vicioso

Círculo vicioso

 


 

Sobre primeras veces… la primera vez que bebí con Rufino nos invitaron a la fiesta de graduación de unas alemanas que habían estudiado antropología en la ENAH. El jolgorio fue en una casa grande o mansión pequeña, según el estrato social de donde se provenga. Una celebración en forma, a lo primer mundo, por supuesto; mucho alcohol, buena música y más rubias ojiclaras de las que estoy acostumbrado a ver.

Ese día —noche— convergieron múltiples coincidencias, estaba casi toda la banda y allegados. Patricia con Dinant —en su Época de Oro de la relación; ellos siempre están en esa Época—, Salazar —solo como siempre, y manteniendo su costumbre de llegar ebrio a todas partes—, Clemens —solo y sobrio— y el DJ que conocería esa noche. Y todos parecían dispuestos a pasarla bien.

No recuerdo por qué llegamos ahí. Parece que Clemens nos llevó; su banda, una de las muchas que tenía, de nombre impronunciable que incluía circunflejos y caracteres eslovacos, tocaban balkan, uno de los tantos géneros musicales que habíanse puesto de insoportable moda. Clemens, toca bien, es impecable ejecutando el instrumento, pero no le gusta el balkan; él sólo está con ellos por el hueso. Clemens es el huesero —músico mercenario que sólo toca por dinero— y ¿quién lo culpa? En esa época era lo que se socorría en los círculos más pudientes de la Ciudad de México; lugares donde sobra público, bebida y drogas.

Yo no sé sobre música, por eso escribo sobre La Banda y sus integrantes, a los que, excepto Alf, apenas conozco; quise que mi libro tuviera una temática en la que no me sintiera cómodo; “¿Escribir sobre lo que uno conoce? ¡Qué aburrimiento!” dicen que Rémy de Gourmont dijo; quise escribir desde fuera de la zona de confort tratando de ser objetivo. Por eso y porque he decidido narrar mi acercamiento a la música, atestiguar el hecho. Pero por más objetivo que busque ser, algo debería saber ¿no? La ignorancia musical no garantiza objetividad musical. Es todo un tema. Pero tengo oídos y según Salazar eso me pone en “el estado de pureza desprejuiciada” necesario para exponerse sin obstáculos a cualquier arte.

Así que para mis oídos el balkan es como la banda sonora de cualquier película de Kusturica y el género ni el director tienen la culpa de ser venerados por el esnobismo mexicano.

—Parece una celebración diplomática entre la Unión Europea y Colombia.

Le dije a Salazar en tono de broma; y él:

—¿¡Qué!?

—Diplomática por la casa y la multiplicidad de nacionalidades. Unión Europea por tanto güero y Colombia por la cantidad de coca que se están inoculando.

—No mames tú —dijo Rufino—, yo topo verdaderos yonquis profesionales, éstos son amateurs.

—Pero igual están muy pesados, ¿no?

—Nel, aquí puro drogadicto junior. Compran dosis pequeñas en cantidad y calidad y se las inoculan; como tú dices. Los politoxicómanos profesionales invierten en calidad y número. El amateur compra sin saber y donde hay. Compra para su consumo. El no-amateur compra a sabiendas con quién comprar. Compra para su consumo de días y para revender, así se hace con dinero para más drogas, para comida, para rentar hotel y quizá prostitutas a las que normalmente pagará con drogas. Con frecuencia van a fiestas a drogarse y drogándose promocionan su producto. Las drogas que venden son las que consumen; las drogas que consumen son las que venden. Son una especie híbrida entre consumidor y vendedor. Así se permiten tener dinero para comprar más drogas que consumirán y venderán para comprar y consumir más. Un auténtico círculo vicioso. Venden para consumir y consumen para vender.


—…y ¿qué tal está?

—Yo no te vendería nada que no hubiera probado antes.

 

¿Qué mejor que un consumidor para vender a otro consumidor? Publicidad básica. De hecho, publicidad sin publicidad; o sea, publicidad real.

Y en esto se basa la confianza de los yonquis, en un vendedor de drogas que consume su propio producto, por esto venden mucho…

Vente —me dijo terminando su anécdota— vamos a ver a Olga.

—¿A quién?

Le pregunté.

—A Folga Tronco.

—¿De qué hablas?

—De Olga Yeltsin Tronsqui.

Dejé de preguntar y lo seguí.

Después de la banda de balkan, tocó Olga. No la conocía, sólo sabía que en La Banda había un DJ, que —sesgo mío— nunca pensé que fuera mujer. Mi formación heteronormada, supongo.

Hocico y Aphex Twin son sus principales influencias, si bien a mi ver, Hocico es influencia de Aphex —aunque haciendo caso a las fechas, son contemporáneos—. Todas esas banditas de electrodark, hard, etcétera, que coquetean con el metal o mínimo con la idea de que tocar fuerte es tocar bien, The Prodigy, Die Antwoord, etcétera; son veneradas por Olga. Nunca había tomado en serio la música electrónica hasta que la vi tocar. Tal vez porque fue la primera DJ que conocí que tuviera formación musical —otro sesgo—; o por su belleza —uno más—. No lo sé.

—Y esa ¿qué pedo? —le pregunté a Rufino cuando acabó de tocar.

—¿Esa? ¡Ya quisieras! Y pedo, yo.

—Preséntamela, ¿no?

—Nel chavo. Haz fila.

Y se fue hacia Olga.

Yo, sin bebida, me encaminé a conseguir más.

En la cocina, entre botellas, vi a Alf y Pati discutiendo sobre política con un alemán, creo.

PROBABLE ALEMÁN —Europa ha sido ingrata con América…

ALF: [interrumpiendo] Ingrata es poco. Ha robado, asesinado, violado y esclavizado. Eso no es ser ingrato, es ser hijo’eputa.

PROBABLE ALEMÁN —[asintiéndo] Cierto, por eso necesita ayuda.

ALF —Necesitamos Justicia, no asistencialismo. No necesitamos que la juventud europea venga a intentar curar sus culpas con trabajo social a América Latina.

PROBABLE ALEMÁN — ¿Eso es lo que crees que hacemos?

ALF —¿A qué viniste? ¿Qué pretendes al dejar tu País Europeo primermundista y venir a México a licenciarte en Estudios Latinoamericanos en una Universidad pública importante?

YO — [A Patricia] ¿Qué pedo con estos?

PATRICIA — ¿Qué pedo tú?

YO —Nada. Vengo por una recarga [agito mi vaso vacío]

P. —[señalando la mesa de botellas] Vas.

Y. —¿Y tú?

P. —Yo aún tengo [mostrándome su vaso]

Y. —No; que tú qué pedo en la discusión.

P. —Nada. Topando el surrealismo de México. Fíjate que un alemán y un belga discutan sobre el papel del país en el mundo.

Reímos.

Y. —Hipersurrealismo: dos europeos discutiendo en español mexicano sobre el papel mundial del país en el mundo mientras dos mexicanos los escuchan y ríen.

Reímos de nuevo. Y al apagarse las risas en ese momento en que todo parece callar, interrumpiendo de nuevo al probable alemán, se oyó en la voz de Dinant:

ALF. —…tienes razón, los gringos siempre están de guerra, pero así como los gringos que cada generación tiene su Vietnam, nosotros, cada una de las nuestras tiene su ’68.

De nuevo silencio.

Y. —Y el DJ es la DJ.

P. — Sí ¿Por?

Y. —Nomás.

P. —¿Qué, también quieres con ella?

Y. —¿También?

P. —No sé si sabes pero no eres el único que tiene ojos.

Y. —¿Rufino se la quiere tirar?

P. —¿Rufino? ¡Carajo! Yo me la quiero tirar.


Olga D. J.

Lejos de buscar nada, ni arrimármele a una alemana rubiaculigrande, ni perderme en alcohol, me dediqué un rato a disfrutar la fiesta. Simplemente observé a las personas, algo que, irónicamente, nadie hace en reuniones sociales. Para ponerme en situación, inhalé con seriedad un par de veces exhalando con conciencia, buscando relajarme y centrarme…

El humo del tabaco comulgaba a fumadores, todos conectados con una nube en lo alto del techo vía el hilillo, cadena de volutas, que desde el cigarrillo en sus manos los hacía uno con los otros fumadores. Y los no fumadores inhalando sin colilla los restos, mezcla de dióxido de carbono, nicotina y alquitrán quemados, con una pizca de oxígeno como aderezo. De pronto alguna tonalidad de Channel N°5 o THC enriquecían el bufet que mi nariz no pudo soportar. Tosí.

Las personas, en grupos, reían, bebían, platicaban en español y alemán principalmente, uno que otro despistado parloteaba

macarrónicamente la lengua del imperio. Y yo en medio de todo; yo que mi español apenas da para medio hacerme entender en una hoja en blanco, y eso después de tachaduras, remedos y correcciones. Escribir es reescribir le leí a algún Ruiz. Y yo que —repito para buscar algo de ritmo en las líneas— pretendo escribir un libro sobre una partecita del entorno musical de la Ciudad, como si José Agustín no hubiera existido, como si México no hubiera conocido a Parménides García Saldaña, como si… ¡Un momento! Nadie conoce a Parménides.

Una más de las injusticias de éste país por las que nadie hará ni una marcha, ni un desplegado, ni un minuto de silencio.

Creo que suspiré y caminé a la cocina por más alcohol. Patricia platicaba con una chica, que de primera se veía muy atractiva. Alf y el alemán ya no estaban.

—¡Ey! —me gritó Patricia. Me acerqué— Te presento: ella es Olga la DJ.

—Hola —le dije.

—Hola, ¿tú eres el documetarista? ¿Nuestro documentarista?

—El documentarista y el letrista —aclara Patricia.

—El documentarista, sí. Al menos así me llama Rufino.

—Sí, ya te había visto con él y con Alf. Me dijeron que estás haciendo algo sobre nosotros.

—No es un documental. Escribo un libro sobre La Banda. Salazar dice que es un libro documental, por eso documentarista.

—¿Un libro?

—Una novela

—¡Ah! ¡Escritor!

—Más escribidor —ella río.

—¿Eso existe?

—¿Prefieres juntapalabras?

Riendo dice:

—¿Qué tiene de malo la palabra Escritor?

—Nada. Es sólo que a algunos nos viene muy grande.

—Pero si eso es lo que eres.

—No sé… el escritor es el que escribe, ¿no?

—Obvio.

—Tú escribes, ¿no?

—Ya entiendo… Bueno, y ¿salgo en tu novela?

—Desde ahora sí.

—¿Por qué desde ahora?

—No te conocía.

—Yo a ti tampoco.

—Soy amigo de Alf desde la prepa.

—¡Uy! Desde niños.

—No tanto.

—La prepa es edad infantil. Y ¿de qué trata tu libro?

—De música. No sabía que tocabas.

—Bueno, ser DJ no es generalmente considerado como tocar ¿sabes?

—Sí. Lo sé.

—Creen que mezclar es indigno y nada original, pues se usa música ya hecha para originar algo novedoso, pero olvidan que todos los músicos hacen eso. El número de notas es finito y todos las usan para sus creaciones, pero como no hay botoncito de play a ellos sí se les considera creadores y a nosotros, los DJ, sólo toca discos, o, como dicen en España: pinchadiscos.

—No lo había pensado.

—Por eso estoy con La Banda. Están tan avanzados que musicalmente me tratan como a su igual. Ellos están en contra de todo añadido a la música, incluso juicios estéticos u ontológicos o algo así me platicó Alf sobre El Manifiesto. Y eso me encantó. Que busquen ver en la música sólo música, sin importar de dónde venga, si es considerada original o bella o grotesca.

—El Manifiesto ¿lo has leído?

—Alf me advirtió que me preguntarías sobre eso.

—Y supongo que también te pidió que no me dijeras nada.

—Me dijo que sobre El Manifiesto, ni una palabra a nadie. Misterioso, ¿no? —Hizo una pausa— ¿Sabes? Eso me gusta de La Banda. Mi Banda. —Y cómo llegaste a la banda —no insistí sobre El Manifiesto, me estaba resignando a no leerlo nunca.

—¡Mh! Desde la facultad de música quedé en contacto con otros artistas; danza, teatro, ya sabes. Algún actor, en alguna borrachera, me invitó a poner música en el teatro, les gustó mi trabajo a varios directores y seguido colaboro con ellos. Al final de una función, en la fiesta de estreno, Rufino me abordó haciéndome preguntas sobre estética y arte en general. Me pidió opiniones sobre géneros musicales, sobre piezas en específico y otras tantas rarezas. Al final de la charla preguntó si estaba interesada en tocar en una banda, los escuché y aquí me tienes.

—Salazar ¿qué hacía en la fiesta?

—Es un adicto al teatro y con frecuencia pinta escenarios para las presentaciones; alguna vez diseña los programas o los carteles de las obras.

—Y tú ¿las musicalizas?

—Sí. Suena simple, pero no lo es. En realidad musicalizar no es sólo poner música. Las rocolas ya hacen eso. Musicalizar es hallas justo la pieza ad hoc que la escena necesita. Esa pieza puede ya existir o ser varias piezas o ni si quiera ser música. Y para eso se necesita una Cultura Musical amplísima.

—Tienes que escuchar de todo.

—Sí, pero de todo en serio. No como las personas que cuando les preguntan de su música favorita, responden que oyen de todo.

—Olga ¿qué música te gusta?

—La que está bien hecha.

Guardé silencio. Creí que bromeaba; no era así.

—Y ¿siempre hallas la música para una escena?

—Claro. Siempre, aunque a veces sea el silencio lo que se necesita.

—¿El silencio?

—El primer director de teatro con el que trabajé; el que terminó recomendándome a otros; me preguntaba sobre la música que pensaba usar mientras montaban la obra. No le respondí. Le pedí el libreto y tiempo para familiarizarme con la obra. Estuve durante todos los ensayos y platicaba con los actores sobre sus personajes, sentimientos, preferencias, etc. Cuando tuve el set se lo presenté al director; le encantó que en la escena cumbre la dejara sin música. En silencio… Claro que había ausencia de musicalización en otras partes, pero ahí, lo que pedía la obra era silencio, que no es lo mismo. El silencio, se olvida con frecuencia, es un elemento central de la música.

—El silencio como contraste… —Olga me interrumpió.

—No como lo contrario a sonido, sino como parte de él.

—…y ¿cómo definirías lo que haces? Sospecho que musicalista no te viene bien.

—Musicalista es sólo usar música. Yo sería algo así como Ambientadora Sonora.

—¿Sonorista?

—Algo así aunque ambos suenen desagradables.

—Olga, ¿habías tenido banda?

—Nunca. El DJ tiene ese estereotipo de Lobo Estepario aunque no conozcan o hayan leído a Hesse.

—¿Y te consideras una loba? —guardó silencio y me miró bebiendo de su vaso

—No eres muy hábil con las mujeres, ¿verdad?

 


 

a.

 

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