Pep
¿Que si quiero que llueva? Mucho. Me
gustan mucho las tardes de lluvia, el clima frío, las tardes de calles llenas
de agua y ventanas empapadas con gotas. Aunque la gente corre, va a prisa, a mí
me gusta más verlos y sentir lo fresco de la lluvia en la cara, el frío que a
veces cala en los huesos. Amo caminar bajo la lluvia porque si corres igual te
vas a mojar, mejor disfrútalo, no pasa nada y es probable que ni a resfriado
llegues.
Me gusta escuchar caer la lluvia en
las noches, me hace sentir bien, me arrulla, me calma y otras veces que la
lluvia está furiosa, me despierta. Así como tú, tú con tus ojos que no logro
descifrar; tú con tus frases a medias que no logro entender, tú con tus acciones
que dejan poco a la imaginación, pero que si te confronto de pronto, todo
marcha bien y no hay nada más que agregar.
Tengo marcados muy bien ciertos
momentos, como los tatuajes de los que tanto hablas, los que siempre revisas,
los que nunca pruebas pero te quedas con ganitas de ver si hay alguno más
debajo de todo el espectáculo de ropa que llevo puesto.
Me acordé de ti hoy, jueves, un jueves
que pudimos pasar juntos echando chela, cenando sushi o comiendo pizza mientras
llueve. Porque la lluvia te recuerda a mí y eso me gusta, porque al cerrar los
ojos una noche lluviosa llegas del recuerdo y te sientas a mi lado. Y siento en
ese parpadeo el roce de tu barbilla en mi hombro, lo delicado de tus besos por
mi cuello, mientras suena (como casi siempre) Coldplay, porque se volvió
costumbre ponerlos en cada noche lluviosa que pasábamos encerrados.
¿Sabes qué es chistosos? De cuando
pensabas que no me gustaban y cuando descubro que te vuelan la cabeza. Cuando
en una fiesta sonó Talk, y al estar cantando cada quien con su tribu (ese
pequeño pero virtuoso círculo de amigos que elegimos durante la prepa y que más
tarde se volverían inseparables compitas de experiencias buenas y malas), nos
vimos con cara de idiotas porque nos gustan a ambos, pero qué pena decirlo
jajaja. O, pero aún, qué pena reconocer que el güey al que me di en una fiesta
“porque estaba enfiestada”, es el mismo que me arranca suspiros por todas las
noches que no he dormido con él.
O que tú le digas a tu tribu que la
morrita de cabello en días morado, otros rosa o hasta azul, es a la que le has
dedicado varias porque no se han podido hablar de frente y entonces suponen, se
miran, incluso sonríen pero no hablan ninguno de los dos, ¡ja! Par de cobardes,
diría mi abuelo. Una toda revolucionaria pero nomás mírala fijo y se pone toda
roja, baja los ojos y asoma la sonrisa nerviosa; y el otro, con fama de que
nadie le dice que no y no poder decirle lo linda que la mira con esos ojos que
han desvestido más mujeres que cualquier vestidor de centro comercial.
Y me acordé de cuando el tiempo, la
vida y Tláloc nos pusieron en el camino y confabularon a favor de no sé quien,
porque ya no sé si fue para bien o para mal. Pero ahí estábamos, solos en medio
del estacionamiento de la escuela con el cuerpo tiritando y la lluvia cayendo.
Te vi, tomé aire profundo y me disponía a caminar, ya era tarde y la verdad no
quería esperar más en la escuela que ya estaba un tanto más sola de lo normal.
Y entonces hablaste: “te vas a mojar, yo sé que no hemos hablado desde que…
bueno, si quieres te llevo en el carro, solo tenemos que correr un poco para
llegar”. Yo apenas te vi y te dije “no, gracias, correr bajo la lluvia es mi
deporte favorito”. Te reíste y gritaste “necia, pero qué le vamos a hacer, si a
la señorita no se le puede decir qué hacer o cómo comportarse”. Volteé y te
dije “¡mira! Si sí piensas pero te haces. Vale – dije - un trato, nos vamos
juntos pero ni lo presumes ni lo comento ¿estamos?”. Aceptaste y corrimos a tu
carro.
Obvio nos mojamos, Tláloc estaba muy
en lo suyo y aunque corrimos, la ropa quedó algo mojada. Llegamos y entramos lo
más rápido que pudimos, me dijiste que tenías una sudadera y una playera en la parte de atrás, que sería
oportuno nos cambiáramos para evitar enfermarnos. Entonces a regañadientes te
dije que sí, me pasé al asiento de atrás y te pedí que no miraras y según tú me
hiciste caso. Me quité mi sudadera y mi playera y me puse rápidamente tu
sudadera que me quedaba más como vestido que sudadera. Mientras me la ponía
escuché que te reíste poquito, te pregunté qué pasaba y no quisiste contestar.
Vas, te dije, invitándote a pasar atrás para que te cambiaras la ropa, me
dijiste que no iba ver nada que no hubiera visto ya.
¿Te digo la verdad? Mientras te
cambiabas no pude evitar voltear de reojo y ver tu espalda, tus brazos y tu
pecho, me acordé de que yo ya había estado ahí y que no me gustaría nada más
que obtener respuestas a lo que ese día pasó. Pero meterme en esas aguas
desataría una tormenta peor que la de esa noche. Terminaste y no arrancaste el
carro, pusiste los seguros y te acomodaste tranquilamente en el asiento de
atrás. Mi cara fue de ¡qué chingados haces! ¡Vámonos! Y me dijiste que no ibas
a arrancar hasta que te dijera qué pasó ese día y porque nos costaba tanto
trabajo hablarlo.
Total que hablamos y hablamos y
concluimos que pasó porque quisimos y no por el alcohol, y para prueba ese día,
después de tanto hablar, me agarraste la mano y me jalaste a ti, me pasé atrás
contigo, pero no me acomodé en ningún lugar del asiento, más bien me senté en ti
y me diste un beso que me dijo todo lo que con palabras no pudiste explicar.
Entendí que nos gustábamos, que nos deseábamos con las mismas ganas que llovía
ese día, y que éramos tan güeyes que tenía que ser así, a escondidas porque
ninguno de los dos iba a dejar la pinta que dábamos.
Ese día te
probé una y otra vez, no sé cuántos besos traíamos pendientes, no sé cuántas
veces terminé contigo y unas más tú en mí. Solo sé que a mitad de una de esas
veces, justo antes de que acabaras me dijiste "te quiero", y entonces
colapsé y grité muy fuerte, y te besé y en ese beso ahogué el orgasmo tan
profundo que me llegó, no sé si por la cogida que me estabas dando o por lo que
acababa de escuchar. La lluvia fue la música que sirvió de soundtrack para el
intercambio de fluidos entre los dos. La lluvia fue la única testigo (bueno, a
parte de tu carro y cómo quedó jajaja) de que ese día nos dimos de todo y con
todo. Y desde entonces hay días de lluvia en los que nos mojamos más dentro de
un carro, que corriendo bajo la lluvia. Si lees esto, hoy me acordé de ti,
porque llueve muy fuerte pero yo solo me quiero mojar por ti.
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