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      Salto 1. Recuerdo perfectamente cuándo cortaron mi cordón umbilical. No fuel al nacer… salto 2. Al nacer cortan el cordón pe...

La fábula del niño que tenía algo en la mano. La fábula del niño que tenía algo en la mano.

La fábula del niño que tenía algo en la mano.

La fábula del niño que tenía algo en la mano.

 

 

 

Salto 1.

Recuerdo perfectamente cuándo cortaron mi cordón umbilical. No fuel al nacer… salto 2.

Al nacer cortan el cordón pero ese corte no cuenta, pues la metafísica en biología y evolución, anula ese corte al recién nacido con la necesidad de la mama, ¿qué importa si te hacen, violentamente —corte— un ser humano inalámbrico después de iniciar tu existencia bajo la forma estricta de un parásito si, de todas formas, te dejan obligado a amamantarte? ¿Quieren a un ser humano sin que necesite psicoanálisis? Sepárenlo de su madre al nacer, que nadie lo amamante y consigan la forma de mantenerlo vivo sin que albergue la sospecha de que su dependencia vital necesite de algo o alguien. Güevos Freud. Chinga tu madre Lacan. Salto 3

Mi cordón lo cortaron mi primer día de kínder. Madre me fue a dejar a la escuela y recuerdo que me sentía bien hasta que vi llorar a otro niño que no se quería quedar y fue a buscar a su mamá, pero ya se había ido. Si me preguntan, yo estaba bien. Pero cuando el niño regresó a la puerta, su madre no estaba. Eso me mató. Obvio, yo pensé que la mía no estaría al yo salir de ese lugar nuevo y extraño. Hasta hoy, décadas, después, me intriga qué sería de mí si la madre de aquel niño no se hubiera ido; si el chillón aquél hubiera hallado a su madre al arrepentirse de quedarse en el kínder ¿mi vida habría sido diferente? Salto 4.

Años después he llegado a sospechar que la madre del chillón estaba oculta, lejos de la vista de su hijo; pensando que la hacía algún bien. Salto 5

No la pasé nada bien. Una niña, de la cual olvidé cara y nombre, se dedicaba todo el día buscando poner su boca encima de la mía, en el aula y durante los recreos; yo buscaba por todos los medios huir; la niña, aunque más lenta que yo, era más fuerte, he aquí el problema, yo no podía pasármela corriendo de ella. Hoy me resulta lastimoso pensar en la impresión que tenía mi maestra de mí, un niño que temía el recreo y le pedía que no lo dejara solo. Pobrecilla, si tenía un grado de humanidad seguro le preocupaba. Salto 6.

Un día no fue la acosadora. Tarde, pero entendí la maravilla del recreo, correr por jugar, no por técnica de defensa, comer el lunch sin prisas, incluso me senté un rato… miré el patio, ya no se veía mal… miré mis pies, cansados de huir, y mis manos… las entrecerré y puse una tras de otra como un catalejo, el patío aún se vio mejor.

Pero lo que me cambió la vida fue ver cómo otro niño, del otro lado de patio, miraba al interior de su mano izquierda cerrada en puño. Tuve que acercarme a él. Me senté a su lado y le pregunté, ¿qué miras? Me dijo, no me creerás, y le dije, déjame ver. Él insistió: no me creerás. Sí te creeré, anda déjame mirar. No muy convencido, me acercó su mano. Eché un ojo y no tenía nada. Ahí nada hay; dije. Él se levantó de la banca y con mirada de decepción me dijo: te dije que no me creerías. Luego, el timbre sonó, y el niño se alejó, vi abrir su mano y no tenía nada…

Al día siguiente, mi acosadora volvió.

 

 

 

 

Paradojas

 

a.

Decir que hallé la humildad sería una paradoja pues aceptarse como humilde es ya un acto de soberbia; es como cuando las personas buscan calmarte pidiéndote que te calmes y sólo consiguen afectarte más, o como la pareja atentísima que se la pasa en procuración total del otro y sólo consigue hartarlo.

Y no para ahí, mi ignorancia me ha sugerido que la paradoja es más que un juego de palabras o un divertimento de desocupados; me parece que hay relaciones paradójicas en el universo, o por lo menos en la forma en que entendemos el universo; por ejemplo, la ciencia, al resolver una situación problemática genera otra situación problemática, al solucionar problemas, genera otros problemas. Sócrates hace siglos nos señaló la relación entre el conocimiento y la ignorancia: para conocer necesito ignorar, pues si no ignoro, entonces ya conozco y no puedo conocer lo que ya conozco; de aquí el Sólo sé que nada sé, que significa que Sócrates conocía su ignorancia, que es menos peor que si ignorara su ignorancia; en el primer caso no es ignorante porque ignora; en el segundo caso es ignorante porque ignora. Paradójico, ¿no? Quizá por eso al pretender respuestas sólo encontraba más preguntas. Y así condenó a toda tarea filosófica posterior: cuanto más sé sobre un tema más ignoro, porque me doy cuenta de que necesito más estudio y al estudiar más lo único que lograré es especializarme en un área muy específica —esto es pequeña— del tema en cuestión y estaré ignorando todas las otra áreas en las que no me estoy especializando… decir que “al aumentar mi cocimiento aumenta mi ignorancia” es decir la mitad de la paradoja, pues, en realidad al pretender conocimiento buscando ahuyentar la ignorancia, sólo consigo aumentarla. Dicen que Lao-Tsé dijo: “Las palabras que son estrictamente verdaderas parecen ser paradójicas”.

Parecen…

¿Cómo escapar a eso? ¿Cómo solucionarlo? Pues con otra paradoja. Para chingón, chingón y medio, dicen en mi país. Trabajen en la solución de problemas sabiendo que nunca lo solucionarán o, lo que yo prefiero, no lo solucionen, en una de esas se solucionará sólo, sin que se den cuenta y cuando ya no les importe ni lo necesiten. No sé, a mí me funciona cuando pierdo algo, mágicamente aparece justo cuando lo dejo de buscar o cuando ya no lo necesito. ¡Putas llaves!

¿Y el error? La raíz del sentido de la búsqueda está sustentada en nada; ¿cómo podemos buscar algo si lo ignoramos? Y aun así buscamos. Pero ¿buscar es equivocarse? ¿Qué tal que las paradojas no tienen solución y cualquier intento es pérdida de tiempo o, por el contrario, que sí tienen soluciones pero por creerlas insolubles nunca las resolveré? Eso que en estos tiempos se ha dado por llamar ser humano es perfectible. Nunca, en nada, dejo de considerar la idea de que me pueda estar equivocando, aunque me equivoque a veces.

Incluso ahora puedo estar equivocado, pero eso se soluciona fácil: dice una canción:


Y no hay contradicción, dije que me equivocaría y como me equivoqué tuve razón…

 

Me siento como el Barón de Münchhausen que se desatascó de un pantano jalándose de su propia coleta. Hermosa figura para describir el concepto de paradoja; pues la linda imagen sería algún trabajo de Escher, que no es más que una variación de la condena de Sísifo; metáforas, todas, para representar la situación humana.

 

 


 

b.

Entonces no puedo decir que hallé la humildad. Comencé a ejercerla en mi juventud justo cuando sentí que a nadie le importaba. Platiqué con el profesor de artes sobre mi preocupación y me interrumpió de inmediato, sólo alcancé a decirle que nadie me entendía; él me dijo, ¿Crees que nadie te entiende? Ve al Museo de Arte Moderno. Ahí hay sujetos a los que verdaderamente nadie entiende.

No podía creer que sin escucharme me anulara. Pero igual fui al museo, confiaba mucho en su juicio.

La exposición era sobre vanguardias, algo de cubismo y arte abstracto, no vi nada cercano al surrealismo.

Bien, pues el profesor tenía razón, no entendí ningún cuadro; pero entendí por qué estaba ahí. Eso me ayudó mucho en aquella época. ¿Te sientes incomprendido? Piensa en un artista conceptual.

 

c.

Observé pinturas de Miró, de Tamayo y otros, pero fue una de Toledo la que me atrapó. Es de esas veces que los curadores de exposiciones dan en el clavo, pues te ponen bancas frente a cuadros magnéticos, y así pasé un rato sentado, claro, también estaba cansado de caminar el museo.

Me levantaba y me acercaba a la pintura para dedicarme a detalles, luego regresaba a sentarme —alejándome— para verla toda; me acercaba y me alejaba, esperando entenderla; un trabajador del museo, de esos que sólo están ahí parados —supongo que para proteger las obras— me advirtió que no podía tocar el cuadro, le respondí cortante que ya lo sabía: más molesto por lo lejos que me hallaba de entender el cuadro que por el aviso de parvulario. En uno de los acercamientos descubrí un insecto y solté una carcajada que, para el silencio de la sala, debió sonar desproporcionadamente exagerada. El vigilante me miró. Le dije, hay una mosca sobre la pintura, hizo como si no me escuchara; una mosca sobre la compleja pintura que llevaba rato descifrando; el cuadro de un gran artista difícil de comprender sobre el que había una mosca, caminando. Una mosca de museo.

 

 

d.

Por esa razón voy a los museos, no por cultura o por estética, sino por el acto más soberanamente egoísta y soberbio, por buscar ser humilde, por ejercitar la humildad. Nada más arrogante y vanidoso que considerarse capaz de humildad —pues “Lo que es uno es uno. Lo que es no-uno es también uno” (Chuang-tzu)—. Y, sin embargo ahí me ubico, me siento yo, me enfrento con mi insignificancia; ajusto micro con macrocosmos, dice un amigo. Claro, esto siempre que tenga ganas y mis ocupaciones me dejen, porque seguido me pasa que:

el ocio no me deja tiempo para nada

 

 

No-koan

 

Como el relato del monje que tras años de la dura disciplina de la vida monástica, no notando avance alguno en su camino, comienza a hartarse de estar insatisfecho antes del monasterio y seguir igual o más insatisfecho ahora en el monasterio. Y ese sentimiento se le aparece en todas partes, en todo lo que hace, todo el día todos los días. Cuando come, cuando efectúa las tareas que le son asignadas, cuando descansa, incluso cuando duerme sueña pesadillas en las que siente lo mismo que durante la vigilia. Siempre.

Hastiado, le pregunta al maestro sobre el sentido de la vida y el maestro en vez de responderle sigue dedicado a lo que hacía como si no hubiese sido interrumpido. Cuando acaba, continua con otra tarea: sus deberes, luego incluso hasta come, barre, medita; y así el monje le pregunta todos los días, no puede dejar de hacerlo, y el maestro seguía en lo suyo. El monje, por su parte, ahora sufre más por la firme renuencia de su maestro a responderle.

Esto duró años hasta que una noche, cuando suenan las campanas que anuncian la hora de dormir, el moje concilia el sueño con toda tranquilidad sobre el tatami; al día siguiente sospecha que existe una posibilidad de terminar con su hartazgo, insatisfacción y dudas…

Como todos los días, se levantó con las campanadas de las 3 de la madrugada que anuncian la primera sesión para meditar, se sentó y sólo hasta el desayuno, horas después se dio cuenta que el día anterior no acosó a su maestro con su pregunta. Tuvo ese pensamiento menos tiempo de lo que tardó en levantar los hombros y exhalar un suspiro. Siguió comiendo, siguió realizando sus deberes y siguió a su maestro.





Drawing Hands, 1948

Escher

 

 

 

 

 

a.

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