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  Estoy emocionado. Desde siempre he oído sobre El manifiesto de La Banda. Hablan de él y lo poco que se sabe, más el hecho de que sólo Alf ...

Por fin Por fin

Por fin

Por fin

 

Estoy emocionado. Desde siempre he oído sobre El manifiesto de La Banda. Hablan de él y lo poco que se sabe, más el hecho de que sólo Alf y Rufino lo conozcan genera expectativa y curiosidad. Desde que entré a La Banda he querido leerlo y hoy, por fin, después de mucho insistir, han accedido a mostrármelo.

—Dinant y yo creemos que ya es hora. Te diremos todo sobre El Manifiesto —me dijo Rufino Salazar.

 

El lugar de la cita es una cantina llamada la U. de G., se halla en una colonia tan céntrica como peligrosa. De menú variado para todos los gustos excepto el vegetariano, el edificio tiene acabados en madera y fachadas en Art Déco bastante descuidadas. Dan un servicio que enamora. Tienen cavas en varios muros de vidrio, se tratan de cubículos donde los clientes pueden guardar sus botellas. Creo que la regla es comprarlas ahí, mínimo 2 y el espacio se desocupa cuando las botellas se terminan, obvio mientras tengas qué beber, habrá espacio para guardar.

Siempre hay música, cuando es en vivo se trata de música tropical; cuando no, es más variada. Llegué temprano, estaba ansioso; sonaba algo de bebop. Mientras Alf y Rufino me alcanzaban, puse a revisar mis notas sobre lo que había oído decir del Manifiesto.

 

 

En varios contextos escuché a Rufino y a Alf comentar:

Ah, como en El Manifiesto

O:

Mira, como en El Manifiesto.

También lo usaban como inicio de intervenciones:

Como en El Manifiesto sostenemos…

O:

Como ya pusimos en El Manifiesto…

Y luego continuaban hablando sobre un tema que, supongo, estaba sustentado o tratado en El Manifiesto.

En pláticas sobre el arte en general, alguno de los dos, Alf o Rufino, despreciaban el comentario innovador o la idea revolucionaria diciendo algo así como:

Eso ya lo consideramos en El Manifiesto.

O:

Eso ya lo incluye El Manifiesto.

Pero rara vez lo citaban.

Por lo que sabía, de a oídas e inquisiciones, nadie fuera de este par lo conocen y como son los más antiguos miembros de La Banda, los fundadores, se deduce que ellos lo escribieron, aunque todos lo llegaban a mencionar alguna vez.

 

Olga sostenía estar de acuerdo con El Manifiesto aunque inmediatamente aceptaba tajante que no lo conocía.

Adela que sería interesante leerlo.

Clemens incluso lo citaba pero terminaba aceptando a regañadientes, después de mucha insistencia mía, que nunca lo había visto, menos leído; entonces, sólo repetía lo escuchado en boca de Dinant y Salazar.

Ya harta de desconocerlo Patricia Plaza decía: El Manifiesto es el grimorio de La banda. O: El Manifiesto es el Necronomicón de La Banda.

Primero llegó Salazar. Ahora sonaba blues. Yo seguía leyendo mis anotaciones. Nunca hasta ese momento había percatado que siempre es puntual cuando no se trata de fiestas.

 

—¿Qué es todo eso? —preguntó.

—Son mis apuntes sobre lo que sé del Manifiesto.

—¿Puedo?

Asentí.

 

Mientras revisaba mis notas llegó Dinant.

—Señor, ¿le traemos algo de la cava? —preguntó el mesero a Dinant, apersonándose simultáneamente cuando éste se sentara. Parece que venía tras él.

—¿Me recuerdas qué tenemos?

—Todo: Bacanora, Sotol, Tepemete, Charanda y Mezcal. ¡Ah! Se acabó el Nanche y el Xtabentún.

—¡Y yo soy el borracho! —bufó Salazar— A mí tráeme un Tepe —Todo esto sin levantar la vista de las hojas.

—Tú podrás ser borracho, pero éste es doble a: A. A. Dinant, ¿recuerdas? —intenté bromear; nadie rio.

—Yo un mezcalito, ¿y tú? —me preguntó Dinant.

—Yo igual, gracias —dije al mesero mientras señalaba a Dinant. Y él:

—¿Le pueden cambiar a la música?

—Claro. ¿Qué sugiere? —contestó el mesero.

—Lo que sea menos eso.

Dijo Dinant y luego remató sobre la mesa mientras el mesero se alejaba:

—El blues, muy bueno para ser rock, muy malo para ser jazz.

Y Salazar burlón:

—Muy serio para ser rock pero y cobarde para ser jazz.

Salazar seguía revisando mis notas. Dinant le preguntó:

—¿Y eso?

—Son apuntes sobre El Manifiesto —le respondió Salazar.

—¡Mira! Tenías razón.

—¿Sobre qué? —pregunté yo.

—Salazar dijo que tendrías material sobre lo que has oído del Manifiesto…

Salazar interrumpe:

—Pero lo realmente importante es las notas que tienes sobre lo que no sabes del Manifiesto.

Yo: Pues muy fácil, denme El Manifiesto y hacemos una lectura comparada.

Dinant: Ése es el problema.

Llegó el mesero con las bebidas. Al terminar de ponerlas en la mesa y antes de irse preguntó:

—¿Algo más?

Salazar antes de tocar su bebida dijo:

—A mí veme trayendo otro y nomás no dejes que me seque.

—Claro señor —le dijo el mesero.

Y se fue.

—¿Cuál problema? —pregunté.

Dinant: No te lo podemos dar.

Yo: ¿Y por qué no? ¡No me jodan! Creí que ya era miembro de La Banda.

Y Salazar, bebiendo de un trago su Tepemete:

—No te podemos dar lo que no existe.

Silencio.

 

Miré a Salazar, no parecía estar bromeando; luego a Dinant que miraba por la ventana, bebiendo.

Llegó el mesero con el trago de Salazar. Y no sé qué cara tenía yo.

—¿Sabes qué? Tráete las botellas para que no te estemos molestando. Por favor. —dijo Dinant.

Al poco, el mesero, llevó las botellas del Mezcal y del Tepe.

—No comprendo —dije.

Salazar ya se llenaba de nuevo el vaso que nunca vi cuando lo vació.

Alf tomó la palabra:

—Creí que sería obvio para ti.

Y Salazar:

—¿Qué hace un escritor en una banda de música?

Guardamos silencio. Bebí, vacié, rellené; bebí de nuevo, hasta que terminamos las botellas. Luego pasamos a pláticas de borrachera, de la música, de literatura y como buenos borrachos, pasmos a resolver el mundo.

No sé cuánto tiempo estuvimos ahí, pero al salir ya clareaba, no sé cuántas horas ni cuantas botellas pasaron después de la hora del cierre. A los clientes como Dinant —que resultó ser amigo de dueño— los dejan quedarse mientras limpian todo.

Camino a casa, en ese momento de sublime existencia y meridiana claridad, esos instantes de tranquilidad zen previos a la resaca tenía que repasarlo todo. La Banda había conseguido si no a un escritor, al menos a alguien que se las diera de tal, por aquella idea innovadora de que un músico nunca escribirá igual de bien que un literato; así entendí, también, que mi trabajo en La Banda no era sólo escribir las letras de las canciones, sino escribir todo lo escribible y eso incluía, por supuesto, al Manifiesto.

La buena noticia era que no tenía que inventar nada. El Manifiesto ya existía, sólo había que escribirlo; como sucede con las novelas. Irónico, ¿no?

 


 

a.

 

 

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